El cielo, la felicidad de amar
Porque eso es el
cielo. El catecismo decía: ¿Qué es el cielo? El conjunto de todos los bienes
sin mezcla de mal alguno. Está bien dicho. El conjunto de todos los bienes sin
mezcla de mal alguno. Yo me acuerdo que de pequeño, cuando me aprendí el
catecismo, yo preguntaba:
-¿En el cielo hay
bicicletas?
Porque yo, a mi edad,
¿cómo podía ser feliz en el cielo si no tengo bicicleta? Si para mí lo mejor
del mundo era la bicicleta. En cielo tenía que haber bicicletas. Porque si no
hay bicicletas, yo en el cielo no podía ser feliz. Y a mí me decían:
- Sí hombre, sí; allí
tendrás todo lo que quieras.
Ahora comprendo que en
cielo no hay bicicletas. Ni falta que hace. Sin embargo, seremos felices en el
cielo.
***
Y, ¿en qué consiste
esta suprema, máxima, saciativa, insuperable felicidad en el cielo? En el amor.
Pero no en el amor físico, que es el que se propagandea aquí en la tierra. Aquí
en la tierra las películas, las novelas, la televisión a todas horas, ¿cómo
expresan la felicidad? En la cama. Como si eso fuera la suprema felicidad del
hombre. ¡Qué equivocación! Esa no es la felicidad del hombre. El amor físico,
el sexo, no es la felicidad del hombre. Si eso fuera así, las personas más
felices del mundo serían las prostitutas. Y es evidente que la prostituta no es
una mujer feliz.
¿Cómo se llaman los
libros que hablan de la prostitución? «La esclavitud de la mujer»; «Las
esclavas del siglo XX». Decía una carta de una prostituta que apareció
asesinada en la carretera de Barajas, en Madrid: «Me asquea mi profesión. Estoy
deseando dejar esto».
Es curioso que ellas
llaman de descanso al día que no se acuestan con nadie. Éste es su día de
descanso. No acostarse con nadie. Por mucho que nos quieran meter por los ojos
que la vida sexual es lo más maravilloso. No señor. Se puede ser muy feliz sin
vida sexual. Con tal que haya amor. ¿Qué hace feliz al hombre? El amor. En el
matrimonio se incluye el sexo; pero no hace falta el sexo para ser feliz.
Me acuerdo que un día
de San Valentín, salieron en la tele dos vejetes. Ellos se amaban con delirio.
Los dos hechos dos tortolitos. Y a esa edad, ¡qué vida sexual, ni qué belleza!
Nada. Pero felices los dos vejetes. De vida sexual, cero. De belleza, cero.
Pero se amaban con locura. ¡Felices los dos!
A veces leemos en la
prensa que un matrimonio se muere uno detrás del otro. Uno se muere por
enfermedad, y el otro se muere de pena. No puede sobrevivir al ser querido. Se
le ha muerto su ser querido, y se muere de pena. Se amaban con delirio. Eran
felices amándose sin vida sexual. Amor, amor, sólo amor. Si amas, eres feliz; y
si no amas, no serás feliz. Aunque tengas de todo.
Los sacerdotes
conocemos mejor que nadie la vida, porque la gente nos abre su corazón y
sabemos la verdad. No lo que dicen en la calle. No. La verdad. Nadie viene al
sacerdote a engañarle. Sería de idiota. Porque si al sacerdote vienes a buscar
consejo, a buscar ayuda, le dices la verdad. Como al médico. Si vas al médico,
le dices la verdad. Si te duele el riñón, no le dices que te duele una muela.
Porque te quitan la muela y sigues con el dolor. Al médico le dices la verdad
para que te cure. Porque si le engañas, sales perdiendo. Lo mismo el que viene
al sacerdote. Porque busca consejo, busca ayuda.
Hemos visto
matrimonios que lo tienen todo: dinero, belleza, prestigio social, comodidad.
Lo tienen todo, pero les falta amor. Y su vida es un infierno. Ni las joyas, ni
el lujo, ni el placer, ni las distracciones, nada les va a dar la felicidad, si
no hay amor. Como no haya amor, ese matrimonio es un infierno.
También conocemos
muchos matrimonios que viven a lo justo y son felices. Si viven debajo de un
puente, no. Pobrecitos, Pero si viven a lo justo, y se aman, son felices. Te
dicen:
-No queremos más. No
necesitamos nada. Con lo que tenemos nos basta.
Son totalmente
felices. Y no viven en la abundancia. Viven a lo justo. Pero tienen amor. Amor
en el matrimonio. Unos hijos que se sienten amados, y aman a sus padres.
Armonía en el hogar. ¡Felices! Como nadie en el mundo. ¿Por qué? Porque hay
amor. Lo que da la felicidad es el amor. Y sólo el amor. Y cuando no hay amor,
en este mundo no se puede ser feliz.
***
Pero repito: amor
espiritual. Porque el amor tiene dos vertientes. La vertiente física, que es la
que propagandean a todas horas; y después está la vertiente espiritual que es
de la que no se habla. Y lo importante del amor es la vertiente espiritual.
Porque la vertiente espiritual nos hace mucho más felices que la física. No
somos animales. Los animales no tienen alma espiritual. No tienen la facultad
espiritual de la felicidad. Tienen sentidos, pero no tienen nada más. Los
hombres, además de sentidos, tenemos alma espiritual. Y la vida de los sentidos
no nos puede bastar. Es la mitad de nuestra persona. Yo para ser feliz, tengo
que saciar mi felicidad espiritual. La vertiente espiritual es superior a la
vertiente física. A mí me llena mucho más la vertiente espiritual del amor que
la vertiente física.
Voy a poner un ejemplo
que para mí es evidente. Un bofetón en la cara te duele muy poco. Pero la
humillación del bofetón en público, entre la gente que te conoce, entre tus
amigos, en tu círculo, es tremendo. La humillación te duele más que el bofetón
en la cara. Esto es evidente. Las personas sufrimos más y gozamos más con lo
espiritual que con lo físico. Evidente.
Con el bofetón sufro
más, por la vertiente espiritual que por la vertiente física. Lo mismo: gozo
más con la vertiente espiritual del amor que con la vertiente física. Esto es
evidente. Y el que no lo entienda es que no lo conoce. Porque vive a lo bestia,
a lo animal. No tiene más que vida sensitiva. Pobrecito. Desconoce lo más
grande de la persona humana, que es la vertiente espiritual. Como no lo conoce,
para él no hay más felicidad que la física. La sensitiva. La epitelial. La que
tienen los animales. No conoce otra vertiente de la felicidad, que es la del
alma.
***
Por lo tanto, digo, lo
más grande de la vida, lo que hace más feliz a los hombres es el amor
espiritual. Es la suprema felicidad de la tierra. Y esto es así de tejas abajo.
Además está la felicidad de los santos: Santa Teresa, San Francisco Javier. Una
felicidad mística que es de otro orden. Pero incluso en la felicidad humana,
natural, de tejas abajo, la felicidad suprema en este mundo, es el amor entre
dos personas. Y dos personas llenas de defectos, llenas de limitaciones, porque
todos tenemos defectos. Aunque tú te enamores de la persona más maravillosa del
mundo, si tienes sentido común, reconocerás que algún defecto tendrá. Porque no
hay persona sin defecto.
Pues si en este mundo
vivimos rodeados de personas llenas de defectos, y a pesar de eso somos tan
felices amando, ¿podéis imaginaros lo que será el amor a Dios, el omniperfecto,
el infinitamente perfecto? Dios es la persona más digna de amor que podemos
concebir; y la persona que más me ama que yo pueda imaginar.
Nos hemos acostumbrado
a ver el crucifijo y nos quedamos fríos. Somos insensibles, porque no somos
capaces de calibrar lo que significa que Cristo haya dado su vida por amor a
mí. El día que comprendamos, en profundidad, lo que Dios nos ama, esto nos hará
inmensamente felices. ¡Cuantas personas no son felices porque no se sienten
amadas! Esto es frecuente en la vida.
Se sienten faltas de
amor. No encuentran el amor que esperan. Y ese vacío de amor las hace
desgraciadas. Cuando tú descubras el amor de Dios, lo que Dios te ama, y lo
digno de amor que es, te sentirás feliz. Esta es la felicidad de las religiosas.
¿Por qué las religiosas son tan felices a pesar de que se han dedicado a una
vida de sacrificios, de servicio al prójimo, de austeridad, de renuncia de
placeres de la vida, de obediencia, de humillaciones?
Alguno diría:
pobrecitas. ¡Pues son las más felices del mundo! ¡Las más felices de la tierra!
La que es buena religiosa, se entiende. Porque la que es religiosa con un pie
fuera, no. La que siendo religiosa está apeteciendo el mundo, no. Pero la que
ha hecho renuncia de todo corazón, y se entrega a Dios, es la más feliz de la
tierra, porque ha dedicado su amor a lo más digno de amor que hay en el mundo,
que es Dios. Cuando han puesto su amor en Dios, les saben a poco todos los
amores de la tierra. Una religiosa que ha escogido a Dios, ¿va ahora a contentarse
con un amor humano? Ella es feliz poniendo el amor en lo más grande que se
puede poner; y sintiéndose correspondida como nadie la puede amar en el mundo.
Ésta es la felicidad
de las religiosas. Y son tan felices aunque se hayan entregado a una vida de
sacrificio y de servicio al prójimo. No importa. Todos los sacrificios que
tenga la vida religiosa, se llevan de mil amores. Porque viven el supremo amor,
que es el amor de Dios. Y eso aquí en la tierra, aunque lo que conocemos de
Dios sea una caricatura. Lo dice San Pablo. A Dios lo conocemos en caricatura.
La caricatura se parece algo al original. Pero hay un abismo de la caricatura
al original.
***
Pues si aquí en la
tierra, que lo que conocemos de Dios es una pura caricatura, y sin embargo comprendemos
que merece la pena vivir para Él y amarle a Él sobre todas las cosas, ¿qué será
en el cielo cuando veamos a Dios cara a cara? No ya la caricatura, sino tal
como es. Veremos lo digno de amor que es. Sentiremos el amor que nos tiene. Eso
nos dará una felicidad, como dice San Pablo que: «ni ojo vio, ni oído oyó, ni
cabe en mente humana lo que tiene Dios preparado para los que le aman».
Es que no nos cabe en
la cabeza, lo que va a ser la felicidad de amar en el cielo. Allí no hay
bicicletas, ni falta que hace. Allí se está amando. Eres feliz amando. Y ese
amor tuyo a Dios y de Dios a ti, te sacia. No necesitas más. Tienes una
felicidad inconmensurable.
Y eso es para toda la
eternidad. Que es condición indispensable para ser feliz. Dicha que se acaba,
no puede hacerte feliz. Sólo el temor de que se acabe te entristece. Para que
una cosa te haga feliz tiene que ser eterna. El amor del cielo es eterno. No se
acaba nunca. Por eso te hace feliz. Porque si se fuera a acabar, el pensamiento
de que se termina ya te entristece.
Si a un preso le dan
una hora de libertad, eso no le hace feliz, porque sabe que le va a durar muy
poco. Si a un ciego le dan una hora de visión, eso no le hace feliz, porque
sabe que dentro de una hora va a estar ciego de nuevo. Gozará un poquito,
gozará una hora, pero el ciego lo que quiere es que la visión le dura toda la
vida.
Lo mismo el preso. Lo
que quiere es libertad para siempre. Porque si le dan un poquitín de libertad,
eso no le hace feliz. Eso no le llena. Para que yo pueda disfrutar de un bien,
para que un bien me lIene y me haga feliz, tiene que ser eterno. Como es el
cielo. Cielo eterno. Esa es la maravillosa felicidad de la gloria. Amar a Dios,
lo más digno de amor que podemos concebir, y sentir el amor de la persona que
más me ama. Y esto para siempre. Esta felicidad de amar eternamente, eso es el
cielo.
***
¿Qué es el
infierno?
Decía el catecismo: El
infierno es el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno. Eso es el
infierno. Vamos ahora a explicar en qué consiste esto. Ya dije antes que el
infierno es dogma de fe. Está definido en el Concilio Lateranense IV. Digo esto
porque lo que es dogma de fe no depende de las opiniones de los hombres. Me
indigna que la tele haga sobre esto una encuesta en la calle.
- ¿Usted cree en el
infierno ?
- Yo no.
-¿Usted cree en el
infierno?
-Yo no.
-Pues ya ven ustedes.
Esto del infierno debe ser mentira, porque en la calle se opina que no hay
infierno.
No se trata de eso. La
existencia del infierno no depende de lo que diga la calle, ni de lo que crea
la calle. La gente en la calle que opine lo que quiera. Pero lo que opine la
gente de la calle no cambia la realidad de las cosas. El infierno existe porque
es dogma de fe. Porque lo ha revelado Cristo-Dios, que es el que lo sabe. Y las
cosas son verdad por lo que opina el que entiende, no según lo que opine la
calle. Si a ti te duele el abdomen, ¿vas a preguntar en la calle?
-¿Usted qué cree que
es esto? ¿Será un cólico nefrítico o será un ataque de apéndice?
Tú no preguntas en la
calle. Tú te vas al médico. Preguntas al entendido. Preguntar en la calle quién
cree en el infierno, no tiene valor alguno. Puede ser que todos los de la calle
opinen que no hay infierno; pero si Cristo-Dios dice que lo hay, pues lo hay.
Aunque la calle opine lo contrario. Por que la verdad es lo que dice el que
sabe, no lo que dice el que no sabe, aunque sea multitud. Puede ser que sean
más los que no saben y sean menos los que saben. Pero la verdad no cambia por
el número de opiniones. Si Cristo-Dios, en el Evangelio, quince veces te dice
que hay infierno, hay infierno eterno. Es inútil que los hombres lo ignoren.
Eso no sirve de nada.
***
Sin embargo a nadie le
gusta que le hablen del infierno. A mí me parece esto una barbaridad. Yo por
eso hablo del infierno siempre que tengo ocasión. Hay que hablar del infierno.
Si es verdad, ¿cómo nos vamos a callar una cosa que es verdad? ¿Para que la
gente vaya engañada a la muerte, y se encuentre después con la sorpresa? Vamos
a hablar de lo que es una realidad.
Si hay un puente
hundido en una curva después de una recta, se pone un cartel: «Carretera
cortada. Puente hundido». Para que los coches frenen. No: para no asustar a la
gente, no poner el cartel. Y viene el coche a toda velocidad, toma la curva y
al precipicio. Hay que avisarlo. Que la gente se entere.
Como a la gente no le
gustan los avisos pesimistas, no ponemos nada, no ponemos el aviso. ¿Y con esto
ayudas a la gente? Estás perjudicando a la gente por no avisar de peligro que
hay. Lo mismo el infierno. ¡Si es verdad! ¡Si el infierno no desaparece porque
nosotros dejemos de hablar de él! ¡Si sigue igual! Porque Cristo-Dios lo ha
dicho. Pues lo lógico, lo prudente es pensar en el infierno. Porque es una
realidad. Como el estudiante que dice:
-Yo no quiero pensar
en el examen, yo no me amargo la vida.
Pues te suspenden.
¿Qué arreglas tú no pensando en el examen? Tú tienes que pensar en el examen:
qué programa tienes, qué dificultades tiene este programa, cuáles son las
preguntas difíciles. Preparas el examen.
-Yo no quiero
amargarme la vida. A mí no me des preocupaciones. Yo no pienso en esto.
Arreglado vas.
Hay que pensar en las
cosas que son verdad. No pienses en tonterías que no sirven para nada. Pero lo
que es verdad, piénsalo. Que eso va contigo. Para prevenir y para no
equivocarte.
Alguno me dice que
como él no cree en el infierno, está tranquilo. De manera que tú con decir que
no crees en el infierno, ¿ya tranquilo? ¿Pero tranquilo de qué? ¿Es que el
infierno desaparece porque tú digas que no crees? No seas idiota. El infierno
sigue igual, digas tú lo que digas. Tú negarás el infierno de pico, pero no
destruyes el infierno. Tu negación no destruye el infierno. El infierno no
depende de lo que tú digas. El infierno existe porque lo ha dicho Cristo-Dios.
Y si tú no crees, te vas a enterar, muchacho, en cuanto te mueras.
Fíjate. Tú te vas a
morir. Si no piensas morirte, te llevamos al manicomio. Morirte, te mueres
seguro. El año que viene, dentro de cinco años, dentro de cien años. Pero
seguro que te vas a morir. Y cien años pasan pronto en la historia. Cuando te
mueras, te enteras seguro de que hay infierno. Porque no depende de lo que
digas tú, sino de lo que diga Dios. Y Dios te lo dice quince veces en el
Evangelio. Quince veces te repite que hay infierno eterno, para los que mueren
en pecado mortal. Por tanto, negar el infierno es ridículo.
Como uno que tiene
úlcera de estómago. Va al médico, se toma la papilla y le miran por la
pantalla.
-Usted tiene úlcera.
Usted no fume. Usted no tome chorizo.
Y sale el otro del
médico diciendo:
-Será idiota el
médico: que yo no fume. ¿Cómo voy yo a dejar el tabaco? Que yo no coma chorizo,
¡con lo que me gusta a mí el chorizo! Tonterías del médico. Yo no hago caso.
Muy bien. Sigue
comiendo de todo, revienta y a la tumba. ¡Claro! La úlcera no depende de lo que
él diga, depende de lo que dice el médico. Si el médico le ha dado la papilla y
lo ha mirado por la pantalla y dice que tiene úlcera, pues tiene úlcera. Y si
él lo niega, lo siento por él. Pero la úlcera no desaparece porque él diga que
no cree. Él dirá que no cree, pero tiene úlcera. Y si come de todo, revienta y
a la tumba. Esto es de sentido común.
Pues hay gente por la
calle que se cree que con negar el infierno, ya puede vivir tranquila. Son
idiotas. Menudo chasco se van a llevar en la muerte.
***
- Bueno padre, es que
a mí no me cabe en la cabeza que haya un infierno eterno. Porque si Dios es
bueno, ¿cómo me va a condenar a un infierno eterno? No, eso yo no me lo puedo
creer.
Pues aunque no quepa
en tu cabeza, esto es así. Por que las cosas son verdad no porque caben en tu
cabecita, sino porque lo dice Cristo-Dios. Y cuando Cristo-Dios dice una cosa,
es verdad, quepa o no quepa en tu cabecita. No puede ser sólo verdad lo que tú
entiendas. Esto es una soberbia inconcebible. Hay muchas cosas que son verdad y
no caben en tu cabeza. Lo que pasa es que tienes una cabecita muy pequeña, y en
tu cabecita de pulga caben muy pocas cosas. Pero las cosas no dejan de ser
verdad porque no quepan en tu cabeza.
Como si una hormiga
dijera: ¿Quién ha dicho que hay juego de ajedrez? Cómo va a haber juego de
ajedrez, si a mí no me cabe en la cabeza. Pues aunque a la hormiga no le quepa
en su cabeza el juego de ajedrez, el juego de ajedrez está ahí ¡Claro que hay
juego de ajedrez!
Yo puedo tener
dificultades sobre el infierno. Yo acepto que una persona me diga que no
comprende el infierno. Esto es perfectamente lógico dada la pequeñez de nuestro
entendimiento. Hay cosas que no acertamos a comprender. Lógico. Pero que uno
diga:
-Eso no es verdad
porque yo no lo entiendo.
Eso es ridículo.
¿Cuántas cosas hay en
el mundo que no se entienden?. No todo el mundo puede entender de logaritmos y
de integrales y de diferenciales y de derivadas. Porque una persona que sabe de
una cosa, no sabe de otra. Esto es perfectamente lógico. Pero decir «esto no es
verdad por que yo no lo entiendo», es ridículo. Por tanto, repito, el infierno
es verdad porque lo dice Cristo-Dios. Que yo crea o no crea, lo entienda o no
lo entienda, lo acepte o no lo acepte, está de más. Las cosas son así porque lo
ha dicho Cristo-Dios. Punto.
***
Entonces, ¿qué es el
infierno? Como dije antes, el catecismo lo define así: «El conjunto de todos
los males sin mezcla de bien alguno».
Esto se puede explicar
de muchas maneras. Yo le oí una vez un ejemplo al padre José Antonio Laburu. Ya
murió. Era un gran conferenciante. Su ejemplo no sé si es histórico o no. No
creo que sea histórico. Pero aunque no lo sea, ilumina. Pasa como con las
parábolas de los Evangelios. Las parábolas no son hechos históricos. Cristo
cuenta unas parábolas para transmitir una enseñanza. La parábola del Hijo
Pródigo, por ejemplo. Son parábolas o cuentos que Cristo narra para encarnar
una enseñanza.
Para mí el supremo
tormento del infierno es la desesperación. El condenado es un hombre
desesperado. Como dice el Evangelio es un rechinar de dientes de rabia. ¿Cuál
es la rabia del condenado? «Por mi culpa estoy aquí. Pude salvarme y no quise.
Tuve en mis manos la salvación y no quise. Y por mi culpa estoy aquí para
siempre». Esto le debe dar una rabia, una desesperación...
-Maldito yo que por mi
culpa estoy aquí para siempre, sin remedio. Tuve en mis manos la salvación y no
quise. Preferí condenarme.
Porque nadie se
condena si no quiere. Porque nadie se condena si no peca. Y nadie peca sin
querer. El que peca es porque quiere, y por tanto si se condena ha elegido él
el infierno pecando voluntariamente.
Pues le oí un ejemplo
al P. Laburu que es muy gráfico. Un barco en alta mar, camino de América. Él
iba mucho a América porque daba clases en Roma y en Argentina; y cruzaba el
Atlántico con frecuencia. Un día en cubierta un grupo de muchachos se ponen una
apuesta.
-¿Qué te apuestas que
me tiro al agua?
-Anda no digas
idioteces.
-¿Cuánto me das si me
tiro?
-Anda no seas tonto.
-Que me tiro al agua,
hombre. Me tiro al agua con tal que vosotros deis la voz de «hombre al agua».
Porque ya sabéis que
cuando un hombre se ha caído al agua se da la voz de «hombre al agua» y
entonces el barco tiene que dar unos círculos, no sé cuántos, supongamos que
diez, alrededor del sitio donde supuestamente ha caído el náufrago. Él
confiando en que los otros dan la voz de alarma y el barco lo va a recoger, se
tiró. Por cinco mil pesetas se tiró al agua. En mitad del Atlántico. Y de
noche.
Los otros empiezan a
gritar: «hombre al agua, hombre al agua». Y el capitán ordena parar y dar las
vueltas correspondientes alrededor del sitio donde se supone que había caído.
Pero mientras dieron la voz y llegó la orden del capitán, estaban dando las
vueltas donde el náufrago no había caído. El muchacho estaba fuera del círculo
viendo que le están buscando con focos donde él no está. Y después de dar unas
vueltas, el barco enfiló su rumbo sin él.
Y cuando el hombre se
da cuenta que lo abandonan y el barco enfila el rumbo, y lo dejan en el
Atlántico, menuda desesperación, menudo desgarro del alma.
-Maldito yo, imbécil
de mí, que por cinco mil pesetas me quedo aquí en mitad del Atlántico, y se va
mi esperanza que es el barco. Yo me quedo aquí y sin salvación por mi culpa.
Esta es la
desesperación del condenado. Esto elevado a la enésima potencia.
-Maldito yo que por
una idiotez me he condenado, y he perdido mi esperanza y mi salvación. He
perdido mi vida, mi felicidad. Porque quise. Porque nadie me obligó. Fui yo
quien elegí estar aquí. Maldito yo.
***
Fracaso definitivo.
Esto es el infierno. Esto es lo peor del infierno. Es lo que se llama «la pena
de daño». La pena espiritual que es la desesperación. Esto es peor que lo
físico. Pero aunque sea brevemente tengo que decir que el Evangelio habla de
una pena física, habla del fuego.
Ya sabemos que es una
metáfora, porque el fuego del infierno no puede ser como el fuego de la Tierra,
porque atormenta los espíritus. Es otra cosa. Pero es importante saber que
Jesucristo para ilustrar, para iluminar lo que es el infierno, repite la metáfora
quince veces. Esto es muy interesante. Cristo no encuentra otra palabra más
acomodada. Aunque sea metafórica, es muy iluminativa, porque nos da a entender
algo de lo que debe ser eso.
Lo mismo que a veces
decimos que el hielo quema. Yo he oído decir: «tenía un trozo de hielo en la
mano, pero lo he soltado porque me quemaba». Hombre, el hielo no quema, será lo
contrario. Pero el dolor que sientes en tus manos por el frío se parece al
dolor que sientes por el calor. Pues lo mismo Cristo. Usa una palabra que es
metáfora. No es como el fuego de la Tierra. Pero si Cristo la repite, por algo
será. Se parece tanto a la realidad que Él no encuentra mejor palabra que
«fuego».
Entonces voy a poner
un ejemplo. Estaba yo en Bilbao. Yo me he dedicado muchos años a dar
conferencias en factorías. Y estaba yo en Altos Hornos de Vizcaya. Y me
contaron un accidente de trabajo de un obrero que estaba en lo que se llama
«pinchar el horno». Pinchar el horno es perforarlo para que salga un chorro de
hierro líquido que va por unos canalitos que se hacen con arena. En un plano
inferior, hay una vía de tren. De tren pequeñito, de vía estrecha, que lleva
unas grandes calderas. Ahí cae el hierro líquido.
Este hombre estaba
trabajando en eso. Trabajo peligrosísimo. Van con unos monos de amianto y unos
guantes. Muy bien preparados y equipados. Pero lo que haces todos los días, por
muy peligroso que sea, te acostumbras y le pierdes el miedo y el respeto. Este
hombre resbaló en el borde y se cayó en una caldera de hierro líquido. Un
humito y desapareció. Tuvieron que enterrar la colada entera. No quedó ni
rastro de ese hombre. Se volatilizó al caer en hierro líquido.
Este ejemplo me sirve
a mí para pensar, para meditar. Supongamos que este hombre no muere
instantáneamente. Y se queda flotando en hierro líquido. ¿Cuál sería el dolor
que este hombre tendría que aguantar flotando en hierro líquido? Él ni se
enteró. Se volatilizó instantáneamente. Pero si por hipótesis, se queda
flotando en hierro líquido, ¿cuál sería su tormento?
Un minuto, tres
minutos, cinco minutos, una hora, veinticuatro horas, un año, una eternidad,
flotando en hierro líquido. Vamos a pensarlo, porque no es ninguna tontería.
Porque Cristo te dice que en el infierno hay fuego. Aunque sea metáfora. Pero
es para que comprendamos si hay algo en la vida que compense un baño en hierro
líquido que dura eternamente.
***
La palabra eternidad
no la entendemos. Eternidad no es muchos años. Mil años, un millón de años.
Miles y miles de millones de años. No. Eternidad es no tener fin, que no se
acaba nunca.
Yo pongo un ejemplo.
Un reloj pintado tiene las doce menos cinco. No tiene máquina. Está pintado.
Espérate a ver cuándo dan las doce. No es que yo espere una hora. No es que yo
espere veinticuatro horas. No es que yo espere un año. No es que yo espere mil
años. Nunca dará las doce. ¡Si no tiene máquina! Está pintado en la pared.
Siempre estará en las doce menos cinco. No es cuestión de esperar que den las
doce. Nunca dará las doce. Esto es la eternidad: que no tiene fin. Nunca llega
al fin. Nunca termina.
Ahora di tú, ¿merece
la pena escoger el infierno? ¿Qué hay en la vida que compense esto? ¡Un baño
eterno en hierro líquido! Y además el desgarro del alma. Me diré
-Por mi culpa. Maldito
yo. Lo escogí yo. Estoy aquí porque quise. Yo pude salvarme. Tuve en mis manos
la salvación y no quise. Dime tú si hay algo en la vida que compense esto. A
ver si no merece la pena que pensemos:
-¿Qué vida llevo yo?
¿Voy camino del cielo o del infierno?
Hay que pensar. El no
pensar es de idiota. Tú no pienses que está la carretera cortada. Tú no frenes.
Toma la curva a ciento veinte, y cuando te encuentres el puente hundido, al
precipicio. ¿En qué cabeza cabe que no queramos pensar en el infierno; o que
cuando se nos habla del infierno no queramos rectificar? ¿Que seguimos como
vamos? esto es de locos. Por tanto, vamos a pensar que esto es dogma de fe.
Esto no es opinable. Es dogma de fe. Lo ha dicho Cristo-Dios.
***
Por lo tanto, lo
sensato, lo razonable, es que yo me examine. ¿Qué vida llevo yo en la Tierra?
¿Voy camino del cielo o voy camino del infierno? Y si voy camino del infierno,
a rectificar. Todavía puedo rectificar. Cuando no podré rectificar es al otro
lado de la muerte. Después de la muerte se acabó. Ya no se puede rectificar.
Pero antes de la muerte puedo rectificar. Y si voy por el buen camino,
adelante. Dando gracias a Dios que me ayuda. Pero si voy por el camino del
infierno, rectificar. Es absurdo coger el camino que me lleva a donde no quiero
ir. Pero el que no quiere pensar, o no quiere rectificar, cuando sabe que va
por mal camino, eso es de loco. Y las consecuencias son irreparables.
Después de la muerte
no hay solución. Así pues, pidámosle a Dios que nos ayude a vivir fieles a Él,
amándole sobre todas las cosas, para ir por el camino de la gloria, que nos
dará esa felicidad eterna del amor. Y no tener la desgracia de que por nuestra
dureza de corazón y no querer rectificar, caer en el infierno eterno: dogma de
fe que Dios ha profetizado a aquellos que mueren en pecado mortal. Pues quiera
Dios que estas palabras hayan sido útiles para vuestra salvación eterna.
Fuente: P. Jorge Loring S.J. (Conferencia pronunciada en la Escuela de Enfermeras de Salus Infirmorum. Madrid)