viernes, 6 de diciembre de 2013

CIELO E INFIERNO +1


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El cielo, la felicidad de amar

Porque eso es el cielo. El catecismo decía: ¿Qué es el cielo? El conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno. Está bien dicho. El conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno. Yo me acuerdo que de pequeño, cuando me aprendí el catecismo, yo preguntaba: 
-¿En el cielo hay bicicletas?
Porque yo, a mi edad, ¿cómo podía ser feliz en el cielo si no tengo bicicleta? Si para mí lo mejor del mundo era la bicicleta. En cielo tenía que haber bicicletas. Porque si no hay bicicletas, yo en el cielo no podía ser feliz. Y a mí me decían:
- Sí hombre, sí; allí tendrás todo lo que quieras.
Ahora comprendo que en cielo no hay bicicletas. Ni falta que hace. Sin embargo, seremos felices en el cielo.

***

Y, ¿en qué consiste esta suprema, máxima, saciativa, insuperable felicidad en el cielo? En el amor. Pero no en el amor físico, que es el que se propagandea aquí en la tierra. Aquí en la tierra las películas, las novelas, la televisión a todas horas, ¿cómo expresan la felicidad? En la cama. Como si eso fuera la suprema felicidad del hombre. ¡Qué equivocación! Esa no es la felicidad del hombre. El amor físico, el sexo, no es la felicidad del hombre. Si eso fuera así, las personas más felices del mundo serían las prostitutas. Y es evidente que la prostituta no es una mujer feliz.

¿Cómo se llaman los libros que hablan de la prostitución? «La esclavitud de la mujer»; «Las esclavas del siglo XX». Decía una carta de una prostituta que apareció asesinada en la carretera de Barajas, en Madrid: «Me asquea mi profesión. Estoy deseando dejar esto».

Es curioso que ellas llaman de descanso al día que no se acuestan con nadie. Éste es su día de descanso. No acostarse con nadie. Por mucho que nos quieran meter por los ojos que la vida sexual es lo más maravilloso. No señor. Se puede ser muy feliz sin vida sexual. Con tal que haya amor. ¿Qué hace feliz al hombre? El amor. En el matrimonio se incluye el sexo; pero no hace falta el sexo para ser feliz.

Me acuerdo que un día de San Valentín, salieron en la tele dos vejetes. Ellos se amaban con delirio. Los dos hechos dos tortolitos. Y a esa edad, ¡qué vida sexual, ni qué belleza! Nada. Pero felices los dos vejetes. De vida sexual, cero. De belleza, cero. Pero se amaban con locura. ¡Felices los dos!

A veces leemos en la prensa que un matrimonio se muere uno detrás del otro. Uno se muere por enfermedad, y el otro se muere de pena. No puede sobrevivir al ser querido. Se le ha muerto su ser querido, y se muere de pena. Se amaban con delirio. Eran felices amándose sin vida sexual. Amor, amor, sólo amor. Si amas, eres feliz; y si no amas, no serás feliz. Aunque tengas de todo.

Los sacerdotes conocemos mejor que nadie la vida, porque la gente nos abre su corazón y sabemos la verdad. No lo que dicen en la calle. No. La verdad. Nadie viene al sacerdote a engañarle. Sería de idiota. Porque si al sacerdote vienes a buscar consejo, a buscar ayuda, le dices la verdad. Como al médico. Si vas al médico, le dices la verdad. Si te duele el riñón, no le dices que te duele una muela. Porque te quitan la muela y sigues con el dolor. Al médico le dices la verdad para que te cure. Porque si le engañas, sales perdiendo. Lo mismo el que viene al sacerdote. Porque busca consejo, busca ayuda.

Hemos visto matrimonios que lo tienen todo: dinero, belleza, prestigio social, comodidad. Lo tienen todo, pero les falta amor. Y su vida es un infierno. Ni las joyas, ni el lujo, ni el placer, ni las distracciones, nada les va a dar la felicidad, si no hay amor. Como no haya amor, ese matrimonio es un infierno.

También conocemos muchos matrimonios que viven a lo justo y son felices. Si viven debajo de un puente, no. Pobrecitos, Pero si viven a lo justo, y se aman, son felices. Te dicen:
-No queremos más. No necesitamos nada. Con lo que tenemos nos basta.
Son totalmente felices. Y no viven en la abundancia. Viven a lo justo. Pero tienen amor. Amor en el matrimonio. Unos hijos que se sienten amados, y aman a sus padres. Armonía en el hogar. ¡Felices! Como nadie en el mundo. ¿Por qué? Porque hay amor. Lo que da la felicidad es el amor. Y sólo el amor. Y cuando no hay amor, en este mundo no se puede ser feliz.

***

Pero repito: amor espiritual. Porque el amor tiene dos vertientes. La vertiente física, que es la que propagandean a todas horas; y después está la vertiente espiritual que es de la que no se habla. Y lo importante del amor es la vertiente espiritual. Porque la vertiente espiritual nos hace mucho más felices que la física. No somos animales. Los animales no tienen alma espiritual. No tienen la facultad espiritual de la felicidad. Tienen sentidos, pero no tienen nada más. Los hombres, además de sentidos, tenemos alma espiritual. Y la vida de los sentidos no nos puede bastar. Es la mitad de nuestra persona. Yo para ser feliz, tengo que saciar mi felicidad espiritual. La vertiente espiritual es superior a la vertiente física. A mí me llena mucho más la vertiente espiritual del amor que la vertiente física.

Voy a poner un ejemplo que para mí es evidente. Un bofetón en la cara te duele muy poco. Pero la humillación del bofetón en público, entre la gente que te conoce, entre tus amigos, en tu círculo, es tremendo. La humillación te duele más que el bofetón en la cara. Esto es evidente. Las personas sufrimos más y gozamos más con lo espiritual que con lo físico. Evidente.

Con el bofetón sufro más, por la vertiente espiritual que por la vertiente física. Lo mismo: gozo más con la vertiente espiritual del amor que con la vertiente física. Esto es evidente. Y el que no lo entienda es que no lo conoce. Porque vive a lo bestia, a lo animal. No tiene más que vida sensitiva. Pobrecito. Desconoce lo más grande de la persona humana, que es la vertiente espiritual. Como no lo conoce, para él no hay más felicidad que la física. La sensitiva. La epitelial. La que tienen los animales. No conoce otra vertiente de la felicidad, que es la del alma.

***

Por lo tanto, digo, lo más grande de la vida, lo que hace más feliz a los hombres es el amor espiritual. Es la suprema felicidad de la tierra. Y esto es así de tejas abajo. Además está la felicidad de los santos: Santa Teresa, San Francisco Javier. Una felicidad mística que es de otro orden. Pero incluso en la felicidad humana, natural, de tejas abajo, la felicidad suprema en este mundo, es el amor entre dos personas. Y dos personas llenas de defectos, llenas de limitaciones, porque todos tenemos defectos. Aunque tú te enamores de la persona más maravillosa del mundo, si tienes sentido común, reconocerás que algún defecto tendrá. Porque no hay persona sin defecto.

Pues si en este mundo vivimos rodeados de personas llenas de defectos, y a pesar de eso somos tan felices amando, ¿podéis imaginaros lo que será el amor a Dios, el omniperfecto, el infinitamente perfecto? Dios es la persona más digna de amor que podemos concebir; y la persona que más me ama que yo pueda imaginar.

Nos hemos acostumbrado a ver el crucifijo y nos quedamos fríos. Somos insensibles, porque no somos capaces de calibrar lo que significa que Cristo haya dado su vida por amor a mí. El día que comprendamos, en profundidad, lo que Dios nos ama, esto nos hará inmensamente felices. ¡Cuantas personas no son felices porque no se sienten amadas! Esto es frecuente en la vida.

Se sienten faltas de amor. No encuentran el amor que esperan. Y ese vacío de amor las hace desgraciadas. Cuando tú descubras el amor de Dios, lo que Dios te ama, y lo digno de amor que es, te sentirás feliz. Esta es la felicidad de las religiosas. ¿Por qué las religiosas son tan felices a pesar de que se han dedicado a una vida de sacrificios, de servicio al prójimo, de austeridad, de renuncia de placeres de la vida, de obediencia, de humillaciones? 

Alguno diría: pobrecitas. ¡Pues son las más felices del mundo! ¡Las más felices de la tierra! La que es buena religiosa, se entiende. Porque la que es religiosa con un pie fuera, no. La que siendo religiosa está apeteciendo el mundo, no. Pero la que ha hecho renuncia de todo corazón, y se entrega a Dios, es la más feliz de la tierra, porque ha dedicado su amor a lo más digno de amor que hay en el mundo, que es Dios. Cuando han puesto su amor en Dios, les saben a poco todos los amores de la tierra. Una religiosa que ha escogido a Dios, ¿va ahora a contentarse con un amor humano? Ella es feliz poniendo el amor en lo más grande que se puede poner; y sintiéndose correspondida como nadie la puede amar en el mundo.

Ésta es la felicidad de las religiosas. Y son tan felices aunque se hayan entregado a una vida de sacrificio y de servicio al prójimo. No importa. Todos los sacrificios que tenga la vida religiosa, se llevan de mil amores. Porque viven el supremo amor, que es el amor de Dios. Y eso aquí en la tierra, aunque lo que conocemos de Dios sea una caricatura. Lo dice San Pablo. A Dios lo conocemos en caricatura. La caricatura se parece algo al original. Pero hay un abismo de la caricatura al original.

***

Pues si aquí en la tierra, que lo que conocemos de Dios es una pura caricatura, y sin embargo comprendemos que merece la pena vivir para Él y amarle a Él sobre todas las cosas, ¿qué será en el cielo cuando veamos a Dios cara a cara? No ya la caricatura, sino tal como es. Veremos lo digno de amor que es. Sentiremos el amor que nos tiene. Eso nos dará una felicidad, como dice San Pablo que: «ni ojo vio, ni oído oyó, ni cabe en mente humana lo que tiene Dios preparado para los que le aman».

Es que no nos cabe en la cabeza, lo que va a ser la felicidad de amar en el cielo. Allí no hay bicicletas, ni falta que hace. Allí se está amando. Eres feliz amando. Y ese amor tuyo a Dios y de Dios a ti, te sacia. No necesitas más. Tienes una felicidad inconmensurable.

Y eso es para toda la eternidad. Que es condición indispensable para ser feliz. Dicha que se acaba, no puede hacerte feliz. Sólo el temor de que se acabe te entristece. Para que una cosa te haga feliz tiene que ser eterna. El amor del cielo es eterno. No se acaba nunca. Por eso te hace feliz. Porque si se fuera a acabar, el pensamiento de que se termina ya te entristece.

Si a un preso le dan una hora de libertad, eso no le hace feliz, porque sabe que le va a durar muy poco. Si a un ciego le dan una hora de visión, eso no le hace feliz, porque sabe que dentro de una hora va a estar ciego de nuevo. Gozará un poquito, gozará una hora, pero el ciego lo que quiere es que la visión le dura toda la vida.

Lo mismo el preso. Lo que quiere es libertad para siempre. Porque si le dan un poquitín de libertad, eso no le hace feliz. Eso no le llena. Para que yo pueda disfrutar de un bien, para que un bien me lIene y me haga feliz, tiene que ser eterno. Como es el cielo. Cielo eterno. Esa es la maravillosa felicidad de la gloria. Amar a Dios, lo más digno de amor que podemos concebir, y sentir el amor de la persona que más me ama. Y esto para siempre. Esta felicidad de amar eternamente, eso es el cielo.

***

¿Qué es el infierno? 

Decía el catecismo: El infierno es el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno. Eso es el infierno. Vamos ahora a explicar en qué consiste esto. Ya dije antes que el infierno es dogma de fe. Está definido en el Concilio Lateranense IV. Digo esto porque lo que es dogma de fe no depende de las opiniones de los hombres. Me indigna que la tele haga sobre esto una encuesta en la calle.
- ¿Usted cree en el infierno ?
- Yo no.
-¿Usted cree en el infierno?
-Yo no.
-Pues ya ven ustedes. Esto del infierno debe ser mentira, porque en la calle se opina que no hay infierno.

No se trata de eso. La existencia del infierno no depende de lo que diga la calle, ni de lo que crea la calle. La gente en la calle que opine lo que quiera. Pero lo que opine la gente de la calle no cambia la realidad de las cosas. El infierno existe porque es dogma de fe. Porque lo ha revelado Cristo-Dios, que es el que lo sabe. Y las cosas son verdad por lo que opina el que entiende, no según lo que opine la calle. Si a ti te duele el abdomen, ¿vas a preguntar en la calle?

-¿Usted qué cree que es esto? ¿Será un cólico nefrítico o será un ataque de apéndice?
Tú no preguntas en la calle. Tú te vas al médico. Preguntas al entendido. Preguntar en la calle quién cree en el infierno, no tiene valor alguno. Puede ser que todos los de la calle opinen que no hay infierno; pero si Cristo-Dios dice que lo hay, pues lo hay. Aunque la calle opine lo contrario. Por que la verdad es lo que dice el que sabe, no lo que dice el que no sabe, aunque sea multitud. Puede ser que sean más los que no saben y sean menos los que saben. Pero la verdad no cambia por el número de opiniones. Si Cristo-Dios, en el Evangelio, quince veces te dice que hay infierno, hay infierno eterno. Es inútil que los hombres lo ignoren. Eso no sirve de nada.

***

Sin embargo a nadie le gusta que le hablen del infierno. A mí me parece esto una barbaridad. Yo por eso hablo del infierno siempre que tengo ocasión. Hay que hablar del infierno. Si es verdad, ¿cómo nos vamos a callar una cosa que es verdad? ¿Para que la gente vaya engañada a la muerte, y se encuentre después con la sorpresa? Vamos a hablar de lo que es una realidad.

Si hay un puente hundido en una curva después de una recta, se pone un cartel: «Carretera cortada. Puente hundido». Para que los coches frenen. No: para no asustar a la gente, no poner el cartel. Y viene el coche a toda velocidad, toma la curva y al precipicio. Hay que avisarlo. Que la gente se entere.

Como a la gente no le gustan los avisos pesimistas, no ponemos nada, no ponemos el aviso. ¿Y con esto ayudas a la gente? Estás perjudicando a la gente por no avisar de peligro que hay. Lo mismo el infierno. ¡Si es verdad! ¡Si el infierno no desaparece porque nosotros dejemos de hablar de él! ¡Si sigue igual! Porque Cristo-Dios lo ha dicho. Pues lo lógico, lo prudente es pensar en el infierno. Porque es una realidad. Como el estudiante que dice:

-Yo no quiero pensar en el examen, yo no me amargo la vida.

Pues te suspenden. ¿Qué arreglas tú no pensando en el examen? Tú tienes que pensar en el examen: qué programa tienes, qué dificultades tiene este programa, cuáles son las preguntas difíciles. Preparas el examen.
-Yo no quiero amargarme la vida. A mí no me des preocupaciones. Yo no pienso en esto.
Arreglado vas.
Hay que pensar en las cosas que son verdad. No pienses en tonterías que no sirven para nada. Pero lo que es verdad, piénsalo. Que eso va contigo. Para prevenir y para no equivocarte.

Alguno me dice que como él no cree en el infierno, está tranquilo. De manera que tú con decir que no crees en el infierno, ¿ya tranquilo? ¿Pero tranquilo de qué? ¿Es que el infierno desaparece porque tú digas que no crees? No seas idiota. El infierno sigue igual, digas tú lo que digas. Tú negarás el infierno de pico, pero no destruyes el infierno. Tu negación no destruye el infierno. El infierno no depende de lo que tú digas. El infierno existe porque lo ha dicho Cristo-Dios. Y si tú no crees, te vas a enterar, muchacho, en cuanto te mueras.

Fíjate. Tú te vas a morir. Si no piensas morirte, te llevamos al manicomio. Morirte, te mueres seguro. El año que viene, dentro de cinco años, dentro de cien años. Pero seguro que te vas a morir. Y cien años pasan pronto en la historia. Cuando te mueras, te enteras seguro de que hay infierno. Porque no depende de lo que digas tú, sino de lo que diga Dios. Y Dios te lo dice quince veces en el Evangelio. Quince veces te repite que hay infierno eterno, para los que mueren en pecado mortal. Por tanto, negar el infierno es ridículo.

Como uno que tiene úlcera de estómago. Va al médico, se toma la papilla y le miran por la pantalla.
-Usted tiene úlcera. Usted no fume. Usted no tome chorizo.
Y sale el otro del médico diciendo:
-Será idiota el médico: que yo no fume. ¿Cómo voy yo a dejar el tabaco? Que yo no coma chorizo, ¡con lo que me gusta a mí el chorizo! Tonterías del médico. Yo no hago caso.

Muy bien. Sigue comiendo de todo, revienta y a la tumba. ¡Claro! La úlcera no depende de lo que él diga, depende de lo que dice el médico. Si el médico le ha dado la papilla y lo ha mirado por la pantalla y dice que tiene úlcera, pues tiene úlcera. Y si él lo niega, lo siento por él. Pero la úlcera no desaparece porque él diga que no cree. Él dirá que no cree, pero tiene úlcera. Y si come de todo, revienta y a la tumba. Esto es de sentido común.

Pues hay gente por la calle que se cree que con negar el infierno, ya puede vivir tranquila. Son idiotas. Menudo chasco se van a llevar en la muerte.

***

- Bueno padre, es que a mí no me cabe en la cabeza que haya un infierno eterno. Porque si Dios es bueno, ¿cómo me va a condenar a un infierno eterno? No, eso yo no me lo puedo creer.

Pues aunque no quepa en tu cabeza, esto es así. Por que las cosas son verdad no porque caben en tu cabecita, sino porque lo dice Cristo-Dios. Y cuando Cristo-Dios dice una cosa, es verdad, quepa o no quepa en tu cabecita. No puede ser sólo verdad lo que tú entiendas. Esto es una soberbia inconcebible. Hay muchas cosas que son verdad y no caben en tu cabeza. Lo que pasa es que tienes una cabecita muy pequeña, y en tu cabecita de pulga caben muy pocas cosas. Pero las cosas no dejan de ser verdad porque no quepan en tu cabeza.
Como si una hormiga dijera: ¿Quién ha dicho que hay juego de ajedrez? Cómo va a haber juego de ajedrez, si a mí no me cabe en la cabeza. Pues aunque a la hormiga no le quepa en su cabeza el juego de ajedrez, el juego de ajedrez está ahí ¡Claro que hay juego de ajedrez!

Yo puedo tener dificultades sobre el infierno. Yo acepto que una persona me diga que no comprende el infierno. Esto es perfectamente lógico dada la pequeñez de nuestro entendimiento. Hay cosas que no acertamos a comprender. Lógico. Pero que uno diga:

-Eso no es verdad porque yo no lo entiendo.
Eso es ridículo.

¿Cuántas cosas hay en el mundo que no se entienden?. No todo el mundo puede entender de logaritmos y de integrales y de diferenciales y de derivadas. Porque una persona que sabe de una cosa, no sabe de otra. Esto es perfectamente lógico. Pero decir «esto no es verdad por que yo no lo entiendo», es ridículo. Por tanto, repito, el infierno es verdad porque lo dice Cristo-Dios. Que yo crea o no crea, lo entienda o no lo entienda, lo acepte o no lo acepte, está de más. Las cosas son así porque lo ha dicho Cristo-Dios. Punto.

***

Entonces, ¿qué es el infierno? Como dije antes, el catecismo lo define así: «El conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno».

Esto se puede explicar de muchas maneras. Yo le oí una vez un ejemplo al padre José Antonio Laburu. Ya murió. Era un gran conferenciante. Su ejemplo no sé si es histórico o no. No creo que sea histórico. Pero aunque no lo sea, ilumina. Pasa como con las parábolas de los Evangelios. Las parábolas no son hechos históricos. Cristo cuenta unas parábolas para transmitir una enseñanza. La parábola del Hijo Pródigo, por ejemplo. Son parábolas o cuentos que Cristo narra para encarnar una enseñanza.

Para mí el supremo tormento del infierno es la desesperación. El condenado es un hombre desesperado. Como dice el Evangelio es un rechinar de dientes de rabia. ¿Cuál es la rabia del condenado? «Por mi culpa estoy aquí. Pude salvarme y no quise. Tuve en mis manos la salvación y no quise. Y por mi culpa estoy aquí para siempre». Esto le debe dar una rabia, una desesperación...

-Maldito yo que por mi culpa estoy aquí para siempre, sin remedio. Tuve en mis manos la salvación y no quise. Preferí condenarme.
Porque nadie se condena si no quiere. Porque nadie se condena si no peca. Y nadie peca sin querer. El que peca es porque quiere, y por tanto si se condena ha elegido él el infierno pecando voluntariamente.

Pues le oí un ejemplo al P. Laburu que es muy gráfico. Un barco en alta mar, camino de América. Él iba mucho a América porque daba clases en Roma y en Argentina; y cruzaba el Atlántico con frecuencia. Un día en cubierta un grupo de muchachos se ponen una apuesta.
-¿Qué te apuestas que me tiro al agua?
-Anda no digas idioteces.
-¿Cuánto me das si me tiro?
-Anda no seas tonto.
-Que me tiro al agua, hombre. Me tiro al agua con tal que vosotros deis la voz de «hombre al agua».

Porque ya sabéis que cuando un hombre se ha caído al agua se da la voz de «hombre al agua» y entonces el barco tiene que dar unos círculos, no sé cuántos, supongamos que diez, alrededor del sitio donde supuestamente ha caído el náufrago. Él confiando en que los otros dan la voz de alarma y el barco lo va a recoger, se tiró. Por cinco mil pesetas se tiró al agua. En mitad del Atlántico. Y de noche. 

Los otros empiezan a gritar: «hombre al agua, hombre al agua». Y el capitán ordena parar y dar las vueltas correspondientes alrededor del sitio donde se supone que había caído. Pero mientras dieron la voz y llegó la orden del capitán, estaban dando las vueltas donde el náufrago no había caído. El muchacho estaba fuera del círculo viendo que le están buscando con focos donde él no está. Y después de dar unas vueltas, el barco enfiló su rumbo sin él.

Y cuando el hombre se da cuenta que lo abandonan y el barco enfila el rumbo, y lo dejan en el Atlántico, menuda desesperación, menudo desgarro del alma.

-Maldito yo, imbécil de mí, que por cinco mil pesetas me quedo aquí en mitad del Atlántico, y se va mi esperanza que es el barco. Yo me quedo aquí y sin salvación por mi culpa.
Esta es la desesperación del condenado. Esto elevado a la enésima potencia.

-Maldito yo que por una idiotez me he condenado, y he perdido mi esperanza y mi salvación. He perdido mi vida, mi felicidad. Porque quise. Porque nadie me obligó. Fui yo quien elegí estar aquí. Maldito yo.

***

Fracaso definitivo. Esto es el infierno. Esto es lo peor del infierno. Es lo que se llama «la pena de daño». La pena espiritual que es la desesperación. Esto es peor que lo físico. Pero aunque sea brevemente tengo que decir que el Evangelio habla de una pena física, habla del fuego.

Ya sabemos que es una metáfora, porque el fuego del infierno no puede ser como el fuego de la Tierra, porque atormenta los espíritus. Es otra cosa. Pero es importante saber que Jesucristo para ilustrar, para iluminar lo que es el infierno, repite la metáfora quince veces. Esto es muy interesante. Cristo no encuentra otra palabra más acomodada. Aunque sea metafórica, es muy iluminativa, porque nos da a entender algo de lo que debe ser eso.

Lo mismo que a veces decimos que el hielo quema. Yo he oído decir: «tenía un trozo de hielo en la mano, pero lo he soltado porque me quemaba». Hombre, el hielo no quema, será lo contrario. Pero el dolor que sientes en tus manos por el frío se parece al dolor que sientes por el calor. Pues lo mismo Cristo. Usa una palabra que es metáfora. No es como el fuego de la Tierra. Pero si Cristo la repite, por algo será. Se parece tanto a la realidad que Él no encuentra mejor palabra que «fuego».

Entonces voy a poner un ejemplo. Estaba yo en Bilbao. Yo me he dedicado muchos años a dar conferencias en factorías. Y estaba yo en Altos Hornos de Vizcaya. Y me contaron un accidente de trabajo de un obrero que estaba en lo que se llama «pinchar el horno». Pinchar el horno es perforarlo para que salga un chorro de hierro líquido que va por unos canalitos que se hacen con arena. En un plano inferior, hay una vía de tren. De tren pequeñito, de vía estrecha, que lleva unas grandes calderas. Ahí cae el hierro líquido. 

Este hombre estaba trabajando en eso. Trabajo peligrosísimo. Van con unos monos de amianto y unos guantes. Muy bien preparados y equipados. Pero lo que haces todos los días, por muy peligroso que sea, te acostumbras y le pierdes el miedo y el respeto. Este hombre resbaló en el borde y se cayó en una caldera de hierro líquido. Un humito y desapareció. Tuvieron que enterrar la colada entera. No quedó ni rastro de ese hombre. Se volatilizó al caer en hierro líquido.

Este ejemplo me sirve a mí para pensar, para meditar. Supongamos que este hombre no muere instantáneamente. Y se queda flotando en hierro líquido. ¿Cuál sería el dolor que este hombre tendría que aguantar flotando en hierro líquido? Él ni se enteró. Se volatilizó instantáneamente. Pero si por hipótesis, se queda flotando en hierro líquido, ¿cuál sería su tormento?

Un minuto, tres minutos, cinco minutos, una hora, veinticuatro horas, un año, una eternidad, flotando en hierro líquido. Vamos a pensarlo, porque no es ninguna tontería. Porque Cristo te dice que en el infierno hay fuego. Aunque sea metáfora. Pero es para que comprendamos si hay algo en la vida que compense un baño en hierro líquido que dura eternamente.

***

La palabra eternidad no la entendemos. Eternidad no es muchos años. Mil años, un millón de años. Miles y miles de millones de años. No. Eternidad es no tener fin, que no se acaba nunca.

Yo pongo un ejemplo. Un reloj pintado tiene las doce menos cinco. No tiene máquina. Está pintado. Espérate a ver cuándo dan las doce. No es que yo espere una hora. No es que yo espere veinticuatro horas. No es que yo espere un año. No es que yo espere mil años. Nunca dará las doce. ¡Si no tiene máquina! Está pintado en la pared. Siempre estará en las doce menos cinco. No es cuestión de esperar que den las doce. Nunca dará las doce. Esto es la eternidad: que no tiene fin. Nunca llega al fin. Nunca termina.

Ahora di tú, ¿merece la pena escoger el infierno? ¿Qué hay en la vida que compense esto? ¡Un baño eterno en hierro líquido! Y además el desgarro del alma. Me diré 

-Por mi culpa. Maldito yo. Lo escogí yo. Estoy aquí porque quise. Yo pude salvarme. Tuve en mis manos la salvación y no quise. Dime tú si hay algo en la vida que compense esto. A ver si no merece la pena que pensemos:

-¿Qué vida llevo yo? ¿Voy camino del cielo o del infierno?

Hay que pensar. El no pensar es de idiota. Tú no pienses que está la carretera cortada. Tú no frenes. Toma la curva a ciento veinte, y cuando te encuentres el puente hundido, al precipicio. ¿En qué cabeza cabe que no queramos pensar en el infierno; o que cuando se nos habla del infierno no queramos rectificar? ¿Que seguimos como vamos? esto es de locos. Por tanto, vamos a pensar que esto es dogma de fe. Esto no es opinable. Es dogma de fe. Lo ha dicho Cristo-Dios.

***

Por lo tanto, lo sensato, lo razonable, es que yo me examine. ¿Qué vida llevo yo en la Tierra? ¿Voy camino del cielo o voy camino del infierno? Y si voy camino del infierno, a rectificar. Todavía puedo rectificar. Cuando no podré rectificar es al otro lado de la muerte. Después de la muerte se acabó. Ya no se puede rectificar. Pero antes de la muerte puedo rectificar. Y si voy por el buen camino, adelante. Dando gracias a Dios que me ayuda. Pero si voy por el camino del infierno, rectificar. Es absurdo coger el camino que me lleva a donde no quiero ir. Pero el que no quiere pensar, o no quiere rectificar, cuando sabe que va por mal camino, eso es de loco. Y las consecuencias son irreparables.

Después de la muerte no hay solución. Así pues, pidámosle a Dios que nos ayude a vivir fieles a Él, amándole sobre todas las cosas, para ir por el camino de la gloria, que nos dará esa felicidad eterna del amor. Y no tener la desgracia de que por nuestra dureza de corazón y no querer rectificar, caer en el infierno eterno: dogma de fe que Dios ha profetizado a aquellos que mueren en pecado mortal. Pues quiera Dios que estas palabras hayan sido útiles para vuestra salvación eterna.

Fuente: P. Jorge Loring S.J. (Conferencia pronunciada en la Escuela de Enfermeras de Salus Infirmorum. Madrid)

LA FUERZA DEL AMOR DEBE SUPERAR LA REPUGNANCIA A LA MUERTE

Imagen modificada por el autor de este blog

Primero pregunta el Señor lo que ya sabía, y no sólo una vez, sino dos y tres veces: si Pedro le ama, y otras tantas veces le oye decir que le ama, y otras tantas veces no le recomienda otra cosa sino que apaciente sus ovejas.

A la triple negación corresponde la triple confesión, para que la lengua no fuese menos esclava del amor que del temor, y para que no pareciese que la inminencia de la muerte le obligó a decir más palabras que la presencia de la vida. Sea servicio del amor el apacentar la grey del Señor, como fue señal del temor la negación del Pastor.

Los que apacientan las ovejas de Cristo con la disposición de que sean suyas y no de Cristo demuestran que se aman a sí mismos y no a Cristo.

Contra estos tales nos ponen continuamente en guardia estas palabras de Cristo, como también las del Apóstol, quien se queja de los que buscan sus propios intereses, no los de Jesucristo.

Pues qué significa: ¿Me amas? Apacienta mis ovejas, sino lo siguiente: «Si me amas, no pienses en apacentarte a ti mismo, sino a mis ovejas; apaciéntalas como mías, no como tuyas; busca mi gloria en ellas, no la tuya; mi propiedad, no la tuya; mis intereses, y no los tuyos; no te encuentres nunca en compañía de aquellos que pertenecen a los tiempos peligrosos, puesto que se aman a sí mismos y aman todas aquellas cosas que se deducen de este mal principio».

Los que apacientan las ovejas de Cristo que no se amen a sí mismos, para que no las apacienten como propias, sino como de Cristo.

El defecto que más deben de evitar los que apacientan las ovejas de Cristo consiste en buscar sus intereses propios, y no los de Jesucristo, y en utilizar para sus propios deseos a aquellos por quienes Cristo derramó su sangre.

El amor de Cristo debe crecer hasta tal grado de ardor espiritual en aquel que apacienta sus ovejas, que supere también el natural temor a la muerte, por el que no queremos morir aun cuando queremos vivir con Cristo.

Pero, por muy grande que sea el pesar por la muerte, debe ser superado por la fuerza del amor hacia aquel que, siendo nuestra vida, quiso padecer hasta la misma muerte por nosotros.

Pues, si en la muerte no hubiera ningún pesar, o éste fuera muy pequeño, no sería tan grande la gloria de los mártires. Pero, si el buen Pastor, que dio su vida por sus ovejas, suscitó tantos mártires suyos de entre sus ovejas, ¿cuánto más deben luchar hasta la muerte, por la verdad, y hasta derramar la sangre, contra el pecado, aquellos a quienes Cristo encomendó apacentar sus ovejas, es decir, el instruirlas y gobernarlas?

Por esta razón, y ante el ejemplo de la pasión de Cristo, ¿quién no comprende que son los pastores quienes más deben imitarlo, puesto que muchas de sus ovejas lo han imitado, y que bajo el cayado del único Pastor, y en un solo rebaño, los mismos pastores son también ovejas. A todos hizo ovejas suyas, ya que por todos padeció, pues él mismo, para padecer por todos, se hizo oveja.

Fuente: San Agustín, Obispo sobre el Evangelio de San Juan

miércoles, 4 de diciembre de 2013

NAVIDAD +2

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SAN NICOLÁS(6Dic)

Obispo de Mira, en Licia (hoy Turquía), murió mediado el siglo IV y fue venerado por toda la Iglesia, sobre todo desde el siglo X. Cinco Papas han llevado el nombre de Nicolás, pero el santo de nuestra historia no fue Papa sino obispo. Poco se sabe con certeza de San Nicolás mas allá de los siguientes datos: nació en Parara de Licia, una antigua provincia del Asia Menor; en su juventud hizo una peregrinación a Egipto y Palestina. Poco tiempo después de su regreso fue nombrado obispo de Mira, capital de Licia, junto al mar Mediterráneo; echado en prisión durante la persecución de Diocleciano por confesar su fe, fue liberado al subir al trono el emperador Constantino.

Posiblemente San Nicolás participó en el Concilio de Nicea en el año 325, donde se condenó la herejía arriana que ponía en duda la divinidad de Jesucristo y se instituyó el credo Nicenciano, el cual es una fuente para el credo posterior que se reza en las misas dominicales. Por otra parte, su nombre no aparece en las antiguas listas de los obispos que participaron en el concilio.

San Metodio afirma que "gracias a las enseñanzas de Nicolás, la metrópolis de Mira fue la única que no se contaminó con la herejía arriana la cual rechazó firmemente, como si fuese un veneno mortal".  San Nicolás tomó también medidas severas contra el paganismo y lo combatió incansablemente.

Su celo por la justicia es legendario. Cuando el gobernador Eustacio había sido sobornado para condenar a tres inocentes,  Nicolás se presentó en el momento de la ejecución, detuvo al verdugo y puso en libertad a los prisioneros.  Reprendió entonces a Eustacio, hasta que éste reconoció su crimen y se arrepintió.  En esa ocasión habían presentes tres oficiales que más tarde, al verse ellos mismos en peligro de muerte le rezaron a San Nicolás.  Esa misma noche el santo se apareció en sueños a Constantino y le ordenó que pusiese en libertad  a los tres inocentes.  Constantino interrogó a los tres y al darse cuenta por ellos de que habían invocado a San Nicolás,  los envió libres al santo obispo con una carta en la que le rogaba que orase por la paz del mundo.  Durante mucho tiempo ese fue el milagro mas famoso de San Nicolás, y prácticamente lo único que se sabía de él en la época de San Metodio quién murió en el 847.

Devoción a San Nicolás

Después de su muerte el 6 de diciembre, de 345 o 352,  creció su devoción y aumentaron los reportes de sus milagros.  Se convirtió en el patrón de los niños y marineros. En el siglo VI, el emperador Justiniano construyó una Iglesia en Constantinopla en su honor. Su popularidad en esa ciudad (hoy día Estambul) se propagó por todo el Cristianismo.  Fue nombrado patrono de Rusia y, gracias a los zares, su devoción aumentó hasta tener mas iglesias dedicadas a su nombre en Rusia que ningún otro santo fuera de la Virgen María. Es interesante que San Nicolás es popular en Rusia siglos antes de que fuera conocido en el continente Americano.

En Alemania la devoción a San Nicolás comenzó bajo Otto II, posiblemente por su esposa Theophano, quien era griega. El obispo Reginald de Eichstaedt (991) escribió "Vita S. Nicholai." El 9 de mayo, de 1087 sus huesos fueron rescatados de Mira que había caído bajo la invasión musulmana. Se llevaron a Bari, en la costa adriática de Italia. Fue posiblemente en ese tiempo en que se propagó su devoción en Italia donde se le conoce como San Nicolás de Bari.  Sus reliquias todavía se preservan en la Iglesia de San Nicola de Bari, Italia. En Mira, se decía que "el venerable cuerpo del obispo, embalsamado en el aceite de la virtud, sudaba una suave mirra que le preservaba de la corrupción y curaba a los enfermos, para gloria de aquél que había glorificado a Jesucristo, nuestro verdadero Dios".   El fenómeno no se interrumpió con la translación de los restos; según se dice,  un aceite conocido como el Manna di S. Nicola, sigue brotando de su cuerpo.

San Nicolás es honrado como patrón en los siguientes lugares: Rusia; Nápoles y Sicilia, Italia; Campen, Holanda; Freiburg en Suiza; Lorena; la Diócesis de Liège; también en ciudades de Alemania, Austria y Bélgica. En diferentes lugares es patrón de marineros, mercantes, panaderos, niños y viajeros.  Los marineros del mar Egeo y los del Jónico, siguiendo la costumbre del oriente, tienen una "estrella de San Nicolás" y se desean buen viaje con estas palabras: "que San Nicolás lleve tu timón". Su imagen se representa en el arte en diferentes formas según sus milagros. 

En Demre (Turquía), la Basílica de San Nicolás está ahora en ruinas y hay dudas sobre cual es su tumba original. Ya no quedan cristianos en la ciudad, pero los negociantes musulmanes han fundado una organización caritativa en su honor que cada año da un premio de paz. 

Imagen modificada por el autor de este blog

De San Nicolás a "Santa Claus"

Tratándose de un santo muy popular no faltaron las maravillosas historias que se acumularon a través de los siglos...


Leyenda de los marineros: Durante una hambruna, el santo pidió que se organice una flota para llevar grano a un pueblo que sufría hambre.  La flota sobrevivió una terrible tormenta gracias a la bendición del obispo.  En otra ocasión, San Nicolás convenció a unos mercaderes para que entregasen todos los alimentos que tuviesen en su barca.  Al llegar a su destino, estos encontraron todos los alimentos en su lugar original. 

Leyenda de las tres doncellas: Se cuenta que en la diócesis de Mira un vecino de San Nicolás se encontraba en tal pobreza que se decidió a exponer a sus tres hijas vírgenes a la prostitución para sacar de ese vil mercado el sustento para él y para ellas....  Sin dinero no podían pagar la dote de una,  por lo que ninguna se podía casar. Para evitar aquel inhumano lenocinio, San Nicolás tomó una bolsa con monedas de oro y, al amparo de la oscuridad de la noche, la arrojó por la chimenea de la casa de aquel hombre. Con el dinero se casó la hija mayor. San Nicolás hizo lo mismo para favorecer a las otras dos hermanas. En la segunda ocasión, tras ser tirada la bolsa  sobre la pared del patio de la casa del pobre,  esta se enredó en la ropa que se tendía para secar... El padre se puso al acecho en la ventana, descubrió a su bienhechor y le agradeció su caridad. 

Se narra también que San Nicolás resucitó a tres niños que habían sido asesinados y desechados en un barril de sal. Las antiguas leyendas de los niños y los regalos por la chimenea y las medias dieron lugar en Alemania, Suiza y los Países Bajos a la leyenda del "niño obispo" y sobre todo a la costumbre de que San Nicolás trae secretamente regalos para los niños el 6 de diciembre, día en que la Iglesia celebra su fiesta.   Dicha costumbre fue popularizada en los Estados Unidos por los protestantes holandeses de Nueva Amsterdam, que convirtieron al santo "papista" en un mago nórdico. Su nombre fue abreviado, no solo a San Nic, sino también a Sint Klaes o Santa Claus.

Lamentablemente el Santa Claus moderno ha sido paganizado. La mitra de obispo fue remplazada por el hoy famoso gorro rojo, su cruz pectoral desapareció por completo. Se mudó de Turquía al Polo Norte, de donde viene por la nieve con venados. El Santa Claus pagano cautivó la imaginación de agentes publicitarios en el occidente. Como San Nicolás era obispo, se le representa vestido en rojo. Eso le gustó a los magnates de la coca cola ya que ese es también el color publicitario de esa corporación. Comenzaron a usarlo en una campaña publicitaria pre Navideña.

Hoy día, "Santa Claus" se utiliza para vender toda clase de cosas y casi nadie recuerda su verdadera historia.  Es hora que los cristianos recuperemos nuestro santo y le enseñemos a nuestros niños que la Navidad es la celebración del Nacimiento de Dios hecho niño.  Recordemos pues que San Nicolás fue un santo obispo que se preocupaba por los pobres, especialmente los niños y se hizo famoso por su caridad.

Fuente: Corazones.org

lunes, 2 de diciembre de 2013

NAVIDAD +1

Imagen por: Fano

Sobre el tiempo de Adviento

Ha llegado, amadísimos hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne, que, como dice el Espíritu Santo, es tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la reconciliación;  el tiempo que tan ardientemente desearon los patriarcas y profetas y que fue objeto de tantos suspiros y anhelos; el tiempo que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando gracias al Padre eterno por la misericordia que en este misterio nos ha manifestado. El Padre, por su inmenso amor hacia nosotros, pecadores, no envió a su Hijo único, para librarnos de la tiranía y del poder del demonio, invitarnos al cielo e introducirnos en lo más profundo de los misterios de su reino, manifestarnos la verdad, enseñarnos la honestidad de costumbres, comunicarnos el germen de las virtudes, enriquecernos con los tesoros de su gracia y hacernos sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.

La Iglesia celebra cada año el misterio de este amor tan grande hacia nosotros, exhortándonos a tenerlo siempre presente.  A la vez nos enseña que la venida de Cristo no sólo aprovecho a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia continúa y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los sacramentos, la gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus mandamientos.

La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo.

Por eso, durante este tiempo, la Iglesia, como madre amantísima y celosísima de nuestra salvación , nos enseña, a través de himnos, cánticos y otras palabras del Espíritu Santo y de diversos ritos, a recibir convenientemente y con un corazón agradecido este beneficio tan grande, a enriquecernos con su fruto y a preparar nuestra alma para la venida de nuestro Señor Jesucristo con tanta solicitud como si hubiera él de venir nuevamente al mundo. No de otra manera nos lo enseñaron con sus palabras y ejemplos los patriarcas del antiguo Testamento para que en ello los imitáramos.

Fuente: Acta Ecclesiae Mediolanensis, San Carlos Borromeo, Obispo

SUFRIMIENTO DE JESÚS SEGÚN LA CIENCIA +2


Los estudios médicos que tratan de explicar la causa de la muerte de Jesucristo, toman como material de referencia un cuerpo de literatura y no un cuerpo físico. Publicaciones sobre los aspectos médicos de su muerte se reportan desde el siglo I.
Hoy día, con base a los conocimientos de la fisiopatología del paciente traumatizado, se puede llegar a inferir los cambios fisiológicos padecidos por Jesucristo durante su pasión y muerte. Los relatos bíblicos de la crucifixión descritos a través de los evangelios y documentación científica al respecto, describen que padeció y sufrió el más cruel de los castigos. El más inhumano y despiadado de los tratos que puede recibir un ser humano.
Descubrimientos arqueológicos relacionados con las practicas romanas de la crucifixión. Proveen información valiosa que da verdadera fuerza histórica a la figura de Jesús, y a su presencia real en la historia del hombre.
Históricamente este acontecimiento se inicia durante la celebración de la pascua judía, en el año 30 de nuestra era. La última cena se realizó el jueves 6 de abril (nisan 13). La crucifixión se llevo a cabo el 7 de abril (nisan 14). Los años del nacimiento y la muerte de Jesús permanecen en controversia.
HUERTO DE LOS OLIVOS (GETSEMANI)
Los escritores sagrados describen la oración de GETSEMANI con enérgicas expresiones. Lo vivido por Jesús antes de ser tomado como prisionero, lo refieren como una mezcla indecible de tristeza, de espanto, de tedio y de flaqueza. Esto expresa una pena moral que ha llegado al mayor grado de su intensidad.
Fue tal el grado de sufrimiento moral, que presentó como manifestación somática, física; sudor de sangre (hematihidrosis o hemohidrosis). “sudor de sangre, que le cubrió todo el cuerpo y corrió en gruesas gotas hasta la tierra”. (Lc 22, 43).
Caso no usual en la practica médica. De presentarse está asociado a desordenes sanguíneos. Fisiológicamente es debida a congestión vascular capilar y hemorragias en las glándulas sudoriparas. La piel se vuelve frágil y tierna.
Después de este primera situación ocasionada por la angustia intensa. Es sometido a un ayuno que durara toda la noche durante el juicio, y persistirá hasta su crucifixión.
FLAGELACIÓN
La flagelación era un preliminar legal para toda ejecución Romana. A la víctima le desnudaban la parte superior del cuerpo, lo sujetaban a un pilar poco elevado, con la espalda encorvada, de modo que al descargar sobre esta los golpes, nada perdiesen de su fuerza y golpeaban, sin compasión, sin misericordia alguna.
El instrumento usual era un azote corto (flagrum o flagellum) con varias cuerdas o correas de cuero, a las cuales se ataban pequeñas bolas de hierro o trocitos de huesos de ovejas a varios intervalos.
Cuando los soldados azotaban repetidamente y con todas sus fuerzas las espaldas de su víctima, las bolas de hierro causaban profundas contusiones y hematomas. Las cuerdas de cuero con los huesos de oveja, desgarraban la piel y el tejido celular subcutáneo.
Al continuar los azotes, las laceraciones cortaban hasta los músculos, produciendo tiras sangrientas de carne desgarrada. Se creaban las condiciones para producir perdida importante de líquidos (sangre y plasma).
Hay que tener en cuenta que la hematidrosis había dejado la piel muy sensible en Jesús.
Después de la flagelación, los soldados solían burlarse de sus víctimas. A Jesús, le fue colocada sobre su cabeza, como emblema irónico de su realeza una corona de espinas. En Palestina abundan los arbustos espinosos, que pudieron servir para este fin; se utilizó el Zizyphus o Azufaifo, llamado Spina Christi , de espinas agudas, largas y corvas.
Le fue colocada una túnica sobre sus hombros (un viejo manto de soldado, que figuraba la púrpura de que se revestían los reyes, "clámide escarlata"), y una caña, parecida al junco de Chipre y de España como cetro en su mano derecha.

CRUCIFIXIÓN
El suplicio de la cruz es de origen oriental. Fue recibido de los persas, asirios y caldeos; por los, griegos, egipcios y romanos. Se modifico en varias formas en el transcurso de los tiempos.
En principio fue un simple poste. Luego se fijo en el remate una horca (furca), de la que se suspendía el reo por el cuello. Después se adiciono un palo transversal (patibulum), tomando un nuevo aspecto. Según la forma en que el palo transversal se sujetara al palo vertical, se originaron tres clases de cruces:
La crux decussata. Conocida como cruz de San Andrés, tenia la forma de X.
La crux commissata. Algunos la llaman cruz de San Antonio, se parecía a la letra T.
La crux immisa. Es la llamada cruz latina, que todos conocemos.
Se obligo a Jesús, como era la costumbre a cargar la cruz; desde el poste de flagelación al lugar de la crucifixión. La cruz pesaba más de 300 libras (136 kilos) sólo llevo el patíbulo que pesaba entre 75 y 125 libras. Fue colocado sobre su nuca y se balanceaba sobre sus dos hombros.
Con agotamiento extremo y debilitado, tuvo que caminar un poco mas de medio kilómetro (entre 600 a 650 metros) para llegar al lugar del suplicio. El nombre en arameo es Golgotha, equivalente en hebreo a gulgolet que significa “lugar de la calavera”, ya que era una protuberancia rocosa, que tenia cierta semejanza con un cráneo humano, hoy se llama por la traducción latina calvario.
Antes de comenzar el suplicio de la crucifixión, era costumbre dar una bebida narcótica (vino, con mirra, e incienso) a los condenados; con el fin de mitigar un poco sus dolores. Cuando presentaron a Jesús este brebaje, no quiso beberlo. ¿Que podría mitigar un dolor moral y físico tan intenso, cuando su cuerpo, todo policontundido, sólo esperaba enfrentar su último suplicio, sin alivio alguno, con pleno dominio de sí mismo?
Con los brazos extendidos, pero no tensos, las muñecas eran clavadas en el patíbulo. De esta forma, los clavos de un centímetro de diámetro en su cabeza y de 13 a 18 centímetros de largo, eran probablemente puestos entre el radio y los metacarpianos, o entre las dos hileras de huesos carpíanos, ya sea cerca o a través del fuerte flexor retinaculum y los varios ligamentos intercarpales. En estos lugares aseguraban el cuerpo.
El colocar los clavos en las manos hacia que se desgarraran fácilmente puesto que no tenían un soporte óseo importante. La posibilidad de una herida periosea dolorosa fue grande, al igual que la lesión de vasos arteriales tributarios de la arteria radial o cubital. El clavo penetrado destruía el nervio sensorial motor, o bien comprometía el nervio mediano, radial o el nervio cubital. La afección de cualquiera de estos nervios produjo tremendas descargas de dolor en ambos brazos. El empalamiento de varios ligamentos provoco fuerte contracciones en la mano.
Los pies eran fijados al frente del estípete por medio de un clavo de hierro, clavado a través del primero o segundo espacio intermetatarsiano. El nervio profundo peroneo y ramificaciones de los nervios medianos y laterales de la planta del pie fueron heridos.
¿Se clavaron ambos pies con un solo clavo o se empleo un clavo para cada pie? También esta es una cuestión controvertida. Pero es mucho más probable que cada uno de los pies del salvador estuvo fijado a la cruz con clavo distinto. San Cipriano que, más de una vez había presenciado crucifixiones, habla en plural de los clavos que traspasaban los pies. San Ambrosio, San Agustín y otros mencionan expresamente los cuatro clavos que se emplearon para crucificar a Jesús.
San Meliton de Sardes escribió: “los padecimientos físicos ya tan violentos al hincar los clavos, en órganos por extremo sensibles y delicados, se hacían aun más intensos por el peso del cuerpo suspendido de los clavos, por la forzada inmovilidad del paciente, por la intensa fiebre que sobrevenía, por la ardiente sed producida por esta fiebre, por las convulsiones y espasmos, y también por las moscas que la sangre y las llagas atraían”.
No han faltado quienes dijesen que los pies del salvador no fueron clavados, sino simplemente sujetos a la cruz con cuerdas; pero tal hipótesis tiene en contra, tanto el testimonio unánime de la tradición , que ve en el crucificado Jesús el cumplimiento de aquel, celebre vaticinio: "han taladrado mis manos y mis pies" (sal 21); como en los mismos evangelios, pues leemos en San Lucas (Lc 24, 39-40) “ved mis manos y mis pies; yo mismo soy; palpad y ved..Y, dicho esto, les mostró las manos y los pies”.
Dice Bosssuet: ¿como describir los padecimientos morales que soportó nuestro Señor Jesús Cristo durante su horrorosa agonía? Cuando una muchedumbre de gente se saciaba sus ojos con el espectáculo de aquella agonía, acompañando con todo tipo de ultrajes que le colmaron hasta el último momento. Sufría al ver la mirada abnegada de su madre y sus amigos, a quienes sus dolores tenían sumidos en profunda tristeza. Todo Él era, digámoslo así, un tormento en sus miembros, en su espíritu, en su corazón y en su alma.
De todas las muertes la de la cruz era la más inhumana, suplicio infamante, que en el imperio romano se reservaba a los esclavos (servile suppliciun) .
Después de las palabras en Getsemaní vienen las pronunciadas en el Gólgota, que atestiguan esta profundidad, única en la historia del mundo. Dios mío, Dios mío, ¿por que me has abandonado?" Sus palabras no son sólo expresión de aquel abandono, son palabras que repetía en oración y que encontramos en el salmo 22.
INTERPRETACIÓN FISIOPATOLÓGICA DE LA MUERTE DE JESUCRISTO
En la muerte de Jesús varios factores pudieron contribuir. Es importante tener en cuenta que fue una persona politraumatizada y policontundida; desde el mismo momento de la flagelación, hasta su crucifixión.
El efecto principal de la crucifixión, aparte del tremendo dolor, que presentaba en sus brazos y piernas, era la marcada interferencia con la respiración normal, particularmente en la exhalación.

El peso del cuerpo jalado hacia abajo, con los brazos y hombros extendidos, tendían a fijar los músculos intercostales a un estado de inhalación y por consiguiente afectando la exhalación pasiva. De esta manera la exhalación era primeramente diafragmatica y la respiración muy leve. Esta forma de respiración no era suficiente y pronto produciría, retención de CO2 (hipercapnia).
Para poder respirar y ganar aire Jesús tenia que apoyarse en sus pies, tratar de flexionar sus brazos y después dejarse desplomar para que la exhalación se produjera. Pero al dejarse desplomar le producía igualmente una serie de dolores en todo su cuerpo.
El desarrollo de calambres musculares o contracturas tetanicas debido a la fatiga y la hipercapnia afectaron aún más la respiración. Una exhalación adecuada requería que se incorporara el cuerpo empujándolo hacia arriba con los pies y flexionando los codos, aductando los hombros.
Esta maniobra colocaría el peso total del cuerpo en los tarsales y causaría tremendo dolor.
Más aún, la flexión de los codos causaría rotación en las muñecas en torno a los clavos de hierro y provocaría enorme dolor a través de los nervios laceradas. El levantar el cuerpo rasparía dolorosamente la espalda contra la estípe. Como resultado de eso cada esfuerzo de respiración se volvería agonizante y fatigoso, eventualmente llevaría a la asfixia y finalmente a su fallecimiento.
Era costumbre de los romanos que los cuerpos de los crucificados permaneciesen largas horas pendientes de la cruz; a veces hasta que entraban en putrefacción o las fieras y las aves de rapiña los devoraban.
Por lo tanto antes que Jesús muriese, los príncipes de los sacerdotes y sus colegas del Sanedrín pidieron a Pilato que, según la costumbre Romana, mandase rematar a los ajusticiados, haciendo que se le quebrasen las piernas a golpes. Esta bárbara operación se llamaba en latín crurifragium (Jn 20, 27).
Las piernas de los ladrones fueron quebradas, más al llegar a Jesús y observar que ya estaba muerto, renunciaron a golpearle; pero uno de los soldados para mayor seguridad quiso darle lo que se llamaba el "golpe de gracia" y le traspaso el pecho con una lanza.
En esta sangre y en esa agua que salieron del costado, los médicos han concluido que el pericardio, (saco membranoso que envuelve el corazón), debió ser alcanzado por la lanza, o que se pudo ocasionar perforación del ventrículo derecho o tal vez había un hemopericardio postraumático, o representaba fluido de pleura y pericardio, de donde habría procedido la efusión de sangre.
Con este análisis que si bien es conjetura, nos acercamos más a la causa real de su muerte.Interpretaciones que se encuentran dentro de un rigor científico en cuanto a su parte teórica; más no demostrables con análisis ni estudios complementarios.
Los cambios sufridos en la humanidad de Jesucristo, se han visto a la luz de la medicina, con el fin de encontrar realmente el carácter humano, en un hombre que es llamado el hijo de Dios, y que voluntariamente acepto este suplicio, convencido del efecto redentor y salvador para los que crean en ÉL y en su evangelio.
REFERENCIAS
1. Sermo de Passione
2. San Justiniano, Dial, c, Tryph, 97,98,104, y apol, 135; Tertuliano, adv. Marc,
3. Camargo Rubén. Diario el heraldo. B/quilla, Col 1990
4. Rev. Med. Jama 1986;255;1455-1463
5. Fragm, 16
6. Tractac in Joan, 36,4 - De obitu Theodos, 47 y 49
7. Séneca, Epist. 101; Petronio, Sat 3,6; Eusebio, Hist. eccl. 8,8
8. Carta Apostólica Salvifici Doloris 1984
9. Louis Claude Fillion. Vida de Nuestro Señor Jesucristo. Tomo III

Fuente: SantosudariodeJesús/Imágenes no modificadas del texto original