Me escribe Alba, preocupada por la actitud que ha de tener
frente a los insultos, humillaciones y burlas que recibe en su entorno de
trabajo, por ser cristiana. Y me cuenta que, en medio de ese ambiente hostil,
son ya varias las personas que han cambiado totalmente de actitud hacia ella,
en un período de tres años. De la confrontación, a la amistad. Y Alba no es
consciente de que ella tiene la respuesta a su pregunta, porque su actitud ha
sido impecable: amor, puro amor, nada más que amor, con todos, siempre.
En estos días contemplamos,
de nuevo, a Cristo, en su Via Crucis. Todo comienza con la traición de un buen
amigo, que le pone en venta. A continuación, sufre la indiferencia de sus más
queridos, que se echan a dormir cuando debían acompañarle en su dolor. Luego,
la soledad total, el silencio del Cielo, la sensación de abandono completo… con
el suave consuelo de un ángel, que le da la fuerza suficiente para seguir
adelante. Y de golpe, todo junto: suciedad, desnudez, escupitajos, puñetazos,
gritos, empujones… un juicio arrogante a quien es la Justicia y la Misericordia
encarnadas… una tortura física y anímica que parece no tener techo,
desenfrenada, que surge de un odio insaciable a quien es el Amor.
No es un acontecimiento
pasado, para recordar con tristeza. Es parte de nuestra biografía actual,
porque todo ese sufrimiento tiene como causa exclusiva las ofensas que cada uno
de nosotros cometemos con nuestros pecados, hoy, de modo frío, como si no
pudiéramos herir el corazón de Jesús. Cristo no se encarna, vive y muere para
sanar a aquellos con quienes se cruzó durante treinta años… sino para sanarnos
a todos, para interceder ante el Padre por cada uno de sus hijos, desde el
primero hasta el último. Y a pesar de ser tantas las ofensas que recibe por nuestra
indiferencia, frialdad, odio, egoísmo… todas sus reacciones hacia nosotros son
de amor, de puro amor. Un amor que podemos observar con indiferencia, como algo
histórico que no va con nosotros.
Si recibimos ofensas… si
somos objeto de burla o desprecio, incluso de agresión verbal o física… no
hemos de pensar en cómo hemos de reaccionar. Basta con mirar cómo es la
reacción de Jesús ante nuestras ofensas. La respuesta no es teórica, es
práctica y concreta, real, encarnada en Cristo para ser encarnada por nosotros:
silencio, roto solamente para pronunciar palabras de amor: “amigo”, llama a
Judas. “Envaina la espada”, dice a Pedro. “Perdónales”, dice al Padre.
El Demonio disfraza de amor
la mayoría de sus acciones. Es su táctica más habitual. El disfraz perfecto.
Usó un beso para entregar a Jesús. Usó el amor de Pedro por Jesús para atacar
con la espada a quienes iban a torturarle. Usó el cumplimiento de la ley para
justificar una injusticia. No dejemos que nos engañe con ese disfraz que
contradice totalmente el amor verdadero de Dios, que todo lo perdona.
Envainemos la espada, abramos los brazos en cruz para abrazar a todos los que
nos ofendan, insulten, roben, ignoren, desprecien, torturen. Realmente, no
saben lo que hacen. Ni sabemos lo que hacemos cuando ponemos a Cristo en
segundo lugar de nuestra vida, o lo quitamos del todo. Solamente una chispa de
luz nos devuelve la cordura. Si queremos ser cristianos verdaderos en los que
viva y actúe Cristo… amor, sólo amor, nada más que amor.
DIOS LOS BENDIGA