jueves, 4 de julio de 2013

EL SILENCIO DA MIEDO


Autor: P. Arnaldo Alvarado S. 


Hay un hecho que suscita interés en nuestros tiempos, esto es sencillamente el silencio y el miedo a este período. Mucha gente tiene pavor a la ausencia de murmullo. En una ocasión por eficiencia de medios de transporte acudí a un servicio de taxi. ¡Vaya sorpresa! Ocurrió algo inusual. El taxista estaba trabajando en sintonía con una música instrumental. Mi curiosidad fue preguntar la razón. La respuesta fue sencillamente porque le tranquilizaba. Pero eso no fue todo. Añadió a continuación -el taxista- que yo no era el primero que reparaba en el detalle de la música, sino que todos los que viajaban con aquel taxista presentaron sus mismos reparos. Algunos incluso se ponían furiosos y violentos, tanto que les llevaba a abandonar el coche.

Pero ¿porqué no nos gusta ordinariamente el silencio? Es sencillamente porque estamos vacíos interiormente. Los grandes hombres de la historia amaron el silencio. Porque tenían que decidir muchas cosas importantes de modo más reposado, íntimo y personal.

La fe cristiana tiene una práctica de vida sumamente interesante: el retiro. De este modo se pretende imitar a Jesús. Pues el mismo Señor pasaba días, horas en oración. Los evangelios nos presentan detalles como: se levantaba muy de madrugada, se retiraba a solas, acudió al desierto, estaba en un lugar aparte. Son datos que presentan la vida de Cristo en un diálogo continuo con Dios Padre. Para esto y mucho más es útil el silencio. Es un encuentro interior con nosotros mismos y a la vez con Dios mismo. Como consecuencia tenemos necesidad de hacer oración.

El silencio es un tiempo provechoso. Nos encontramos realmente en el santuario de nuestra conciencia, ante lo cual nadie puede entrar sino sólo Dios y cuando nosotros le abrimos las puertas a quienes tienen competencias suficientes para ayudarnos. Pero no a cualquiera ventilamos nuestra interioridad. Hacerlo supondría falta de pudor e incluso de respeto a uno mismo y a la otra persona. Cuánto desagrado causa cuando los problemas personales se ventilan en público. No se arregla nada de ese modo.

El silencio nos ayuda a conocernos a nosotros mismos. El retiro nos ayuda a revisar nuestro itinerario de vida. Es una revisión imprescindible. Hacemos balance de cómo estamos. Supone sencillez y humildad. También fortaleza y sinceridad para con nosotros mismos.

El silencio causa temor porque tenemos miedo de encontrarnos a nosotros mismos. Nos damos cuenta que la vida interior es débil y en el peor de los casos vacía, sin grandes ideales. Podemos comparar como el encender una luz en una habitación sin ventanas. Es muy probable que tengamos que exigirnos luego y cambiar muchas cosas en nuestra vida, pero como esto no nos gusta entonces simplemente buscamos el bullicio, la actividad, del mundo, llenar el silencio con golpeteos de latas y cosas que acallen el grito de nuestra conciencia.


Dios los bendiga

miércoles, 3 de julio de 2013

¿LAS MONJAS DE CLAUSURA PARA QUÉ?



Fuente: Catholic.net



A los ojos de un mundo que todo lo mide con medidas de utilidad y beneficio, las monjas y monjes de clausura no sirven para nada. No tienen escuelas, no ayudan con catequesis o en la parroquias, no dirigen grupos juveniles, no dan clases en institutos o universidades, ni siquiera acogen o cuidan a enfermos o ancianos.


En los monasterios de clausura masculinos y femeninos, sólo rezan, se sacrifican y aman. Y es aquí donde radica su riqueza, su inmensa riqueza y valor.

La oración de las monjas de clausura es como el corazón que bombea la sangre a todas partes del cuerpo. Su presencia silenciosa y orante da vida a la Iglesia y además es un consuelo constante a Cristo.

Arrancan de Dios a base de mucha oración, de mucho contacto con él, de sacrificios, enormes sacrificios, esas gracias que necesitamos todos. 

En medio de una vida de oración, de silencio, de recogimiento, de trabajo manual y físico, de penitencias corporales,... estas almas van adentrándose en el corazón de Dios y gracias a ese intimidad con Él, van haciendo de este mundo un mundo más humano y más de Dios.

Nuestra sociedad, es verdad que no va bien. Pero iría mucho peor, si en el mundo no hubiera monjas de clausura. La mejor prueba de para qué sirven los monjes y monjas de clausura es visitar una clausura.

En un mundo habituado a valorar y sopesar todo según el número de bienes que produce, nada parece más insulso e improductivo que una comunidad de personas dedicadas al servicio de Dios en la contemplación. Sin embargo, si le concedemos a Dios un poquito de razón, reconoceremos que no hay acción más valiosa que la de "estarse amando al amado", en palabras de San Juan de la Cruz. 

¿No dijo el mismo Cristo?: "Marta, Marta, muchas cosas son las que te inquietan, pero una sola es necesaria, María escogió la mejor parte y nadie se la quitará" Si aceptamos la enseñanza de Cristo, entonces no podemos negar que la vida contemplativa posee un valor sublime dentro de la jerarquía de valores. 



Autor: Jorge Enrique Mújica, L.C.

De estrella de cine a monja de clausura

Transcurre las mañanas en el silencio, la oración y la contemplación. Rezar y trabajar, había escrito san Benito, por eso al rayar el alba ordeña la vaca y por las tardes cultiva el campo y cuida las hortalizas. Lo anterior sin descuidar la formación de sus novicias. El canto gregoriano es parte constitutiva de esta abadía femenina de la orden benedictina cuyas religiosas se despiertan con amor a mitad de cada noche para entonar himnos a Dios.

La vida de la madre Dolores no siempre fue ésta. Actriz famosa y reconocida en la década de los 50´s y de los 60´s, compartió escena con los grandes actores de su época como Anthony Quinn, Gary Cooper, Ana Magnani o Elvis Presley. De hecho, en la película in Loving you fue la primer actriz en besar a Elvis en la pantalla grande. Figuró en carteleras, revistas y anuncios publicitarios. No podía estar en lugares públicos ya que los admiradores hacían lo imposible por arrancarle un autógrafo.

Al regresar de una gira de promoción de una de sus últimas películas, pide al chofer de su limousine dejarla delante de la abadía Regina Laudis, en Connecticut. Era el 13 de junio de 1963. La súper actriz de la Metro Goldwyn Mayer, Dolores Hart, dejaba el mundo del espectáculo e iniciaba ese otro mundo más pleno: el del seguimiento del llamado de Dios.

Claro que suponía un acto de abnegación de sus propios gustos y de muchos otras posibilidades abiertas. Tenía todo lo que podía desear: juventud, belleza, dinero, fama… Pero le faltaba esa paz que sólo se consigue cuando se es fiel a la conciencia. Le costó dejar a su novio, el emprendedor californiano Don Johnson, le costó dejar los foros, el maquillaje, los vestidos, le costó el nuevo anonimato. Le costó esa radicalidad que posiblemente hoy es menos comprendida por muchos creyentes católicos. Pero tenía viva la determinación de hacer la cosa justa, y eso fue lo que hizo: supo poner su corazón en el puesto justo o, por mejor decir, en la persona adecuada: Dios.

Cuando del L´osservatore Romano (18 de julio de 2008) le preguntaron si era feliz, madre Dolores respondió: “antes de haber cumplido veinte años en el convento me acordé que trabajar en el cine me daba menos felicidad que la que me esperaba aquí”.

Ciertamente el itinerario de amor que ha seguido la hoy priora de novicias en la abadía Regina Laudis a Bethlehem, no ha sido un camino de rosas. En 1999 padeció una enfermedad neurológica poco común que la dejó sin posibilidad de caminar, hablar y comer por un tiempo. Pero tuvo fe, se tomó de la mano de Jesús y salió victoriosa.

Hoy, la madre Dolores sigue formando parte de la Motion Picture Academy of Arts and Sciences, la comisión que elige cada año a los galardonados con el premio Óscar. Pero no es todo. Junto a una amiga actriz, Patricia Neal, construyó el The Gary-The Olivia Teather, a un lado del convento. Es un teatro para quinientas personas donde cada verano representan diversas obras. Pero no es todo. A través de www.abbeyofreginalaudis.com  promueve un cedé donde a modo de canto se puede escuchar, entre otras cosas, la genealogía de Jesús.

La historia de la madre Dolores es de esas que llegan al fondo de nosotros mismos. Que nos preguntan y que acusan respuesta reflexiva, honda, hecha práctica. Y es que, como ella misma dice “Una relación viva y personal con Cristo es necesaria para entender que su presencia es la única cosa verdaderamente real y verdaderamente hermosa en nuestra propia vida”

                                                               DIOS LOS BENDIGA