miércoles, 24 de julio de 2013

NUESTRA SANTIFICACIÓN ESTÁ ÍNTIMAMENTE LIGADA A LA CASTIDAD

Imagen modificada por el autor de este blog

«Esta es la voluntad de Dios: su santificación; que se alejen de la fornicación» (1 Tes 4, 3). La castidad es fundamental para responder a nuestro llamado a la santidad. Es verdad que el pecado contra la carne, en este caso la fornicación a la que se refiere el apóstol Pablo, no es el peor de los pecados. Sin embargo, es probablemente el que más avergüenza, el que más hace experimentar la propia miseria, el que más “impuros” nos hace sentir. El pecado de la carne es por lo mismo el pecado por el que más experimentamos el deseo de escondernos o alejarnos de Dios, porque ante Él no nos sentimos puros, dignos, nos sabemos sucios, pecadores.
Caer en el pecado de la carne nos lleva a apartarnos avergonzados de Dios, a alejarnos de los Sacramentos, de la Iglesia, de todos aquellos buenos amigos o amigas que nos incomodan y nos recuerdan al Señor.
Caer repetidas veces en este pecado nos lleva al desaliento en la vida cristiana, a la desesperanza, a creer que “nunca voy a poder superar esto”, que “soy demasiado frágil y no me queda más que entregarme a este tipo de vida”, que “no puedo resistirme y nunca voy a cambiar”. La desesperanza que viene luego de una caída en el pecado de la carne es peor que la tentación misma de impureza, porque si cedemos a ella nos lleva a entregarnos definitivamente en las manos del enemigo, que no tendrá la más mínima misericordia de nosotros.
Caer repetidas veces en este pecado nos lleva, además, a empezar a justificarnos a nosotros mismos, a defender nuestras tinieblas, a empezar a llamar al mal “bien” o “bueno para mí”, “excelente para alcanzar el amor y la felicidad”, etc. Y es que reconocer que uno está equivocado nos pone en una posición de tener que luchar contra aquello de lo que nos hemos hecho esclavos y nos tiene alejados de Dios. Quien no está dispuesto a abandonar sus tinieblas, imposible que reconozca que está en el error y que lo que él llama “bueno” en realidad esté mal. Y no sólo eso: buscará que otros lo acompañen en su error y atacará a todos aquellos que con su conducta recta y pura lo cuestionan e incomodan, pues no aceptan como “luz” sus tinieblas.
Por todo esto es imprescindible que quien quiera responder a la voluntad y al llamado del Señor a la santidad, aprecie vivamente la castidad y se ejercite en ella día a día, con paciencia y perseverancia, buscando tercamente el perdón y la fuerza cada vez que sea necesario.
Fuente: P. Jürgen Daum, Director de La Opción V

DIOS LOS BENDIGA