jueves, 15 de agosto de 2013

HE CONFESADO AL DIABLO


Imagen por: RegnumChristi.org


De lo que viví antes de confesarlo, recuerdo lo siguiente…

Como párroco de un pequeño pueblo, frecuentemente, cada domingo, salía por las calles y aprovechaba para saludar a la gente, dejándoles una catequesis escrita, especialmente a aquellos que por diversas razones no acudían al templo.

En aquella parroquia dedicada a San José, muchos tenían una costumbre que cumplían sin falta cada domingo, como si fuera un deber. Esto era tomarse “unas frías” -así llamaban ellos a la cerveza-. Por tanto, era fácil saber dónde encontrar este tipo de “fieles”, y entre ellos estaba también él. 

Cierto día, al terminar mi recorrido, se acerca una señora para preguntarme si había reconocido al “diablo”. Según ella,  yo lo había saludado y él había recibido uno de los mensajes que yo repartía. Yo no había visto al “diablo”, o por lo menos no recuerdo haber visto a ninguna ni a ninguno que se le pareciera.

En otra ocasión necesitaba ir al pueblo vecino para ayudar a un hermano sacerdote, pero el coche de la parroquia se había averiado y por ello necesitaba a alguien que me transportara. 
Vaya sorpresa cuando, al preguntar a algunas personas quién podría ayudarme con este servicio, inmediatamente un niño me dijo: «Padre, si gusta llamo al “diablo” para que se lo lleve».  No se imaginan lo que pensé en aquel momento. Parecía una broma,  pero luego acepté la propuesta y ese día lo vi por primera vez…

Por un buen rato guardé silencio, pues era la primera vez que hacía un viaje así. Además pensé: ¿de qué puedo hablar con el diablo? Al poco tiempo le hablé, pero parecía más una entrevista que un diálogo. Ese día, antes de terminar el viaje  y sin decir nada, dejé en su coche un escapulario de la Virgen del Carmen.
En adelante lo veía por todas partes; ya lo reconocía y, aunque  siempre lo invitaba a la misa, él siempre me decía: “ahora no, algún día lo haré, tengo mis razones”.

El tiempo pasó, y cierto día un niño que esperaba en la puerta del templo me dijo que  alguien me necesitaba urgentemente y  que no quería irse sin antes hablar conmigo. El niño me explicó que se trataba de un enfermo grave. Entonces, rápidamente busqué todo lo necesario para la visita.

Cuán asombrado quedé cuando, al llegar a aquel lugar, descubrí que el enfermo grave que hacía varios días esperaba al sacerdote era Ramón, aquel a quien llamaban “el diablo”; un hombre del campo que había vivido situaciones humanas muy difíciles. No recordaba cuándo ni por qué le habían empezado a decir así, pero él se había acostumbrado. Ahora, postrado en una cama, padecía de un cáncer terrible y se acercaba a su final.

Recuerdo muy bien lo que él me dijo aquel día: «Padre, ¿me recuerda?  Soy aquel que llaman “el diablo”, ¡pero mi alma no se la dejo a él; le pertenece  a Dios!  Por favor, ¿me puede confesar?» 

Fue un momento muy especial, pero aún más cuando vi lo que apretaba en sus manos mientras lo confesaba: un escapulario; precisamente aquel que yo le había dejado en su coche. Ahora él lo portaba en su viaje a la eternidad. Luego, en aquella casa también pude ver una hoja sobre la confesión, una de aquellas que yo mismo le había dado un domingo al mediodía. 

Qué grande y misterioso es Dios. Obra en silencio y con sencillez, pero además nos permite compartir con todos el don que nos ha dado.
Y ese día todo el pueblo lo comentaba (y también yo lo pensaba): ¡he confesado al diablo!


Concurso "Anécdotas Sacerdotales" por Catholic.net con la colaboración especial de los Legionarios de Cristo. Historia ganadora contada por el  P. Manuel Julián Quiceno Zapata, de la diócesis de Cartago, Colombia.



DIOS LOS BENDIGA


¿CÓMO DEFENDERSE DE LOS ATAQUES? +1


Imagen por: LaÚltimaCima de Juan Manuel Cotelo e Infinito+Uno

Me escribe Alba, preocupada por la actitud que ha de tener frente a los insultos, humillaciones y burlas que recibe en su entorno de trabajo, por ser cristiana. Y me cuenta que, en medio de ese ambiente hostil, son ya varias las personas que han cambiado totalmente de actitud hacia ella, en un período de tres años. De la confrontación, a la amistad. Y Alba no es consciente de que ella tiene la respuesta a su pregunta, porque su actitud ha sido impecable: amor, puro amor, nada más que amor, con todos, siempre.

En estos días contemplamos, de nuevo, a Cristo, en su Via Crucis. Todo comienza con la traición de un buen amigo, que le pone en venta. A continuación, sufre la indiferencia de sus más queridos, que se echan a dormir cuando debían acompañarle en su dolor. Luego, la soledad total, el silencio del Cielo, la sensación de abandono completo… con el suave consuelo de un ángel, que le da la fuerza suficiente para seguir adelante. Y de golpe, todo junto: suciedad, desnudez, escupitajos, puñetazos, gritos, empujones… un juicio arrogante a quien es la Justicia y la Misericordia encarnadas… una tortura física y anímica que parece no tener techo, desenfrenada, que surge de un odio insaciable a quien es el Amor.

No es un acontecimiento pasado, para recordar con tristeza. Es parte de nuestra biografía actual, porque todo ese sufrimiento tiene como causa exclusiva las ofensas que cada uno de nosotros cometemos con nuestros pecados, hoy, de modo frío, como si no pudiéramos herir el corazón de Jesús. Cristo no se encarna, vive y muere para sanar a aquellos con quienes se cruzó durante treinta años… sino para sanarnos a todos, para interceder ante el Padre por cada uno de sus hijos, desde el primero hasta el último. Y a pesar de ser tantas las ofensas que recibe por nuestra indiferencia, frialdad, odio, egoísmo… todas sus reacciones hacia nosotros son de amor, de puro amor. Un amor que podemos observar con indiferencia, como algo histórico que no va con nosotros.

Si recibimos ofensas… si somos objeto de burla o desprecio, incluso de agresión verbal o física… no hemos de pensar en cómo hemos de reaccionar. Basta con mirar cómo es la reacción de Jesús ante nuestras ofensas. La respuesta no es teórica, es práctica y concreta, real, encarnada en Cristo para ser encarnada por nosotros: silencio, roto solamente para pronunciar palabras de amor: “amigo”, llama a Judas. “Envaina la espada”, dice a Pedro. “Perdónales”, dice al Padre.

El Demonio disfraza de amor la mayoría de sus acciones. Es su táctica más habitual. El disfraz perfecto. Usó un beso para entregar a Jesús. Usó el amor de Pedro por Jesús para atacar con la espada a quienes iban a torturarle. Usó el cumplimiento de la ley para justificar una injusticia. No dejemos que nos engañe con ese disfraz que contradice totalmente el amor verdadero de Dios, que todo lo perdona. Envainemos la espada, abramos los brazos en cruz para abrazar a todos los que nos ofendan, insulten, roben, ignoren, desprecien, torturen. Realmente, no saben lo que hacen. Ni sabemos lo que hacemos cuando ponemos a Cristo en segundo lugar de nuestra vida, o lo quitamos del todo. Solamente una chispa de luz nos devuelve la cordura. Si queremos ser cristianos verdaderos en los que viva y actúe Cristo… amor, sólo amor, nada más que amor.

Fuente: ©2011 Infinito Más Uno S.L. - Todos los derechos reservados


DIOS LOS BENDIGA