jueves, 19 de septiembre de 2013

SUFRIMIENTO +1

Imagen por: Heraldos del Evangelio


Y ya que nuestra naturaleza tiene una instintiva repugnancia hacia el sufrimiento, hemos de luchar con la ayuda de la gracia de Dios para aceptarlo como el bien que en realidad es, y todo para nuestra felicidad terrena y eterna salvación. 

Apartes del comentario sobre el Evangelio por Monseñor:

Venimos a este mundo para enfrentar una existencia manchada por el pecado, repleta de dificultades, y sólo si somos fieles a las gracias recibidas obtendremos el premio de la bienaventuranza eterna.

Existe una constante lucha entre las diversas leyes que dan origen a las dificultades de esta vida y causan tormentos, perplejidades y dolor. He aquí la razón de la afirmación de San Pablo: "Según el hombre interior, me complazco en la Ley de Dios; pero percibo en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros" (Rm 7, 22-23). El precepto divino le exige al Apóstol un determinado comportamiento, mientras que su instinto le lleva a adoptar una actitud en sentido contrario. Este es el drama del ser humano sobre la faz de la tierra.

Una de las razones profundas de los desequilibrios modernos es que las personas no sufren, porque acaban imaginándose que es posible llevar una vida sin sufrimiento". En una palabra, el dolor es lo que hace del hombre una criatura dichosa en esta vida de estado de prueba.

Pareciera que esta doctrina es muy difícil de admitirse, pues nuestra naturaleza no puede rechazar la felicidad y anda en su búsqueda a cada instante. 

Dios, que nos creó ávidos de encontrar la felicidad, también puso en nuestras almas la capacidad de sufrir. ¿Cuál es la razón de este divino modo de actuar?. Un análisis más profundo de los padecimientos de Cristo apunta a que nuestra gloria también se logra a través del sufrimiento. ¡Cuántas veces la gracia nos inspira que vayamos por un camino determinado -que empezamos a recorrer con entusiasmo- en el que, sin embargo, surgen las dificultades! Ante el sufrimiento nunca debemos desanimarnos. Al contrario, cuando se presenta la cruz, nos toca imitar a Jesucristo: arrodillarnos, besar el instrumento de nuestra amargura y cargarlo sobre los hombros con decisión, seguros de que así comienza el camino de nuestra gloria. En este sentido enseña sabiamente San Francisco de Sales: "Cuán felices son las almas que [...] beben valerosamente el cáliz de los sufrimientos junto con el Señor, que se mortifican, llevan su cruz y que sufren y reciben amorosamente de su divina mano toda clase de sucesos, con sumisión, según su beneplácito". El mismo doctor de la Iglesia aún comenta: "El padecimiento de los males es la ofrenda más digna que podemos hacerle a quien nos ha salvado sufriendo".

No fue otra la enseñanza de San Bernabé y San Pablo a los fieles de Antioquía: "Hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios" (Hch 14, 22). Por otro lado, la ausencia del sufrimiento significa la pérdida de una valiosa oportunidad para comprobar cómo somos contingentes y dependemos de Dios, ya que únicamente existimos porque Él nos sustenta en el ser en todo momento. Sólo nos convencemos de esa dependencia mediante el dolor, porque nos muestra nuestra pequeñez y nos lleva a reconocer la necesidad de un Bien infinito, que no se halla en nosotros.

"Os doy un mandamiento nuevo: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros".

Sorprende que en la primera frase de este versículo el Señor se refiera al amor de unos por otros como un mandamiento nuevo. Sabemos que el amor ya se practicaba desde el principio de la humanidad y que todos se querían de alguna manera. ¿Dónde está la novedad? Precisamente en la forma que se nos indica, pues ese amor no es como el de antes. La novedad es el ejemplo que Él nos da, según enseña San Juan Crisóstomo: "¿Cómo es que llamó ‘nuevo' a este mandamiento, si se encuentra en el Antiguo Testamento? Él lo hizo nuevo por el modo en que se amarían. A tal fin añadió: ‘como yo os he amado'. [...] Omitió mencionar los milagros que iban a realizar y los identificó [a los discípulos] por su caridad. ¿Por qué fue eso? Porque esta virtud es la marca distintiva de los hombres santos y base de toda virtud. Por medio de ella todos nosotros somos salvados". De hecho, hasta entonces el amor se ajustaba a criterios humanos, respondiendo a la retribución de algún beneficio recibido o a una iniciativa que daría como resultado la ayuda deseada. En el amor al prójimo como se concebía en las sociedades del Antiguo Testamento, había siempre intereses o, por lo menos, ventajas. Pues bien, Jesús nos enseña que no es ése el amor que tiene por nosotros.

Debemos ver a nuestro prójimo como un espejo de la Santísima Trinidad, como una obra maestra, como una piedra preciosa fulgurante, de incalculable valor, tallada por el poder divino. De ahí nace la auténtica consonancia, que es la primera chispa del amor entre las almas llamadas a unirse de cara a un ideal, el cual contemplan en armonía, como señaló sutilmente Saint-Exupéry al definir la superior forma de unión surgida cuando "hombres del mismo grupo experimentan el mismo deseo de vencer". Si entre personas que aman a Dios se constata una estrecha relación cuyo origen es ese santo idealismo, está demostrada entonces la práctica del nuevo mandamiento.

Nuestro amor a los demás también debe ser llevado hasta sus últimas consecuencias, ambicionando para ellos lo que Dios quiere para cada uno: La Santidad. Desear que el prójimo abandone las ideas egoístas, pragmáticas e interesadas del mundo y camine hacia la Jerusalén celestial es la manifestación de amor más perfecta que le podemos dar. Para eso, debemos emplear todos los medios a nuestro alcance, soportando sus debilidades, corrigiéndole con compasión, dándole buenos ejemplos y sacrificando nuestros gustos y preferencias personales, si con ello le ayudamos a practicar la virtud; aun sabiendo que esos pequeños actos representan muy poco en comparación con lo que, por los méritos infinitos del divino Modelo, nos está reservado al cruzar los umbrales de la eternidad. Maravilloso mandamiento que, cuando se practica, ordena el alma y elimina los apegos, caprichos y dificultades de las relaciones humanas. De esta manera, todas las miserias se desvanecen y sólo permanece el amor sobrenatural que es la ternura de Dios por las criaturas y de las criaturas entre sí.

El hecho de que vivamos bajo la influencia de un amor sobrenatural, sobre el cual Jesús nos dio ejemplo, es una manera de prolongar en esta tierra su presencia, orientando, amparando e instruyendo con desinterés a los que también le aman, sin sentimentalismo, romanticismo o egoísmo alguno, con un amor tan puro que cause admiración a los hombres e incluso a los mismos ángeles, a tal punto que éstos encuentren sobre la faz de la tierra un límpido espejo de la convivencia que existe entre los elegidos en la visión beatífica.

Cualquier sufrimiento de esta tierra frente a la bienaventuranza eterna será nada, como decía Santa Teresa del Niño Jesús: "¡Cuándo pienso que por un solo sufrimiento soportado con alegría se amará mejor a Dios durante toda la eternidad". En efecto, ni siquiera nos acordaremos de las dificultades que tuvimos en este mundo, porque el estado de prueba habrá pasado como un abrir y cerrar de ojos. Únicamente quedará la bienaventuranza.

No olvidemos que el dolor termina en la hora de nuestra muerte, mientras que en el Cielo "el amor no pasa nunca" (1 Co 13, 8).

Fuente: Mons. João Clá Dias, EP
V Domingo de Pascua

DIOS LOS BENDIGA

1 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. I, q. 64, a. 2.
2 Cf. Ídem, q. 95, a. 1.
3 Cf. ROYO MARÍN, OP, Antonio. Jesucristo y la vida cristiana. Madrid: BAC, 1961, pp. 72-73.
4 Cf. BEAUDENOM, Léopold. Méditations affectives et pratiques sur l'Évangile. París: Lethielleux, 1912, t. I, pp. 227-228; FABER, apud CHAUTARD, OSCO, Jean-Baptiste. A alma de todo apostolado. São Paulo: FTD, 1962, p. 112.
5 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 23/5/1964.
6 Ídem, ibídem.
7 SÉNECA. Tratados filosóficos. Cartas. México: Porrúa, 1979, p. 75.
8 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., III, q. 81, a. 2.
9 TANQUEREY, Adolphe. La divinisation de la souffrance. Tournai: Desclée, 1931, p. 26.
10 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., III, q. 14, a. 1, ad 2.
11 SAN FRANCISCO DE SALES. Sermon pour la fête de Saint Jean Porte-latine. In: Œuvres Complètes. Sermons. 2.ª ed. París: Louis Vivès, 1862, t. IV, p. 540.
12 SAN FRANCISCO DE SALES. Lettre CXII, à une dame. In: Œuvres Complètes. Lettres Spirituelles, op. cit., t. X, p. 333.
13 CORRÊA DE OLIVEIRA, op. cit.
14 SAN JUAN CRISÓSTOMO. Homilía LXXII, n.º 3. In: Homilías sobre el Evangelio de San Juan (61-88). Madrid: Ciudad Nueva, 2001, v. III, p. 130.
15 Cf. ROYO MARÍN, OP, Antonio. Dios y su obra. Madrid: BAC, 1963, p. 451.
16 Ídem, ibídem.
17 SAINT-EXUPÉRY, Antoine de. Vol de nuit. París: Gallimard, 1931, p. 104.
18 Cf. SAN AGUSTÍN. Epístola CXCIV, c. V, n.º 19. In: Obras. 2.ª ed. Madrid: BAC, 1972, v. XIb, p. 71.
19 SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS. Carta 43 B, A sor Inés de Jesús. In: Obras Completas. Burgos: Monte Carmelo, 1996, p. 342.
20 Cf. SAN JUAN BOSCO. Vestíbulo del Cielo. In: Biografía y escritos. Madrid: BAC, 1955,
pp. 654-663.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

ESPADA DE DOS FILOS



Imagen modificada por el autor de este blog


¡Espada de dos filos
es, Señor, tu palabra!
Penetra como fuego
y divide la entraña.

¡Nada como tu voz,
es terrible tu espada!
¡Nada como tu aliento,
es dulce tu palabra!

Tenemos que vivir
encendida la lámpara,
que para virgen necia
no es posible la entrada.
No basta con gritar
sólo palabras vanas,
ni tocar a la puerta
cuando ya está cerrada.

Espada de dos filos
que me cercena el alma,
que hiere a sangre y fuego
esta carne mimada,
que mata los ardores
para encender la gracia.

Vivir de tus incendios,
luchar por tus batallas,
dejar por los caminos
rumor de tus sandalias.
¡Espada de dos filos
es, Señor, tu palabra! Amén.


Fuente: Liturgia de las Horas del Tiempo Ordinario - Martes/Semana XXIV