miércoles, 16 de octubre de 2013

DEBEMOS CONOCER EL AMOR DE CRISTO

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Pienso que aquel gran deseo de nuestro Señor de que su sagrado Corazón sea honrado con un culto especial tiende a que se renueven en nuestras almas los efectos de la redención. El sagrado Corazón, en efecto, es una fuente inagotable, que no desea otra cosa que derramarse en el corazón de los humildes, para que estén libres y dispuestos a gastar la propia vida según su beneplácito.

De este divino Corazón manan sin cesar tres arroyos: el primero es el de la misericordia para con los pecadores, sobre los cuales vierte el espíritu de contrición y de penitencia; el segundo es el de la caridad, en provecho de todos los aquejados por cualquier necesidad y, principalmente, de los que aspiran a la perfección, para que encuentren la ayuda necesaria para superar sus dificultades; del tercer arroyo manan el amor y la luz para sus amigos ya perfectos, a los que quiere unir consigo para comunicarles su sabiduría y sus preceptos, a fin de que ellos a su vez, cada cual a su manera, se entreguen totalmente a promover su gloria.

Este Corazón divino es un abismo de todos los bienes, en el que todos los pobres necesitan sumergir sus indigencias: es un abismo de gozo, en el que hay que sumergir todas nuestras tristezas, es un abismo de humildad contra nuestra ineptitud, es un abismo de misericordia para los desdichados y es un abismo de amor, en el que debe ser sumergida toda nuestra indigencia.

Conviene, pues, que os unáis al Corazón de nuestro señor Jesucristo en el comienzo de la conversión, para alcanzar la disponibilidad necesaria y, al fin de la misma, para que la llevéis a término. ¿No aprovecháis en la oración? Bastará con que ofrezcáis a Dios las plegarias que el Salvador profiere en lugar nuestro en el sacramento altar, ofreciendo su fervor en reparación de vuestra tibieza; y, cuando os dispongáis a hacer alguna cosa, orad así: «Dios mío, hago o sufro tal cosa en el Corazón de Hijo y según sus santos designios, y os lo ofrezco en reparación de todo lo malo o imperfecto que hay en mis obras». Y así en todas las circunstancias de la vida. Y, siempre que os suceda algo penoso, aflictivo, injurioso, decíos a vosotros mismos: «Acepta lo que te manda el sagrado Corazón de Jesucristo para unirte a sí».

Por encima de todo, conservad la paz del corazón, que es el mayor tesoro. Para conservarla, nada ayuda tanto como el renunciar a la propia voluntad y poner la voluntad del Corazón divino en lugar de la nuestra, de manera que sea ella la que haga en lugar nuestro todo lo que contribuye a su gloria, y nosotros, llenos de gozo, nos sometamos a él y confiemos en él totalmente.

Fuente: De las cartas de santa Margarita María de Alacoque, virgen

ACORDÉMONOS DEL AMOR DE CRISTO

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Con tan buen amigo presente –nuestro Señor Jesucristo–, con tan buen capitán, que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir. Él ayuda y da esfuerzo, nunca falta, es amigo verdadero. Y veo yo claro, y he visto después, que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes quiere que sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo su Majestad se deleita.

Muy muchas veces lo he visto por experiencia; hámelo dicho el Señor. He visto claro que por esta puerta hemos de entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos. Así que no queramos otro camino, aunque estemos en la cumbre de contemplación; por aquí vamos seguros. Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes. Él lo enseñará; mirando su vida, es el mejor dechado.

¿Qué más queremos que un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo? Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe de sí. Miremos al glorioso san Pablo, que no parece se le caía de la boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el corazón. Yo he mirado con cuidado, después que esto he entendido, de algunos santos, grandes contemplativos, y no iban por otro camino: san Francisco, san Antonio de Padua, san Bernardo, santa Catalina de Siena.

Con libertad se ha de andar en este camino, puestos en las manos de Dios; si su Majestad nos quisiere subir a ser de los de su cámara y secreto, ir de buena gana.

Siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene: que amor saca amor. Procuremos ir mirando esto siempre y despertándonos para amar, porque, si una vez nos hace el Señor merced que se nos imprima en el corazón de este amor, sernos ha todo fácil, y obraremos muy en breve y muy sin trabajo.

Fuente: Del Libro de su vida, de santa Teresa de Jesús. Cap. 22, 6-7.12.14

CONVERSOS DEL SIGLO XX

Imagen por: RexC.Curry/Modificada por el autor de este blog



Panorámica general antes del Concilio Vaticano II

Sin ningún ánimo de exhaustividad, vamos a hacer un repaso de algunos conversos que han tenido mayor impacto cultural. Nos limitaremos al área occidental. Sin olvidar nunca que la Iglesia está muy viva y crece en otras áreas geográficas, como Corea, el África subsahariana, la India, China o Taiwan. Donde también son frecuentes las conversiones, incluidas conversiones de intelectuales.

Nuestro objetivo es trazar una panorámica, que nos permita identificar un poco las dimensiones de este fenómeno. Vamos a agrupar a los conversos por áreas lingüísticas. Se trata de un criterio algo arbitrario, pero nos permitirá ordenarlos según una cierta homogeneidad cultural. Son individualidades que no siempre es posible conectar entre sí, como si formaran una red o una secuencia. Lo más característico de una conversión es lo que tiene de relación personal con Dios, cosa que difícilmente se somete a clasificaciones. En todo caso, dividiremos la exposición en dos periodos: la «primera mitad» de siglo (que hacemos llegar hasta la preparación del Concilio Vaticano II; y la «segunda mitad», a partir de los años sesenta.

1) La veta francesa

La primera mitad de siglo significa en Francia un gran crecimiento de la presencia cristiana. Aunque esto no quiere decir que sea un crecimiento general, o que se hayan resuelto las dificultades culturales arrastradas desde la Revolución francesa y la instauración de un régimen republicano de fuerte sesgo laicista. El siglo XIX fue un siglo de renovación cristiana y de muchas fundaciones, después del tremendo trauma de la Revolución. Entre muchos otros, llama la atención la actividad de un converso, el P. Lacordaire, refundador de los dominicos en Francia, después de que esta orden de tanto arraigo hubiera sido suprimida por la Revolución. Al inicio del siglo XX, tenemos una pléyade de grandes dominicos intelectuales. Y, en otro grado, lo mismo sucede en otras órdenes y congregaciones. Como muestra del vigor intelectual de la época, tan llena de personalidades, ha quedado un notable conjunto de obras enciclopédicas cristianas, además de una infinidad de revistas.

En ese clima de vigor intelectual y espiritual, se producen algunas conversiones de enorme y permanente impacto. Basta pensar en los poetas Charles Péguy o Paul Claudel; y en los pensadores como el matrimonio Maritain (Jacques y Raissa) y Gabriel Marcel. Es difícil exagerar la importancia que tienen estos cinco personajes dentro de la cultura católica francesa de la primera mitad de siglo. Tanto por su actividad como escritores, como por sus contactos con muchas otras personas a las que ayudan en el camino de la fe.

Pero también hay más poetas, novelistas y dramaturgos (Max Jacob, Leon Bloy, Charles du Bos, Jean Cocteau, Huysmans, Julien Green); científicos (Alexis Carrel, Pierre Lecomte du Noüy); y militares (Charles de Foucault). Es de notar la del teólogo Louis Bouyer (Du protestantisme à l Église), después sacerdote oratoriano, experto en muchos temas de liturgia y diálogo interconfesional. Más adelante, la conversión de Lustiger, que sería cardenal arzobispo de París y procedía del judaísmo.

El clima de origen de casi todos los conversos franceses es el republicanismo radical típicamente francés, más o menos teñido de socialismo, según los casos. Son hijos tardíos de la ilustración laicista y anticlerical, que domina la mentalidad y las estructuras del Estado, y, de manera especial, la educación oficial, en los liceos y en las universidades. Como testimonio de toda esta época de conversiones, quedan los volúmenes de Convertis du 20 siècle, que editó Casterman, en los años cincuenta. Eran cuadernillos con las narraciones de las conversiones de mayor interés, muchas de ellas francesas, aunque no se limita al ámbito francés.

2) La veta anglosajona

Los cincuenta primeros años del siglo XX son muy importantes para la historia de la Iglesia católica en Inglaterra. Está dando sus primeros pasos desde el cisma provocado por Enrique VIII. A lo largo del siglo XIX el Estado ha suprimido progresivamente las leyes discriminatorias que existían contra los católicos. Se ha establecido la jerarquía católica y están creciendo todas sus instituciones con notable vigor. Por contraste, el anglicanismo padece una crisis doctrinal y espiritual que le lleva hacia posturas cada vez más liberales y, como ellos dicen, latitudinarias, ampliando constantemente los límites para no perder adeptos. Se puede decir que el proceso ha seguido hasta nuestros días, originando un flujo constante de recepciones en la Iglesia católica entre los elementos más preocupados por la identidad cristiana o con mayor amor por la tradición.

En este contexto, tiene una gran importancia, en el siglo XIX, el «movimiento de Oxford». Fue un intento, nacido en el seno de la Universidad de Oxford, para recuperar la identidad espiritual de la Iglesia anglicana. Supone un renacimiento en el terreno de los estudios doctrinales, de la práctica litúrgica y sacramental y de la devoción cristiana. Pero no consigue vencer los obstáculos interiores: por eso, una parte importante de sus miembros pasarán a la Iglesia Católica (Newman), mientras otros permanecen anglicanos (Keble), reforzando su corriente anglocatólica hasta el final del siglo XX. Todo esto será bellamente contado por el historiador Charles Dawson, él mismo converso. Dejará una huella muy honda en la tradición anglocatólica.

Evidentemente, la figura más relevante es el cardenal Newman, quien, al ser obligado a justificar su conversión escribe, probablemente, el relato más famoso que existe sobre una conversión, después de Las confesiones de San Agustín (Apología pro vita sua).

A su vez, Newman influye mucho en otros dos grandes conversos que nos han dejado también espléndidos relatos de sus itinerarios espirituales: G, K, Chesterton (Ortodoxia, Autobiografía), ensayista y columnista, lleno de simpatía y vitalidad. Y C. S. Lewis (Cautivado por la alegría), inteligente ensayista y profesor de literatura en Oxford y Cambridge (después de haber perdido su fe protestante en la infancia, se incorporó a la Iglesia anglicana). Son conversiones, preciosamente narradas, verdaderas obras maestras de la literatura. Se han convertido, ellas mismas, en camino de conversión, con un permanente impacto dentro del mundo anglosajón.

Además, hay notables incorporaciones al catolicismo entre clérigos anglicanos intelectuales (Hugh Benson, Ronald Knox, que llegarán a ser capellanes de Cambridge y Oxford), filósofos (Elisabeth Ascombe y Peter Geach), novelistas (Evelyn Waugh, Graham Greene, Muriel Spark) poetas (Gerard Manley Hopkins, Edith Sitwell); incluso notables actores (Sir Alec Guinnes). De muchas de ellas nos quedan interesantes testimonios. Todo este ambiente está maravillosamente narrado por Joseph Pearce, Escritores conversos. La inspiración espiritual en una época de incredulidad. En 1925 pasó del anglicanismo al catolicismo Frederic Copleston (1902-1994), mientras estudiaba en Oxford: después, jesuita y autor de una monumental historia de la filosofía. También fue importante el acercamiento de Thomas S. Eliot a la Iglesia anglicana, en su versión anglocatólica.

Este movimiento tiene un amplio impacto al otro lado del Atlántico, donde los tres autores (Newman, Chesterton, Lewis) marcan el itinerario de muchos conversos al catolicismo, hasta nuestros días. El mundo americano merecería por sí solo un estudio, teniendo en cuenta su honda tradición de revivals religiosos. El catolicismo ha tenido una presencia creciente y los testimonios de conversos son muy numerosos; algunos muy famosos. Especialmente, Thomas Merton, (1915-1968), de origen cuáquero, se convirtió en 1938, después de muchos viajes y el encuentro con El espíritu de la filosofía medieval, de Gilson. Se haría trapense. Lo cuenta en La montaña de los siete círculos. También se convirtió en 1927, la activista Dorothy Day (1897-1980), alma del Catholic Worker Movement. Lo contó en su novela de fondo autobiográfico The Eleventh Virgin. Menos famosa en su día, pero significativa, la conversión de Avery Dulles, hijo de un Secretario de Estado norteamericano, de origen presbiteriano no practicante. Sería jesuita y famoso teólogo, hecho cardenal por Juan Pablo II. Contó su itinerario en unas primeras memorias (A testimonial to Grace). También se convirtió en 1937, Marshall Mc Luhan que llegaría a ser un famoso ensayista.

3) La veta germánica

Tras la primera guerra mundial, se produce en Alemania (y Austria) una convulsión política y cultural, que produce un fuerte efecto espiritual. Hay una crisis de identidad y de sentido que mueve todas las preguntas. Esto produce también un aluvión de conversiones. Las más importantes proceden del luteranismo, muchas veces con una tradición ilustrada laicista (kantiana y ghoetiana), y desde el judaísmo, generalmente no confesante.

Merece la pena recordar a dos grandes profesores de Sagrada Escritura luteranos, Erik Peterson y Heinrich Schlier que se integraron en la Iglesia católica. También cabe recordar a pensadores como Peter Wust, que recupera la fe, y a Theodor Haecker, que, impresionado por la figura de Newman (y de Kierkegaard) se incorpora a la Iglesia desde el luteranismo. Pero el grupo más interesante, desde el punto de vista intelectual, es el que rodeó a Husserl en Gotinga: los primeros discípulos de la fenomenología, el Círculo de Gotinga.

La fenomenología propiciaba una gran apertura a las cosas y obligaba a poner cuidado en evitar los prejuicios. Esto hizo que entre los fenomenólogos de la primera hora se diera algo así como un esfuerzo de sinceridad, una apertura ante los misterios de la realidad, que los hizo abiertos y respetuosos ante las realidades del espíritu. De este modo, pudieron escuchar las distintas voces del mensaje cristiano. Muchos de ellos, procedentes de un judaísmo apenas practicante, se convirtieron sinceramente al cristianismo luterano (Von Reinach) o católico (E. Stein, Von Hildebrand; y Max Scheler que, después de varias oscilaciones, acabaría fuera de la Iglesia). Son particularmente importantes el testimonio de Edith Stein, en sus escritos biográficos; y el de Von Hildebrand, cuyas memorias todavía no se han publicado (pero existe una agradable biografía escrita por su esposa Alice). Edith Stein, después carmelita exterminada en un campo nazi de concentración, sería canonizada por Juan Pablo II y se convertiría en patrona de Europa. Hildebrand llegaría a ser un gran pensador de filosofía y ética en los Estados Unidos (Fordham) y dejaría una gran huella intelectual. Intervino en otras conversiones, por ejemplo de Hellmut Laun (Cómo encontré a Dios).

En el ámbito de la literatura alemana, merece la pena recordar a Gertrud von Le fort (antes luterana); y al novelista Alfred Döblin (antes judío); también a Franz Werfel, checo, de cultura alemana, que estaría siempre a las puertas del bautismo. Después, el dominio nazi y la Segunda Guerra mundial producirán una amarga crisis en la conciencia alemana, con un alto grado de problematización, que afecta también a los intelectuales cristianos (Heinrich Böll). Y se agudizará, mezclándose con problemas doctrinales (y también con el «complejo antirromano»), produciendo una situación difícil. Con todo, después de una dilatada vida narrada en sus diarios, al final del siglo, hay que notar la conversión del casi centenario Ernst Jünger, premio Nobel de Literatura.

4) La veta hispánica

En España o, más en general, en el ámbito de habla española, no tenemos muchos grandes relatos de conversión. En parte, porque el clima general es católico y las conversiones pueden suscitar menos impacto. En parte también porque se realizan de una manera progresiva. En nuestro ámbito escasean las grandes conversiones intelectuales, aunque sean frecuentes las conversiones de intelectuales. Ha sido frecuente, por ejemplo, el caso de pensadores laicistas, bautizados en su infancia, que, por la influencia de una esposa practicante, con la edad, se reconcilian con la Iglesia.

Aparte del caso singular de Donoso Cortés en el XIX, en la primera mitad del siglo veinte, encontramos otros casos notables. Quizá el más interesante, desde el punto de vista intelectual, es el de Manuel García Morente, amigo y colaborador de Ortega, Decano de la renovada facultad de filosofía de la Universidad Central de Madrid. Gran intelectual que deja un estupendo relato de su conversión (El hecho extraordinario), que podría ponerse dentro del grupo de los grandes relatos, junto a los de Chesterton o Lewis.

También se puede destacar el caso de la novelista Carmen Laforet, autora de una famosa novela premiada (Nada), que refleja el vacío existencial y de una segunda novela, de menos éxito, pero donde se reflejan aspectos de su conversión (La mujer nueva). Y el de la poetisa Ernestina de Champourcin, conversa durante su exilio en México, después de la Guerra Civil. Además, en el ambiente de la guerra civil, se puede añadir la conversión de Ramiro de Maeztu. Posteriormente, los libros-entrevistas de José Mª Gironella, 100 españoles y Dios; y Nuevos 100 españoles y Dios, permiten reconocer otros rastros e impactos varios. Hay muchas historias interiores, pero, quizá, el pudor español a mostrar la interioridad y también la politización de la posguerra, han hecho que no abunden o no sean conocidos.

5) La veta eslava

En Rusia, un cierto sector de la Intelligentsia, muy desengañado de las ofertas de la ideología comunista, redescubrió sus raíces cristianas (y ortodoxas). Rebroto en ellos el carisma del viejo cristianismo del pueblo ruso. Tenemos el precedente, en el XIX, de la conversión moral de Dostoievsky (y en parte, también, de Soloviev). Dostoievsky sufrió una honda transformación espiritual mientras estaba deportado en Siberia, en lo que él interpretó como un profundo encuentro con las honduras del alma rusa.

Un proceso paralelo se observa en la conversión de Alexander Solzhenitsyn, premio Nobel de Literatura y desvelador del Archipiélago Gulaj. Su itinerario personal está jalonado de encuentros con cristianos en los campos de concentración soviéticos. Allí muchos recuperaron la fe. Muchos testimonios de fe, vivida en los campos de concentración, y en otras circunstancias de martirio, han sido recogidas por Andrea Ricardi, Ils sont morts pour leur foi. La persécution des chrétiens au XX siècle (Plon/Mame, Paris 2002), a petición de Juan Pablo II.

También hay que notar los testimonios de Tatiana Goricheva, que narra su propia conversión y refleja un ambiente de recuperación de lo cristiano entre algunas minorías intelectuales, antes de la caída del muro de Berlín.

6) Otras vetas

Hay más por supuesto, que los que hemos visto. Podríamos incluir, por ejemplo, a la historiadora holandesa Cornelia J. de Vogel. A la novelista sueca y premio Nobel, Sigrid Undset. En Italia, es notable el caso de Israel Zolli (Zoller), rabino de la Sinagoga de Roma, que se hizo católico tras la segunda guerra mundial y dejó un gran relato. Y del escritor Giovanni Papini. En Canadá, el psiquiatra K. Stern, también de origen judío, dejó un estupendo testimonio, además de una honda influencia intelectual.

Constituye un testimonio del todo singular, el de la conversión del doctor Paul (Takashi) Nagaï, médico japonés de cultura sintoísta, pero ateo convencido. Removido por su experiencia clínica, se removió su materialismo y acabó encontrando la fe católica. Era profesor de medicina en Nagasaki cuando calló la bomba atómica y se convirtió en un héroe de la ciudad por su trabajo humanitario y social, y sus publicaciones, que ayudaron a la reconstrucción moral de la posguerra. Cuenta hermosamente sus recuerdos en Les cloches de Nagasaki (Las campanas de Nagasaki).
Fuente: Conoze.com

CONVERSIÓN DE JOHN WRIGHT

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John C. Wright, ateo, casado y con tres hijos pequeños, paga las facturas escribiendo manuales de informática, pero tiene bastantes fans como escritor de ciencia ficción. Su trilogía de «La edad dorada» está publicada en español por Bibliópolis, y Berenice ha publicado en nuestra lengua (con una traducción muy mala) sus dos novelas de fantasía de la serie La Guerra de los Mundos (El último guardián de Everness y Las nieblas de Everness).

Wright nació en 1961 y tuvo una juventud «introvertida, llena de libros, irreligiosa, nada atlética». Sus padres eran luteranos, pero dejaron de llevarle a la iglesia cuando él tenía 7 años, y sólo mantenían un cierto cristianismo cultural.

«Por muchos años he sido ateo, y un ateo vehemente, argumentativo y proselitista; no veía ninguna otra posibilidad para un pensador lógico», explicó en una entrevista en MostlyFiction.com.

En su blog, en septiembre de 2011, añadía: «yo era un campeón del ateísmo que daba argumentos a su favor tan convincentes que tres de mis amigos dejaron sus creencias religiosas debido a mi capacidad de persuasión, y mi padre dejó de ir a la iglesia».
«Mi reciente conversión al cristianismo fue un milagro, causada por una revelación sobrenatural, que satisfizo mi escepticismo en ese área y salvó mi vida. Para mi sorpresa, descubrí que sigo siendo un pensador perfectamente lógico. Sostengo que es insuficiente afirmar que puesto que el razonamiento humano no encuentra evidencia de un Ser Divino, tal ser no existe. La conclusión adecuada sería que los humanos, sin la asistencia e intervención de un ser divino, no pueden llegar a conocerle: una conclusión que creo que hasta los ateos admitirán», añade.

Ateos: equivocados en todo menos en religión

En noviembre de 2003, con 42 años y después de muchos años de debate con amigos ateos, Wright llegó a una conclusión: excepto en lo relativo a lo sobrenatural y la existencia de Dios, «mis colegas ateos se equivocaban de forma horriblemente cómica en cualquier punto básico de filosofía, ética y lógica, mientras que mis odiados enemigos cristianos tenían razón». Menos en lo referente a Dios y la religión.

«Siendo un filósofo, no un pedante, sometí el asunto a una prueba empírica. Por primera vez en mi vida recé. Dije: Querido Dios, no hay forma lógica en que puedas existir, e incluso si aparecieses ante mí en carne y hueso, te consideraría una alucinación. No se me ocurre ninguna forma o evidencia, no importa lo clara que sea, para que me demuestres tu existencia. Pero los cristianos dicen que eres benevolente, que mi falta de creencia en ti me condenará inevitablemente. Si, como dicen, te importa si me condeno o no, y si, como dicen, eres sabio y todopoderoso, puedes demostrármelo aunque sé que es algo lógicamente imposible. Gracias por adelantado por cooperar en este asunto. John C. Wright.»

Pasaron tres días. Wright estaba tranquilo y satisfecho de ser «lógico, objetivo y de mente abierta». Y sucedió. En sus palabras:
«Sin aviso previo, tuve un ataque al corazón, y caí al suelo, gritando y moribundo. Entonces, me salvé de una muerte cierta sanado por fe (»by faith-healing«). Tras lo cual, sentí que el Espíritu Santo entraba en mi cuerpo, tras lo cual, inmediatamente fui consciente de mi alma, una parte de mi que hasta entonces pensaba que no existía. Me visitó la Virgen María, su Hijo, Su Padre, por no mencionar otros varios espíritus durante varios días, incluyendo periodos deéxtasis divino y una conciencia de la unidad mística del universo…»

Y continúa:
«Y una semana o así después de eso, tuve una experiencia religiosa en la que entré en la mente de Dios y vi la indescriptible simplicidad y complejidad, amor, humor y majestad de Su pensamiento, yentendí el gozo más allá de toda comprensión y entendí la unidad que subyace en todas las cosas, y la paradoja del determinismo y la libre voluntad me quedó clara, así como la naturaleza sinfónica de la profecía. Se me mostró la estructura del tiempo y del espacio.»

«Y entonces Cristo en una visión me dijo que Él sería mi juez, y que Dios no juzga al hombre. Se lo expliqué a mi esposa. Y un mes después, mientras por primera vez leía la Biblia –más allá del mínimo indispensable de la escuela– encontré el párrafo de Juan (Juan 5,22), que nunca había visto antes, que ningún cristiano nunca me mencionó, donde dice eso mismo con esas palabras. Y después he visto como una o dos docenas de oraciones eran respondidas de forma milagrosa, tanto que ahora me parece una rutina normal, más que un acto extraordinario de la fe».

En diciembre de 2006, también en su blog, Wright describía así su experiencia, detallando algo más su encuentro con la Virgen:
«Lo que vi fue tan simple como el amor mismo, e igual de misterioso. No fue una vaga luz o sensación difusa la que encontré, sino personas con las que hablé, un espíritu, un apóstol, la Señora, el Paráclito, el Mesías, y el Padre. El Espíritu Santo entró en mi alma, le sentí hacerlo, y algo cambió dentro de mí: la gracia fue vertida en mí como en una pequeña copa, vino alquímico que convierte el latón en oro.

Media docena de experiencias místicas

Debería decir «experiencias», en plural. No una, sino seis, en un lapso de meses, y que continúan hasta hoy. He visto visiones y experimentado milagros, he visto oraciones respondidas y ocurrir cosas aún más extrañas. Un único evento sobrenatural sería suficiente para convencer a un ateo honesto acerca de la existencia de algo en el universo que no encajaría en el modelo materialista, científico. Yo he tenido media docena de tales experiencias, cada una diferente en naturaleza, duración y tipo respecta de las otras: una vergüenza de evidencia; abrumadora; definitiva. No encontré a un dios genérico, el dios de los filósofos, o algún Ser de Luz de la New Age. Encontré a tres personas de la Trinidad, una tras otra.

Y María. Hablé con ella. Desearía poder hablaros de su ternurasu simple y llana bondad de corazón. Ella está más alto ahora que cualquier reina, y vive donde el gozo vive siempre, y espíritus luminosos la rodean como velas votivas, pero desearía poder hacer algo, cualquier cosa para deshacer los dolores que conoció en vida. Pobre mujer. Pobre, pobre mujer. Si esto fue todo una alucinación, si fue todo locura, de verdad que aún así la creería, sólo por la ínfima posibilidad de verla nuevamente en el cielo, y sostener su mano nuevamente. Sus manos eran las manos callosas de una esclava.»

Y en distintos puntos de su blog advierte que «no puedo decir más que lo que he dicho; se me pidió que no lo hiciera; quizá ya he revelado más de lo que debía».

Sin renunciar a la razón y la filosofía

¿Qué pasa cuando un hombre que se considera lógico y racionalista, capaz de sentarse y llevar ideas lógicas a grandes distancias como para escribir ambiciosas historias de ciencia ficción, con trabajadas argumentaciones, descubre a Dios por pura gracia mística?

Una tentación es caer en el fideísmo y despreciar el pensamiento racional. Pero Wright descubrió que en el catolicismo la razón y la lógica es apreciada, y que solo los fundamentalistas (ateos o cristianos) la desprecian.

«El cristianismo resulta ser una mejor filosofía que la filosofía misma. Es una visión del mundo racional, auto consistente y significativa, una que promueve la virtud y la honestidad, y al mismo tiempo una actitud filosófica hacia el sufrimiento. La filosofía pagana, como la de Aristóteles y Platón, llamaba a los hombres a vivir y morir como hombres con un alma grande, como estoicos, y a vivir honesta y honorablemente, sin temor: pero su mundo era tal que incluso Aquiles era una sombra en el hades, su universo, uno donde el temor es racional, pues el motor inmóvil no se moverá para salvarte. El estoicismo, la doctrina de Epicteto y Marco Aurelio, Séneca y Cicerón, explica lógicamente por qué es mejor vivir una vida según la Naturaleza, pero no dota al alma con las armas necesarias para hacerlo. La filosofía moderna, las especulaciones y devaneos de Rousseau, Nietzsche, Sartre, Marx, Russell, Wittgenstein, es basura, y un niño de escuela puede detectar las contradicciones, inhumanidades, y patentes absurdos en su trabajo. El cristianismo hace todo lo que estos pensadores se proponen hacer, y además te entrega las catedrales y la Pasión de San Juan, la Navidad y John Milton.»

«La religión cristiana pone un énfasis en la razón que otras religiones, salvo el judaísmo, no comparten, o no al mismo nivel. Ninguna de ellas menciona el LOGOS, el principio racional, la palabra, emanada directamente del Padre. La encarnación hace del Dios cristiano más humano y humanitario que el Dios que vemos en el Antiguo Testamento o en el Corán. El Dios de la trinidad no está solo.»

Niños, ciencia y libertad

«El cristianismo parece ajustarse más al modo en que la vida humana realmente es, comparado con otras religiones, al menos en mi humilde apreciación. Hay una preocupación y amor por los niños que no he notado en otras religiones, una santidad hacia el matrimonio, una preocupación por la vida humana, una preocupación por la monogamia, por el valor individual, más central a la tradición cristiana que a la tradición de otras religiones. La cristiandad barrió la esclavitud en el mundo, lacristiandad inventó la ciencia [lo argumenta con clérigos como Copérnico, Mendel, Lemaitre, Alberto Magno, Roger Bacon, Pierre Gassendi, Boskovich, Marin Mersenne, Grimaldi, Oresmes, Buridan, Grosatesta, Clavius, Nicolas Stenon, Atanasius Kircher y laicos católicos como Galileo, Descartes, Pasteur, Pascal, Ampère, Coulomb, Fermat, Lavoisier, Volta, Cauchy y Pierre Duhem]. Si el cristianismo fuera enemigo de la ciencia, occidente sería la más atrasada de las potencias tecnológicas, y los chinos, siguiendo al pragmático y mundano Confucio, serían los líderes.»

En cuanto a los argumentos con los que amigos o conocidos ateos respondieron a su testimonio, quedó defraudado. «Yo era uno de vosotros y era muy bueno en mi trabajo, y me avergonzáis con la debilidad y tontuna de vuestros intentos en algo que antes yo hacía tan bien», responde en su blog a algunos comentarios.

«El argumento de que los milagros son increibles porque no se pueden creer, incluso si no fuese circular, es menos persuasivo de lo que parece a primera vista, sobre todo cuando se lo dices a un escéptico que sin embargo es testigo de varios milagros, oraciones respondidas, visiones, experiencias religiosas, conocimiento de hechos antes de que sucedan, etc… Obviamente, yo que he visto milagros ex postiori, no puedo adoptar a priori la postura de que los milagros no pueden existir, no sin perder mi integridad como filósofo o mi honor como hombre».

Preparando un libro

Han pasado casi 8 años desde su experiencia mística y su curación milagrosa del ataque de corazón. Wright sigue escribiendo novelas de ciencia ficción (y manuales de informática). Pero ha firmado con una editorial el proyecto de un libro de apologética cristiana. «Mi plan es que cada capítulo vaya alternando cartas que mi antiguo yo escribe a mi yo actual, y viceversa; así se desarrolla un diálogo entre las ideas teístas y ateas sin que interfiera la personalidad del filósofo, que en este caso es la misma. Por ahora se titula: 'Cartas del mañana'»

Fuente: Conoze.com

CONVERSIÓN DE TOM CABEEN


Imagen por: Chnetwork.org

Era un betelita, pues estuvo entre los principales dirigentes en la casa Betel, sede de los testigos de Jehová a nivel mundial.
Mi experiencia con los testigos me hizo comprender que es fácil ser atrapado por una organización y perder el sentido de la verdadera naturaleza del cristianismo. Yo creo que la BIblia nos dice cual es nuestro proposito y que cuando nosotros nos rebelamos Dios envio a su propio hijo para rescatarnos del pecado.

Dirigente en la Watchtower

En el Hogar Betel (como normalmente se llama a la central de Brooklyn), me apliqué con diligencia a mi trabajo. Estaba determinado a aprender tanto como fuera posible sobre las enseñanzas de la Watchtower. Mi voluntad de entregarme al trabajo y una aptitud natural para el mismo resultó en que me fueran asignados otras responsabilidades que generalmente estaban reservadas a gente de mayor edad que yo.

Poco después de mi llegada a Betel, mis padres comenzaron el ministerio de tiempo completo (precursorado). Mi padre fue invitado a ser superintendente de circuito (predicador viajero) y así se dedicó a visitar las congregaciones de habla hispana en el suroeste y el noreste de los Estados Unidos por unos diez años. En Nueva York fui asignado como miembro del comité de servicio de mi congregación local a la edad de diecinueve años y luego como anciano en 1971 a los veintiún años. Al año siguiente fui nombrado un "anciano betelita". Como tal, me tocó hablar en las conferencias y asambleas públicas como representante de la Watchtower. A la edad de veintisiete años me tocó ser el discursante principal en la asamblea de distrito de Roanoke, Virginia.

En Betel se me asignó a trabajar en el linotipo grande que producía la revista "La Atalaya". Un año después fui nombrado supervisor de una serie de linotipos. A los veintisiete años fui nombrado superintendente del taller de impresión. Cultivaba amistades con miembros maduros y responsables de Betel, muchos de ellos escritores o personas que trabajaban en otras oficinas importantes a las que eran asignados los testigos más leales y mejor formados. En esos tiempos solía tener conversaciones con ellos sobre las enseñanzas de la Sociedad y el funcionamiento de la organización.

A fines de 1973, volví a encontrarme con una joven y encantadora mujer llamada Gloria, que también era betelita y a quien había conocido poco después de su llegada a Betel en el año 1971. Noviamos por un tiempo, nos enamoramos y nos casamos el 25 de mayo de 1974. Gloria, igual que yo, era una ferviente entusiasta de la Sociedad Watchtower y una persona muy trabajadora. Ambos habíamos decidido dedicar completamente nuestras vidas como miembros de la sede principal durante los pocos años que quedaban antes de que llegara el fin del mundo en el Armagedón. Los dos aprendimos francés y nos ofrecimos para trabajar con Testigos de habla francesa, en su mayoría haitianos, en Newark, New Jersey.

Surgen dudas inquietantes

Aunque había sido Testigo durante casi 10 años (me bauticé en 1959), nunca había leído la Biblia en su totalidad. Me decidí entonces a hacerlo. Esto suscitó muchas dudas que rondaban en mis pensamientos. Cuanto más leía, más contradicciones encontraba entre las sencillas explicaciones que ofrecían las Escrituras y mis creencias como Testigo. Al principio atribuí mi falta de comprensión a mi juventud e inexperiencia. Pero, con el transcurrir del tiempo, el respeto y confianza que me conferían mis pares comenzó a incrementarse.

A esta altura, comencé a hablar cautelosamente de mis dudas sobre la Biblia con miembros mayores y bien respetados de la sede principal. Me sorprendió descubrir que había muchos de ellos que tenían los mismos problemas que yo y también la forma en la que abiertamente hablaban de esos asuntos. Empecé a mirar a las enseñanzas de la Watchtower desde diferentes puntos de vista a partir de la publicación del libro "Ayuda para Entender la Biblia" en 1971. Se produjeron cambios en la organización que dejaron la puerta abierta al examen de otras enseñanzas fundamentales. Me preguntaba "si nos hemos equivocado pensando que ciertas actividades estaban sólidamente basadas en las Escrituras, ¿no podríamos acaso también estar equivocados en las doctrinas?" Yo no era el único que se preguntaba esas cosas.

Durante la década de los 70, una creciente cantidad de personas sinceras de la sede principal comenzó a leer las otras traducciones bíblicas aparte de la Traducción del Nuevo Mundo de Watchtower y también comentarios bíblicos. Empezamos a reunirnos en grupos informales en los que estudiábamos y debatíamos abiertamente, sin la "asistencia" de las publicaciones de Watchtower. Para 1979, me convencí de que no había forma de reconciliar algunas enseñanzas claves de Watchtower con la Biblia. Sin embargo, todavía confiaba en que Dios estaba guiando a la organización, de modo que yo creía que se avecinaban grandes cambios. Los aguardé con ansiosa expectativa.

Por otra parte, mi esposa Gloria, estaba descontenta en Betel. Sus dificultades no eran principalmente de índole doctrinaria sino que tenían que ver con la manera en que eran tratadas las personas. Deseaba abandonar Betel para tener hijos. A mi manera de ver, la cronología de la Watchtower era correcta. Por lo tanto, no lograba entender por qué todo el mundo quería irse faltando ya poco para el fin del mundo. Le mencioné el tema a un amigo de confianza del Cuerpo Gobernante, Ray Franz. Me dio una copia de una carta que había sido escrita a la Sociedad Watchtower por Carl Olof Jonsson, un Testigo miembro del cuerpo directivo de Suecia. Jonsson presentó pruebas irrefutables de que la cronología de Watchtower contenía serios errores. La lógica que utilizaba y la documentación que presentaba eran sólidas y de gran erudición. Leí la evidencia una y otra vez. Finalmente, me convencí.

Lo que resultaba difícil de aceptar no era el error en sí mismo, sino su consecuencia: la cronología era y es absolutamente esencial para determinar la afirmación de la Sociedad Watchtower de que es el "canal de comunicación" de Dios con la humanidad en el breve período previo al fin del mundo. Comencé a considerar seriamente la posibilidad de que la Sociedad Watchtower no era lo que sostenía ser. Parecía existir la certeza de que los líderes de la Sociedad en el mejor de los casos habían sido inducidos al error, o en el peor de los casos eran hipócritas y falsos profetas. Si bien yo había disfrutado muchísimo estar a su servicio y amaba de verdad a mis hermanos y hermanas Testigos, parecía prácticamente seguro que mi partida definitiva era inevitable.

Así murió en mí el deseo de apoyar activamente algo en lo que ya no creía. Mi función en la sede principal había llegado a su fin. En medio de este período de confusión, mis padres vinieron a Nueva York desde Texas para visitarnos. A raíz de algunos comentarios que hice acerca de la excomunión de algunos de nuestros amigos íntimos, intuyeron que mi actitud incondicional anterior de apoyo a la organización estaba cambiando. Les aseguré que nunca abandonaría a Dios, Jesucristo o la Biblia pero que no podía negar que tenía serias dudas relacionadas con la autoridad de la organización. Pero ya sin la fe en la cronología de la Watchtower, no existía ningún motivo para posponer nuestro deseo de formar una familia.

Decidimos irnos de Betel lo más pronto posible. Nos marchamos el 15 de julio de 1980. Todavía no estaba preparado para alejarme de toda mi comunidad. Toda nuestra vida estaba ligada con los Testigos de Jehová. También tenía la impresión de que estaríamos en una situación más favorable para que nuestros padres comprendieran cómo había cambiado mi forma de pensar si aún manteníamos una relación. Las cosas no salieron como esperaba. Ese fue el comienzo de un profundo distanciamiento que duró un cuarto de siglo. Continuó incrementándose hasta que me encontré casi completamente aislado de mis padres. Nunca pude reconciliarme con mi padre antes de que falleciera en el 2002. Todavía lo amo y le echo de menos.

Todo estaba por dar un vuelco total. Teníamos que recomenzar nuestras vidas. Carecíamos de dinero, pues había pasado los doce años previos como voluntarios sin salario. Había estudiado mucho y tenía experiencia laboral y conocimientos técnicos, pero no tenía título universitario. Le pedí prestados 300 dólares a mi suegro para trasladarme a Lancaster, Pennsylvania, con lo poco que teníamos. Vivimos con los padres de Gloria durante diez semanas hasta que pude conseguir un empleo y encontrar un lugar donde vivir.

Expulsado (excomulgado) de la hermandad de los Testigos de Jehová

Tuvimos que abandonar la sede principal por propia voluntad pero todavía la organización me tenía una gran estima, de modo que poco después de llegar a Pennsylvania, me nombraron miembro del cuerpo de ancianos. Tenía dudas, pero no encontraba motivos para alejarme de los Testigos de Jehová, siempre que mi relación con ellos no requiriera incumplir con lo que me dictaba la conciencia. Sin embargo, descubrí que esa meta era cada vez más difícil, ya que la tendencia general de las publicaciones de la Watchtower durante esos meses consistía en advertencias contra los que no concordaban con sus enseñanzas a los que tildaba de "apostatas" y merecedores de la condena eterna. Después de un año aproximadamente, renuncié a mi cargo de anciano.

Para entonces, teníamos un hijo, Matthew, que había nacido el 9 de agosto de 1981. Alrededor de un año y medio después, los miembros del consejo de la congregación de Lancaster, pidieron hablar con Gloria y conmigo luego del habitual Reunión de Servicio de los jueves a la noche. Resultó ser una sesión judicial informal. Me interrogaron (en presencia de Gloria) durante más de una hora acerca de si tenía algunas "dudas." El único tema específico por el cual fui interrogado era si creía o no que la Sociedad Watchtower era una organización de Jehová. Respondí que Dios había obrado a través de los Testigos de Jehová pero que no estaba dispuesto a limitarse a obrar exclusivamente a través de ellos. El es Dios, después de todo, manifesté y puede hacer todo lo que quiera.

La reunión finalizó sin que se tomaran medidas. Si bien habíamos sido bastante activos con la congregación durante más de dos años y medio, pocos, si es que los había, sabían que teníamos dudas. No obstante, en menos de un par de días, muchos habían oído que éramos "escépticos". Nos pidieron que asistiésemos a otra reunión breve un par de semanas después. Los miembros del consejo nos hicieron saber que dado que nuestras dudas en la congregación eran "vox populi", tenían que tomar alguna medida. Mencioné que ninguna persona de la congregación sabía nada de nuestras dudas antes de que los ancianos se reunieran con nosotros. Era obvio que los mismos miembros del consejo habían difundido esa idea luego de nuestra reunión.

'La esposa de un anciano le había mencionado a una cuñada de Gloria algunos detalles de la reunión. Uno de los miembros del consejo respondió, "Cómo se llegó a conocer la información no es el tema que interesa. Ahora que es de dominio público, debemos tomar medidas". Anunciaron su decisión de expulsarnos. Esto significaba que a nuestra familia y amigos se les requeriría que nos rechazaran o de lo contrario, serían también expulsados. Nosotros tuvimos la impresión de que la decisión de expulsarnos había sido tomada antes de que se reunieran con nosotros, sobre la base de factores que no eran ni pruebas ni nuestro propio testimonio. Resultaba evidente que no serviría para nada apelar la decisión. De esta manera terminaron casi tres décadas de nuestra relación con los Testigos de Jehová. Nuestra comunidad religiosa nos había rechazado y ahora estábamos solos.

¿Obra Dios a través de una organización?

A pesar de la forma en que fuimos tratados, había muchas cosas admirables en los Testigos que yo estaba seguro que eran correctas. Había descubierto el error, pero lo que quería era la verdad. Necesitaba alguna manera confiable de saber cuáles enseñanzas de la Watchtower eran reales y cuáles eran falsas. Debido a que una vez creí que Dios empleaba a la organización de la Watchtower como un canal exclusivo para comunicarse con sus fieles, concentré mis reflexiones en ese tema. Mi esperanza era poder escribir un ensayo que ayudara a mis padres (más que nada) a entender por qué había modificado algunas de mis opiniones sobre la Sociedad Watchtower. Empleando mi concordancia y el diccionario bíblico, comencé minuciosamente a buscar en las Sagradas Escrituras evidencias en cuanto a si Dios alguna vez había usado o no alguna organización como instrumento oficial para comunicarse directamente con la humanidad.

Concluí que no y publiqué mi ensayo en un artículo que titulé "¿Obra Dios a través de una organización?" Con los años, fue traducido a varios idiomas y tuvo una circulación bastante amplia entre los Testigos que se separaban de la organización, especialmente cuando el Internet comenzó a utilizarse masivamente. Si bien en ese momento actué sin sentimiento de culpa, siento un poco de tristeza por el éxito que tuve y debo aceptar el hecho de que mis escritos probablemente inducieron a muchos al error. Inicialmente, no entendía la diferencia entre las organizaciones humanas y la verdadera iglesia, el Cuerpo de Cristo. Más tarde, corregí mi artículo para demostrar que Cristo estaba orgánicamente unido a Su Cuerpo, lo que no sucedía con las organizaciones humanas. Pero todavía tenía mucho que aprender sobre lo que Jesús había iniciado y preservado: una iglesia visible; un cuerpo vivo en el que El mora.

Una mano tendida hacia los ex Testigos

Luego de marcharme de Betel, me mantuve en contacto con ex Testigos amigos y trabé amistad con algunos nuevos. Comenzó a formarse una red cada vez mayor, mediante la cual se intercambian palabras de consuelo y aliento. Durante el verano de 1983, mi amigo Peter Gregerson nos invitó a nosotros y a varios Testigos a una reunión, en la que se decidió dar carácter oficial al grupo en forma de un ministerio. A nuestro grupo lo llamamos "Biblical Research and Commentary Incorporated", BRCI para abreviar.

El objetivo era producir materiales y proporcionar apoyo a los Testigos que se separaban, para facilitarles la penosa transición de la Sociedad Watchtower al "mundo exterior". El siguiente verano—en 1984—la primera de varias reuniones anuales se celebró en Gadsden, Alabama.

Muchos Testigos expulsados tienen miembros de la familia o cónyuges que aún siguen siendo leales a la organización. Nos parecía que un nombre mas bien neutral podía facilitar el envío de materiales a alguien sin alertar a los miembros de la familia que eran Testigos sobre el hecho de que el destinatario estaba hablando a un ex testigo, lo cual estaba terminantemente prohibido. Por lo que yo recuerdo, Ray Franz sugirió el nombre, aunque nunca fue miembro del directorio de BRCI.

Establecimos una línea telefónica confidencial de ayuda para confortar a las personas que se sentían dolidas por dejar la organización de la Watchtower. Poco después de su publicación, mi artículo sobre la Organización era siempre incluido en el paquete informativo que se enviaba a los que llamaban a la Línea de Ayuda de BRCI. Experiencia eclesiástica Durante aproximadamente los primeros siete años, Gloria y yo leímos y estudiamos la Biblia por nuestra cuenta o con otros ex Testigos con los que nos reuníamos semana por medio en un pequeño grupo de apoyo. Formamos fuertes lazos sociales con estos queridos amigos pero nuestro crecimiento espiritual fue lento. Generalmente, nuestros debates se centraban más en cosas en las que alguna vez creíamos que eran verdad pero que habíamos rechazado.

A menudo volvíamos sobre lo mismo cada vez que nos reuníamos. Finalmente Gloria dijo, "Ya estoy cansada de examinar una y otra vez las mismas cosas de siempre. ¡Quiero aprender algo nuevo y verdadero sobre Cristo!" También ya había llegado nuestro segundo hijo, James, nacido el 22 de noviembre de 1986. A medida que nuestros hijos comenzaban a crecer, sentimos cada vez más la necesidad de encontrar cristianos que creyeran en la Biblia con los que nuestros hijos pudieran relacionarse.

Muchos de los niños de nuestro barrio eran educados como humanistas seculares y no compartían ni nuestros principios cristianos ni nuestros puntos de vista sobre la importancia de agradar a Dios. Probamos con una iglesia del lugar y enseguida nos hicimos amigos del pastor y su esposa. Cuando se enteró sobre mi currículum, me pidió que me hiciera cargo de una clase de escuela dominical para adultos. Me sorprendió que no me pidiera más detalles sobre mis verdaderas creencias.

Ni siquiera asistió a la clase para ver lo que enseñaba. Esto me pareció extraño, pues para mí, la precisión doctrinaria era todavía importante. Pero siempre enseñaba la "ortodoxia" en el sentido de que podía respaldar mis enseñanzas tanto a partir de las Sagradas Escrituras como a partir de comentarios protestantes que gozaban de respeto. Ni Gloria ni yo jamás nos hicimos miembros de esa iglesia. No queríamos incorporarnos a ninguna organización religiosa. Después de enseñar allí durante alrededor de un año, el pastor me pidió a su pesar que dejara mi puesto de maestro, ya que opinaba que no podía tener a alguien que diera clases y que a la vez no fuera miembro de la iglesia. Creo que tenía razón. Fue una buena experiencia en términos generales.

Empezamos a hacer amigos cristianos. Nos enteramos que no todos los cristianos evangélicos estaban totalmente convencidos sobre la verdad doctrinal como lo estábamos nosotros. Buscábamos una comunidad de creyentes que tuvieran muchos niños y una gran cantidad de programas para ellos. Finalmente, nos fuimos adaptando poco a poco a una hermandad bautista evangélica independiente. Ahí conocimos a muchos cristianos excelentes y rápidamente nos involucramos en actividades eclesiásticas. Unos meses después de que comenzáramos a asociarnos con esa iglesia, otra vez me pidieron que diera clases bíblicas para adultos, actividad que desempeñé ininterrumpidamente durante catorce años.

Lecciones de Historia

A fines de la década de los 90, comencé a trabajar en otro artículo con el objeto de complementar el que había escrito acerca de la organización. Mi intención era ayudar a ex Testigos a encontrar otros creyentes y a relacionarse con ellos. Quería que se sintieran cómodos ayudándolos a comprender que muchas iglesias actuales enseñan y rinden culto en forma similar a los discípulos del siglo primero. Pensé que sería de utilidad mostrar cómo eran los primeros cristianos, cómo estaban estructuradas sus congregaciones, cómo vivía y rendían culto y en qué aspectos se diferenciaban de las enseñanzas y la práctica de los Testigos de Jehová.

Quería que comprendieran que vivir como cristianos era lo que más importaba y los alentaba a incorporarse a cualquier hermandad cristiana centrada en la Biblia. Comencé empleando solamente las Escrituras y pronto me di cuenta que tantas cosas que se enseñan y practican en las iglesias no pueden fundamentarse directamente a partir de las Escrituras solamente. Terminé comprando libros de historia—con el tiempo obtuve docenas de ellos—además de hacer mucha investigación en el Internet. Cuando terminé de escribir "¿Dónde está el Cuerpo de Cristo?" recibí algunos lindos comentarios. Pero lo que iba descubriendo suscitaba en mi mente muchas más preguntas que respuestas.

Un cambio de visión fundamental

Mientras investigaba, comencé a encontrar por casualidad referencias a los "Primeros Padres de la Iglesia". Prácticamente todos los eruditos, tanto católicos como protestantes (excepto algunos eruditos modernos) demostraban un gran respeto por ellos. En ese momento, solamente tenía una muy vaga idea de quienes eran. Cuando me enteré, a fines de los 90, que mi amigo David Bercot había publicado un Diccionario de las Creencias de los Primeros Cristianos, compré un ejemplar. Le eché una mirada pero no leí mucho.

Tenía mis propias ideas sobre cómo era la iglesia de los primeros cristianos y de qué manera creían y rendían culto. A casi veinte años de haber abandonado la Sociedad Watchtower, todavía creía que poco tiempo después del siglo primero, la fiel iglesia apostólica de los primeros cristianos se había transformado en la corrupta Iglesia Católica Romana.

Los Reformadores, como me enteré después, tenían un punto de vista similar, excepto que establecían la fecha de "la gran apostasía" en el siglo cuarto o quinto o aún más tarde. Sin embargo, tanto Lutero como Calvino creían que la iglesia antenicena era realmente auténtica. Uno de los objetivos de la Reforma fue devolverle a la iglesia su pureza original, impoluta, antenicena. Esto me hizo pensar en las consecuencias del concepto de la "gran apostasía".

El corolario de esta doctrina es que Jesús no tuvo una congregación de fieles discípulos, ninguna organización visible o iglesia en la tierra, durante un prolongado período, posiblemente varios siglos, hasta que algún individuo (Martín Lutero, Juan Calvino, John Wesley, Joseph Smith, Charles Russell o cualquier otro), basándose solamente en los escritos de los primeros cristianos, los comprendieron correctamente y "restauraron" el verdadero cristianismo apostólico en la tierra.

Finalmente concluí que ese punto de vista era indefendible. Porque significaría que la mayoría de las personas que vivieron entre la apostasía y la "restauración", cada vez que supuestamente ocurría, prácticamente no tendrían ninguna oportunidad de convertirse en verdaderos cristianos, dado que al parecer nadie era capaz de reconocer "las sencillas verdades que se enseñan en la Biblia" hasta que aparecieron los reformadores.

La iglesia: ¿visible o invisible?

También comencé a pensar seriamente acerca de cómo debe ser la verdadera iglesia de Jesucristo. Debido a mi propia experiencia, no me costó aceptar el punto de vista de la "iglesia invisible", en la que todos los miembros de la "única santa iglesia católica y apostólica" se encuentran diseminados por todas las confesiones cristianas del mundo y está compuesta por los hombres y mujeres de cada comunidad cristiana que realmente se toman en serio la fe e intentan vivir de acuerdo a las Sagradas Escrituras.

La mayoría de las comunidades de fe que vi estaba aparentemente repleta de pecadores que no practicaban su fe. Pero mientras pensaba en eso, empecé a darme cuenta que esta perspectiva presentaba problemas insalvables. Una iglesia invisible es una "comunidad" de personas diseminadas que no se conocen ni están en contacto mutuo. En realidad, carece totalmente de características visibles (porque, después de todo, es invisible). No podemos saber nada seguro de una iglesia semejante: dónde están, en qué creen, cómo rinden culto.

Concluí de que todo era asunto de imaginación. Es como queremos que sea, ya que no existe nada real con la cual la podamos comparar. Es una iglesia que interpretamos a nuestra manera. Y lo más importante es que no se parece absolutamente en nada a la iglesia descripta en el Nuevo Testamento, que estaba llena de personas reales, santos y pecadores. Poseía una estructura que incluía presbíteros, diáconos y discípulos de Cristo que se sometían, en mayor o menor grado, a su liderazgo. Cada congregación de los fieles de Dios descripta en las Escrituras no es solamente visible, es humana, con todos los problemas que existen en cualquier familia, club o comunidad de seres humanos en cualquier parte. ¿De qué otra manera podría cualquier iglesia ser la sal y la luz de la comunidad? ¿De qué otra manera podrían los no creyentes ver sus buenas obras y glorificar a Dios? Hasta los reformadores, aunque rechazaban la autoridad de Roma, reconocían la existencia y la necesidad de un conjunto visible de creyentes.

Seguí leyendo libros de historia, lo mismo que los escritos de los primeros cristianos. A éstos los consideraba representaciones precisas de lo que el conjunto principal de antiguos cristianos creían y practicaban. Me sorprendió de que tantos conceptos y enseñanzas que anteriormente rechazaba me las hubiesen presentado incorrecta, e inclusive, deshonestamente, en la Watchtower y en la literatura evangélica, presentándolas como si fuesen ilógicas o reñidas con las Sagradas Escrituras. Tal como las presentaban los primeros cristianos, por lo general tenían más sentido y se correspondían mejor con las Escrituras que muchas de las explicaciones que había leído en comentarios. Comencé a aceptar una cantidad cada vez mayor de enseñanzas que allí encontraba, simplemente porque eran claras, maduras y se ajustaban a las Escrituras. Una por una, analicé estas enseñanzas comparándolas con las Sagradas Escrituras y mientras me convencía de su validez, paulatinamente mi interpretación del cristianismo comenzó a cambiar.

La complejidad de ciertos pasajes con los que había lidiado durante años comenzó a desaparecer lentamente. Realmente todas las piezas empezaban a encajar (por primera vez en la vida). Toda mi interpretación del cristianismo se modificó. Sacramentos Los primeros cristianos creían que el pan y el vino servidos durante la comunión, cuando son consagrados por el presbítero, realmente se convierten en el cuerpo y sangre de Jesucristo. Por supuesto, esto es exactamente lo que Jesús dicel claramente en Juan capítulo 6. Sin embargo la mayoría de los protestantes consideran que las palabras de Jesús son simbólicas. Ninguno de los primeros cristianos lo entendió así. En realidad, con poquísimas excepciones, ningún cristiano antes de la Reforma Alemana ni tan siquiera puso en duda esa enseñanza. Esta fue mi introducción al concepto de "sacramentos" de la fe cristiana, objetos materiales a través de los cuales Dios transmite la gracia a sus fieles. Nunca los oí mencionar entre Testigos o cristianos evangélicos. Todo el concepto me resultaba nuevo y extraño. Pero a medida que leía y oraba y pensaba en eso, el asunto cada vez tenía más sentido. En síntesis, el culto sacramental enseña que Dios obra a través de cosas simples como agua, pan, vino y aceite.

Estos objetos materiales, cuando son consagrados y empleados en la iglesia que Jesús fundó, se transformam en los medios por los que la gracia de Dios se comunica a los seres humanos. Desempeñan un papel fundamental en la sanación y nos devuelve a una plena hermandad con nuestro Padre Celestial. Según esta perspectiva, Dios obra a través de su creación y no alrededor o a pesar de la misma. Al principio, pensaba que esto estaba totalmente alejado de las Escrituras. Pero ahora, guiado por los primeros cristianos, lo empecé a encontrar en todas partes de la Biblia. Un ejemplo: Naaman, un leproso sirio, fue sanado obedeciendo la orden de Eliseo (dicho sea de paso, transmitida por un criado ávido de ganancias) de bañarse siete veces en el río Jordán. El agua no era mágica pero Naaman tuvo que obedecer la orden y bañarse en esa agua para ser sanado. (1 Reyes 5).

Los primeros cristianos creían que las aguas del bautismo tenían el poder de lavar o eliminar el pecado de los nuevos discípulos (Hechos 22, 16), tal como había eliminado la lepra de Naaman. Otros ejemplos: Jesús sanó a un ciego haciendo barro y poniéndolo en sus ojos y ordenándole que se lavara en la piscina de Siloam. (Juan 9, 6-11) Una mujer que confiaba que se sanaría si solamente tocaba el dobladillo de la vestimenta de Jesús, se curó verdaderamente. La tela no era mágica, pero en conjunción con su fe, se transformó en el medio por el que recibió el poder de Jesús. (Mateo 9, 20-22).

Mientras releía las Escrituras, me sorprendió ver cuantos relatos de las poderosas obras llevadas a cabo por Jesús y los apóstoles implicaban acciones físicas como tocar o respirar sobre los receptores, u objetos usados como pan, pescado, aceite o vino. ¡Un descubrimiento impactante!

Por ese tiempo, me encontraba curioseando unas rebajas de libros usados y vi un ejemplar del Catecismo Católico en venta por unos centavos. Lo compré y comencé a leer. ¡Me impactó lo que había encontrado!

La explicación católica de la fe y los principios morales cristianos, inclusive la salvación, el bautismo, la redención y la expiación de los pecados, se parecían mucho más a los de la iglesia de los primeros cristianos que a los de cualquier comentario protestante que había leído.

Con bastante frecuencia se refería a los primeros cristianos como una fuente de autoridad. Desde ese punto en adelante, empecé a considerar seriamente a la Iglesia Católica Romana.

Me sorprendió descubrir cómo sus enseñanzas y prácticas guardaban una estrecha relación con la perspectiva de los primeros cristianos. Pero, ¿cómo podía explicar la existencia de muchos católicos que aparentemente no se tomaban en serio el cristianismo? Al principio, con cierta dificultad el concepto, pero mientras pensaba y oraba, recordé que Dios empleó a la antigua Israel como "recipiente" de la autorrevelación divina transmitida a través de Moisés durante más de quince siglos, aun cuando la mayoría de los israelitas y hasta sus autoridades eran infieles. ¿No pudo haber hecho lo mismo con la iglesia universal que Cristo fundó?

La Sagrada Tradición

Me había enterado, principalmente de fuentes judías, que gran parte de la práctica judía había sido transmitida durante siglos en forma oral. Moisés comunicó las normas de la Ley Mosaica a los israelitas en Sinaí. Pero no todo fue puesto por escrito. Las tradiciones verbales fueron por primera vez puestas en forma escrita (en el Talmud y la Mishnah) luego de la destrucción del segundo templo en el siglo primero d. C. Por supuesto, Jesús dijo que los fariseos habían "invalidado la palabra de Dios con sus tradiciones." Pero, me di cuenta que no quería decir que toda tradición era negativa, solamente aquellas que el hombre había creado y que estaban reñidas con la revelación divina.

Las Sagradas Escrituras dicen claramente que Cristo reveló muchas cosas a sus discípulos que no fueron escritas (Juan 21, 25). También dice que "la iglesia" (y no las Sagradas Escrituras) es el "pilar y fundamento de la verdad." Lo que Jesús enseñó a sus discípulos en forma oral no fue "agregado a las Escrituras" por los apóstoles. Eran enseñadas oralmente a los nuevos discípulos que hacían.

Las Escrituras eran redactadas dentro de un marco eclesiástico de funcionamiento pleno en el que cada enseñanza cristiana había sido transmitida en forma oral por décadas. Cuando el apóstol Pablo escribía epístolas a las congregaciones, habia ya antes dedicado mucho tiempo enseñándolas en forma oral. Sus cartas podían y a menudo dejaban muchas cosas sin exponer. Las cartas de Pablo tratan mayormente de contingencias y problemas que requieren su consejo y no de las enseñanzas y prácticas que todos conocían y que habían sido enseñadas oralmente con anterioridad.

Momento decisivo: Seguimos Adelante en la Fe

Finalmente fuimos recompensados y la evidencia resultó ser concluyente. Mis investigaciones sobre la historia de la iglesia de los primeros cristianos me permitió adoptar una perspectiva católica sin que mi anterior prejuicio contra la iglesia católica sin la interferencia de mis prejuicios anteriores contra la Iglesia Católica. Lo que íbamos hallando en las enseñanzas de los católicos era increíble: enseñanzas profundas, atractivas, respaldadas por la historia y de lógica coherente que se ajustan a las Escrituras y que resultan gratificantes no sólo para la mente sino también para el corazón. Ahora sentimos que hemos sido parte de ese camino por todos estos años.

He hallado que los escritos de otros conversos al cristianismo católico han sido de gran utilidad. Admito que había revisado el tema muy vagamente al estudiar el cristianismo. Muchos teólogos católicos son gigantes espirituales. Leyéndolos, he aprendido tanto sobre Dios y sus peculiaridades que ¡jamás supe que existían! Leí "The Everlasting Man" de G. K. Chesterton, que influyó en la conversión de C. S. Lewis al cristianismo. Sus libros "Orthodoxy", "Heresy" y "Conversion" verdaderamente me tocaron el corazón. Los apologistas católicos tienen un profundo respeto por C. S. Lewis, aunque era anglicano, ya que su teología es prácticamente ortodoxa. "A Map of Life, Theology for Beginners and Theology and Sanity" de Frank Sheed es claro y conciso.

Los libros de conversos al catolicismo contemporáneos como Jimmy Akin, Thomas Howard, Karl Keating, Scott Hahn, Dave Armstrong y Peter Kreeft son especialmente útiles para encarar las dudas que los protestantes tienen sobre la fe católica. "Catholic Christianity and his Christian Apologetics" del Dr. Kreeft y Ron Tacelli son más claros y exhaustivos que cualquier defensa protestante del cristianismo que jamás haya leído. Estas personas están en el camino correcto, pensé al leerlos. Piensan con mucha mayor profundidad que yo acerca de la mayoría de las cuestiones y están dispuestos a arriesgar sus vidas y carreras para seguir la verdad a dondequiera que esté.

Durante mucho tiempo, cometí el error de juzgar las enseñanzas católicas basándome en personas católicas, la mayoría de las cuales (como sus primos protestantes) son más bien indiferentes con respecto a la teología. Pero luego de aceptar la evidencia histórica de que la fe católica era la expresión original y más plena del cristianismo, y que no se debía juzgar a la iglesia entera por el comportamiento de algunos pecadores, mi perspectiva cambió. Comencé a leer escritos católicos con entusiasmo. Las explicaciones católicas del cristianismo se ajustan a las Escrituras, al mundo real y al corazón del ser humano.

Creo con toda honestidad que cualquiera que las siga fielmente se transformará en un hombre o mujer de Dios. Las enseñanzas del catolicismo son sólidas, plenas y rectas. Llegamos a ellas lenta y cuidadosamente, siguiendo la verdad e identificando y rechazando el error. Compartí con Gloria las cosas que estaba leyendo. Ella también las leyó y reflexionó. Hablamos de algunas cosas pero no quería presionarla para que tomase una decisión sino para que decidiera por su cuenta.

Siguió leyendo, luego un día simplemente dijo, "Deberíamos convertirnos al catolicismo." (Había sido bautizada como católica al nacer). Consumamos nuestro deseo de formar parte de esta venerable Iglesia reuniéndonos con nuestro párroco, el padre James Cronin, durante varios meses con el propósito de examinar las enseñanzas católicas.

Fuimos admitidos en el seno de la Iglesia Católica Romana el viernes 9 de junio de 2006. Estamos emocionados por ser católicos y nos hace felices compartir las cosas buenas que hemos encontrado con cualquiera de nuestros ex compañeros evangélicos cristianos o con nuestros nuevos compañeros católicos.

Nos sentimos completamente felices dentro de la Iglesia que Jesucristo fundó. Hemos llegado a casa.

Fuente: Conoze.com

PAPAS DE LA SANTA MADRE IGLESIA +1

 
Imagen modificada por el autor de este blog
Por cuanto me ocupo, en libros y periódicos, de cosas católicas desde la época de Pablo VI, ocurre que no pocas personas -quizás desconcertadas o confundidas- insisten en pedirme opiniones sobre los primeros meses del nuevo pontificado. Suelo salir del paso diciendo algo que parafrasea la respuesta dada a los periodistas en el avión de regreso de Brasil, precisamente por el Papa Bergoglio: "¿Quién soy yo para juzgar?". Si estamos obligados a no juzgar a los demás - palabras del Evangelio - tanto menos juzgaremos a un pontífice elegido, según los creyentes, por el Espíritu Santo. Ciertamente, hubo siglos en los cuales al parecer los hombres llegaron a sustituir al Paráclito: cónclaves simoníacos o dirigidos por las grandes potencias de la época, con candidaturas y vetos impuestos por la política. Y sin embargo quienes conocen realmente la historia de la Iglesia - condición que no es propia de quienes son demasiado superficiales -, quienes saben percibir la dinámica de "larga duración" a lo largo de veinte siglos, terminan sorprendiéndose al descubrir que San Pablo parece realmente tener razón cuando afirma que omnia cooperantur in bonum, todo coopera con el bien, también el bien de la Iglesia, que en materia de fe no está guiada únicamente por Cristo, sino también ciertamente por el "cuerpo místico".

En todo caso, estando en nuestra época, no se trata de confiar a pesar de todo en una Providencia que a veces puede parecernos incomprensible. No es así, ya que para todos es evidente la calidad humana de aquellos que en las últimas décadas han tenido el rol de pontífices romanos. Si nos centramos únicamente en la sucesión de esta postguerra, tenemos las figuras de Pacelli, Roncalli, Montini, Luciani, Wojtyla, Ratzinger y ahora Bergoglio. ¿Quién, por alejado o contrario a la Iglesia que sea, podrá negar que se trata de personalidades de insólito relieve, unidas por la misma fe y por el mismo compromiso en su función, pero con grandes diferencias de carácter, distintas historias y culturas, distintos estilos pastorales? Y es éste precisamente el punto que para muchos, incluso católicos, parece no estar claro: independientemente de quién sea el hombre que ha llegado al papado y cuáles sean nuestras consonancias o disonancias humorales en relación con el mismo, siempre será el sucesor de Pedro, responsable y guardián de la ortodoxia, por lo tanto un hombre de Dios que no sólo se debe aceptar, sino también hay que rezar por él y obedecerlo con respeto y amor filial.

Estas cosas deberían estar claras, sobre todo hoy, con este Obispo de Roma "proveniente casi del fin del mundo", un hombre de una personalidad impetuosa, instintivamente impulsiva, tal vez autoritaria (como él mismo reconoce en la entrevista con Civiltà Cattolica) y marcada, a pesar de su origen italiano, por una cultura distinta a la nuestra, como es la sudamericana. Este papa proviene además, por primera vez en casi dos siglos, no del clero secular, sino de una orden religiosa caracterizada por una formación distinta a todas las demás dentro de la Iglesia. Es una Compañía (denominación militar de un fundador procedente de la vida militar) amada y detestada, admirada y temida desde hace cinco siglos, hasta el punto que -caso único- terminó siendo suprimida - "propter bonum Ecclesiae", dice la bula - por un Papa franciscano, para luego ser resucitada, apenas fue posible, por un Papa benedictino.

La verdad exige admitir, sobre todo si se miran muchos sitios y blogs en la red, que no faltan aquellos que recuerdan con nostalgia la sobriedad, el rigor doctrinal, la profundidad cultural y el respeto por las tradiciones de Benedicto XVI, y la atención por él prestada a la liturgia. Y nadie ha olvidado el cuarto de siglo de ese extraordinario ciclón que fue Juan Pablo II, cuya santidad ya ha sido reconocida. Es comprensible, los sentimientos son algo sumamente humano. Pero, repitiendo, toda comparación entre papas es irrelevante en una perspectiva cristiana, y la sintonía de cada creyente con un Papa se basa en algo muy distinto a las simpatías personales. La comunidad guiada y gobernada por el sucesor de Pedro siempre ha tenido y tendrá un fin último (y único) del cual todo se desprende y que es recordado explícitamente por el Código de Derecho Canónico: "Es ley suprema de la Iglesia la salvación de las almas". Si bien a veces parece olvidarse, todo se desprende de esto y la totalidad de la institución eclesial existe por esto: anunciar la vida eterna prometida por el Evangelio y ayudar a todos los hombres - con la predicación y con los sacramentos - a seguir el camino que lleva a la meta de la muerte, en realidad nacimiento a la verdadera vida. Todo lo demás es solamente instrumento, siempre modificable y destinado a pasar, comenzando por la burocracia curial, a pesar de ser ésta indispensable: Dios mismo ha querido necesitar una institución humana, con sus organismos y sus leyes. Cada Papa está obviamente convencido de esta prioridad de la salus animarum; pero Francisco, al parecer, con especial urgencia, y en tal medida que hace todo lo necesario para que el clero, los religiosos y los laicos lleguen también a tener conciencia de esto. Esta opción del pontífice argentino parece producir resultados sorprendentes: al respecto, yo también mido cada día el interés, más bien la simpatía, sino de hecho la adhesión de tantas personas que no obstante parecían inamovibles en su indiferencia, cuando no era además un laicismo polémico y agresivo. El retorno a la sucesión natural, y sin embargo a menudo olvidada (en primer lugar la fe, y la moral será una consecuencia necesaria); el llamado a las raisons du coeur antes que a las raisons de la raison, empleando los términos pascalianos; la salida de la jaula de un creer reducido a una inflexible norma codificada; los brazos abiertos para todos, recordando la misericordia del Dios de Jesús, cuyo oficio es perdonar y acoger a los hijos, sin excepción, también a los "pródigos".Todo esto está provocando resultados positivos que recuerdan el criterio de valoración señalado por el Evangelio mismo: "Por los frutos conoceréis el árbol". Si la cosecha espiritual se anuncia tan buena, ¿no será igualmente buena la planta de la cual proviene?

Este hombre de setenta y siete años, todavía vigoroso, con su estilo de "párroco del mundo", quiere comprometer a la totalidad de la Iglesia en ese desafío de reevangelización del Occidente, que tuvo un carácter central también en el programa pastoral de sus dos últimos antecesores.

Ninguna fractura, por lo tanto, sino continuidad, incluso en la diversidad de temperamentos. Esta Iglesia bimilenaria muestra también de este modo no tener intención alguna de reducirse a secta rencorosa, no sólo minoritaria, sino también marginal. Con Roma y sus obispos, el mundo entero deberá medirse una vez más, como ocurrió en los tiempos del imperio romano, cuando todo comenzó.

Fuente: Catholic.net

DIOS LOS BENDIGA