martes, 10 de septiembre de 2013

OTRO NIVEL +1

Imagen modificada por el autor de este blog


La razón de ser de la naturaleza humana es el encuentro definitivo con Dios, para eso creó Dios al hombre. Así lo proclama el Catecismo: "Dios creó al hombre para que lo conozca, lo ame y le sirva en esta vida y después lo vea y goce con Él en el cielo." Todo comienza en Dios creador, todo se orienta hacia Dios salvador. Por eso dice también el Catecismo: "Dios es principio y fin de todas las cosas." Para alcanzar la meta, el encuentro con Dios, es indispensable vivir de acuerdo con Él. 

Lo que realiza el hombre en su camino, durante la vida, debe estar orientado hacia Dios. No vale la pena la preocupación de sentirnos importantes ante los demás o de creer que tenemos títulos que nos acreditan para estar por encima de los demás, tampoco tiene sentido esperar que otros nos reconozcan y digan que somos importantes. Eso es efímero, se queda en nada. Lo único importante y que realmente vale la pena es poder alcanzar el reconocimiento de Dios, el encuentro con Él.

Sentirnos "pagados" con lo que otros puedan decir o creer de nosotros es sinónimo de vanidad y orgullo propio, eso nos lleva a despreciar a los demás si nos pagan mal o juzgan contrario a lo que consideramos, nos lleva a la frustración, con la preocupación de mostrarnos ante los otros, de hacerles creer que obramos bien, aun sabiendo que en el fondo no es así. Por eso, sin lugar a equivocarnos, podemos afirmar que uno de los pecados más graves es el orgullo. 

Resulta contraproducente para quienes obran de esta manera, al final logran hacerse molestos y arrogantes para los demás, incómodos e insoportables para quienes reconocen su verdadera conducta, almas llenas de errores y miserias como todas. Qué doloroso nos resulta que nos pongan en nuestro lugar, decepcionante será siempre perseverar en el amor propio, mejor es poner la mirada en Cristo y empezar el hermoso proceso de la negación al que estamos llamados todos los cristianos. 

Los fariseos, prototipo del orgullo, "obran para que los vea la gente, para hacer creer a los demás que cumplen..." por eso el interés de buscar "los primeros puestos". Pero no se trata de sentarse en las últimas sillas de la parroquia como creen muchos, eso es absurdo, hay cristianos sinceros que se sientan en las primeras sillas no para ser observados sino porque realmente aman a Dios, esta es una cuestión de hacer las cosas de corazón, con aquél que nos ve desde el Cielo en todas nuestras acciones, no se trata de falsa sencillez y errónea humildad para perdernos luego todo lo bueno que tiene el Señor para nosotros, cada uno reconocerá según su conciencia si el obrar propio es honesto y recto con su creador. Muchos de los últimos serán los primeros en el Reino de los Cielos pero no porque se sienten en las últimas filas durante la Santa Misa sino porque sirven a los demás, luchan por amar a Dios y al prójimo, Cristo nos llama a ir más lejos en el camino de la santidad y la perfección, no seamos mediocres, qué feo es pasar "raspando" en la eternidad y salvarse por las oraciones de otros casi mereciendo el castigo eterno, mejor es entrar por la puerta grande y que Jesús y María Virgen nos reciban con sonrisas y brazos abiertos, como están ahora esperándonos, eso sí que daría gusto...

Fuente: Parroquia San Juan de Ávila - Bogotá, Colombia/Año 15 No. 815
Texto modificado por el autor de este blog. 

DIOS LOS BENDIGA


IRA +1

Imagen modificada por el autor de este blog
En la imagen: San Francisco de Sales - El santo de la Amabilidad


Discrepo del autor, por ello he omitido algunos renglones, la ira no es buena de ninguna manera, pasemos pues al examen de conciencia, mejor es saborear la agridulce realidad y sabernos como somos, frágiles y pecadores, para rogar a Dios que nos ayude a ser santos, mejor todo esto que justificar nuestros desórdenes con opiniones personales...

Ira desordenada

Citando a san Gregorio, dice: "Hay que tener mucho cuidado no sea que la ira, instrumento de la virtud, llegue a dominar la inteligencia. Que la ira no se porte como señora, sino como sierva, dispuesta a obedecer las órdenes de la razón". "La ira por celo turba la visión intelectual; pero la ira por vicio lo ciega". En efecto, el corazón de un hombre airado es un mar lleno de borrascas y tempestades. Por eso, como cuando se va la luz no damos un paso hasta que vuelva, para no estrellarnos, cuando desaparece la luz de la razón, hay que esperar a que vuelva. Y entonces, iluminado por ella el hombre, puede dictaminar su proceder. Cuando la ira es vicio contraría a la virtud de la mansedumbre, parte potencial de la templanza, destruye la amistad entre los hombres, y rompe la concordia. El hombre constantemente airado se hace intolerable, porque su trato se hace difícil, pues cualquier palabra le ofende, y cualquier broma le molesta y le hace estallar. Pero puede suceder que su versatilidad le haga imprevisible. Los mansos poseerán la tierra. 

La humildad

Dice el P. Granada que ningún hombre humilde es iracundo. La virtud retarda todo lo posible las medidas de la justicia necesarias. Santa Teresa, que ha visto a personas alteradas por la ira, se asombra ante el dominio de la cólera del Padre Ambrosio Mariano, y sobre todo, de no haber visto en ningún momento alterado a san Juan de la Cruz, a pesar de que ella es la misma ocasión. Y de sí misma escribe en una de sus cartas que "Está tan enojada con la priora de Alba, que no quiere escribirle ni tener cuenta con ella". 

El mismo San Juan de la Cruz había hecho la experiencia de hasta donde puede conducir a la persona la falta de freno del apetito de la ira y en general de los apetitos, que así llama él a las pasiones, y de una manera más evidente a los que comienzan el camino cristiano, que él llama principiantes. En la Subida del Monte Carmelo hace un estudio minucioso de estas personas, y antes de destacar el cambio realizado en los perfectos o proficientes, que ya disfrutan de la paz de sus luchas, pone su foco en los fallos o defectos de los principiantes y hace su estudio y de antemano los cataloga. 

San Juan de la Cruz

Cataloga San Juan de la Cruz los defectos de los principiantes.- Dice un refrán: Los novicios parecen santos... y no lo son, Los padres jóvenes, ni lo parecen ni lo son. Soberbia oculta: El demonio les aumenta el deseo de hacer cosas porque sabe que no les sirven de nada, sino que se convierten en vicio. Tienen satisfacción de sus obras y de si mismos. Hablan cosas espirituales delante de otros. Las enseñan y no las aprenden. Cuando les enseñan algo se hacen los enterados. Condenan en su corazón cuando no ven a los otros devotos como ellos querrían y lo dicen como el fariseo, despreciando al publicano. Quisieran ser ellos solos tenidos por buenos. Y condenan y murmuran mirando la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el suyo. Cuando sus confesores y superiores no les aprueban el espíritu dicen que no son comprendidos. Buscan quien les apruebe porque desean alabanza y estima. Huyen como de la muerte de los que les deshace sus planes para ponerlos en camino más seguro, y les toman manía. Por su presunción: hacen muchas promesas y cumplen pocas. Desean que los demás comprendan su espíritu y para esto hacen muestras de movimientos, gestos, suspiros y otras ceremonias. Recuenta sus batallitas y se complacen en que se enteren del cambio de sus vidas, con verdadera codicia de que se sepa, llenos de envidias e inquietudes. Disimulan sus pecados. Tienen en poco sus faltas. Se entristecen por ellas, pensando que ya habían de ser santos. Se enfadan consigo mismos con impaciencia, con deseos de que Dios les quite sus pecados no por Dios, sino para estar tranquilos. Con lo que se harían más soberbios y presuntuosos. Son enemigos de alabar a los demás, y muy amigos de que los alaben a ellos, buscando óleo por de afuera... 

Los que van en perfección

En cambio los que van en perfección. Tienen sus cosas en nada. No están satisfechos de sí mismos. Tienen a todos por mejores y los cobran santa emulación. Preocupados de amar a Dios no miran si los otros hacen o no hacen. Ven a todos mejores que ellos. Como se tienen en poco también quieren que los demás los tengan en poco y que les deshagan y desestimen sus cosas. Y si los alaban no lo ven merecido. Desean que se les enseñe. Están dispuestos a caminar por otro camino si se lo mandan. Se alegran de que alaben a los otros. No tienen ganas de decir sus cosas. En cambio tienen gana de decir sus faltas y pecados y no sus virtudes y así se inclinan mas a tratar su alma con quien en menos tiene sus cosas y su espíritu. Nosotros vemos y comprobamos la eficacia de un potente motor de coche, de un ordenador, o cualquier otro aparato mecánico, aunque no conozcamos su mecanismo; el poder de un discurso pronunciado por una inteligencia penetrante; la persuasión de una persona genial; la pintura de una figura creada por un artista total, Rafael, Boticelli, Giotto, El Greco, Velázquez, Zurbarán...; la maravilla permanente de Wagner, Beethoven...; pero carecemos de antena para detectar el misterio de la gracia y de la operación de Dios a través de un hombre santo. No lo distinguimos. Es misterioso, pero existe. Y de él depende la extensión mayor o menor del Reino de Dios. Extensión que no es algo abstracto sino muy concreto y apreciable en nuestra acción o en nuestro silencio: una palabra ungida que pega fortaleza; un párrafo leído que hace pensar y decidir; una actitud silenciosa que pacifica. El reino va creciendo así como la semilla enterrada, como el grano que se pudre en el surco y germina lentamente pero inevitablemente; como el rocío que vivifica y alegra el despertar de la mañana. ¡Qué hermosura de misión la que nos ha encargado Jesús y fecunda con su Espíritu Santo! 

Preparación del evangelizador

Ni ordenados ni laicos podemos salir a evangelizar con el espíritu a medio cocer, y quiera Dios que a ello llegue nuestro estado y no nos encontremos en grados inferiores. Porque podemos hacer ruido pero sin vivir en serio el espíritu del Señor, no daremos al Señor. Y encima, se pierde el mérito junto con el fruto. Ya recibieron su paga. Nosotros tantas veces comenzamos nuestra misión profética sin haber crecido... Un director espiritual de seminario mostraba su extrañeza por lo pronto que se desinflaban los nuevos sacerdotes recién ordenados. No advertía que se cosecha lo que se siembra. Ambiente competitivo de estudio, ansia de salir cuanto antes al mundo sin la preparación adecuada. Prisa por la exigencia de cubrir los puestos canónicos. En resumen, soldados sin instrucción, no digo teórica, sino de transformación personal. Escaso adiestramiento en las virtudes de humildad profunda, de caridad verdadera, de castidad sin represión, de desprendimiento de la vanidad, y todo lo que se supone y que no se tiene, no presagian otra cosa que lo que ocurre que, por decirlo con brevedad, no es sino enviar a ejercer la cirugía a internos que nunca practicaron. Urge la preparación personal sin prisas si se busca el progreso del evangelio. Por eso Santa Teresa, cuando escribe Camino de perfección, antes de lanzar las almas al apostolado les prepara con la adquisición de las virtudes.

Es verdad que las cualidades sobrenaturales deben tener por soporte las naturales, para lo cual primero hay que limar el natural, las cualidades humanas, quitando los defectos, pues si un escultor quiere esculpir un Cristo y la madera tiene grietas, por mucho que se esmere, si no pule antes las grietas, aparecerá el defecto en la imagen.


Fuente: Catholic.net 

DIOS LOS BENDIGA