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En la imagen: San Francisco de Sales - El santo de la Amabilidad
Discrepo
del autor, por ello he omitido algunos renglones, la ira no es buena de ninguna
manera, pasemos pues al examen de conciencia, mejor es saborear la agridulce
realidad y sabernos como somos, frágiles y pecadores, para rogar a Dios que nos
ayude a ser santos, mejor todo esto que justificar nuestros desórdenes con
opiniones personales...
Ira desordenada
Citando a
san Gregorio, dice: "Hay que tener mucho cuidado no sea que la ira,
instrumento de la virtud, llegue a dominar la inteligencia. Que la ira no se
porte como señora, sino como sierva, dispuesta a obedecer las órdenes de la
razón". "La ira por celo turba la visión intelectual; pero la ira por
vicio lo ciega". En efecto, el corazón de un hombre airado es un mar lleno
de borrascas y tempestades. Por eso, como cuando se va la luz no damos un paso
hasta que vuelva, para no estrellarnos, cuando desaparece la luz de la razón,
hay que esperar a que vuelva. Y entonces, iluminado por ella el hombre, puede
dictaminar su proceder. Cuando la ira es vicio contraría a la virtud de la
mansedumbre, parte potencial de la templanza, destruye la amistad entre los
hombres, y rompe la concordia. El hombre constantemente airado se hace
intolerable, porque su trato se hace difícil, pues cualquier palabra le ofende,
y cualquier broma le molesta y le hace estallar. Pero puede suceder que su
versatilidad le haga imprevisible. Los mansos poseerán la tierra.
La
humildad
Dice el P.
Granada que ningún hombre humilde es iracundo. La virtud retarda todo lo
posible las medidas de la justicia necesarias. Santa Teresa, que ha visto a
personas alteradas por la ira, se asombra ante el dominio de la cólera del
Padre Ambrosio Mariano, y sobre todo, de no haber visto en ningún momento
alterado a san Juan de la Cruz, a pesar de que ella es la misma ocasión. Y de
sí misma escribe en una de sus cartas que "Está tan enojada con la priora
de Alba, que no quiere escribirle ni tener cuenta con ella".
El mismo San
Juan de la Cruz había hecho la experiencia de hasta donde puede conducir a la
persona la falta de freno del apetito de la ira y en general de los apetitos,
que así llama él a las pasiones, y de una manera más evidente a los que
comienzan el camino cristiano, que él llama principiantes. En la Subida del
Monte Carmelo hace un estudio minucioso de estas personas, y antes de destacar
el cambio realizado en los perfectos o proficientes, que ya disfrutan de la paz
de sus luchas, pone su foco en los fallos o defectos de los principiantes y
hace su estudio y de antemano los cataloga.
San Juan de la Cruz
Cataloga San
Juan de la Cruz los defectos de los principiantes.- Dice un refrán: Los
novicios parecen santos... y no lo son, Los padres jóvenes, ni lo parecen ni lo
son. Soberbia oculta: El demonio les aumenta el deseo de hacer cosas porque
sabe que no les sirven de nada, sino que se convierten en vicio. Tienen
satisfacción de sus obras y de si mismos. Hablan cosas espirituales delante de
otros. Las enseñan y no las aprenden. Cuando les enseñan algo se hacen los
enterados. Condenan en su corazón cuando no ven a los otros devotos como ellos
querrían y lo dicen como el fariseo, despreciando al publicano. Quisieran ser
ellos solos tenidos por buenos. Y condenan y murmuran mirando la paja en el ojo
ajeno sin ver la viga en el suyo. Cuando sus confesores y superiores no les
aprueban el espíritu dicen que no son comprendidos. Buscan quien les apruebe
porque desean alabanza y estima. Huyen como de la muerte de los que les deshace
sus planes para ponerlos en camino más seguro, y les toman manía. Por su
presunción: hacen muchas promesas y cumplen pocas. Desean que los demás
comprendan su espíritu y para esto hacen muestras de movimientos, gestos,
suspiros y otras ceremonias. Recuenta sus batallitas y se complacen en que se
enteren del cambio de sus vidas, con verdadera codicia de que se sepa, llenos
de envidias e inquietudes. Disimulan sus pecados. Tienen en poco sus faltas. Se
entristecen por ellas, pensando que ya habían de ser santos. Se enfadan consigo
mismos con impaciencia, con deseos de que Dios les quite sus pecados no por
Dios, sino para estar tranquilos. Con lo que se harían más soberbios y
presuntuosos. Son enemigos de alabar a los demás, y muy amigos de que los
alaben a ellos, buscando óleo por de afuera...
Los
que van en perfección
En cambio
los que van en perfección. Tienen sus cosas en nada. No están satisfechos de sí
mismos. Tienen a todos por mejores y los cobran santa emulación. Preocupados de
amar a Dios no miran si los otros hacen o no hacen. Ven a todos mejores que ellos.
Como se tienen en poco también quieren que los demás los tengan en poco y que
les deshagan y desestimen sus cosas. Y si los alaban no lo ven merecido. Desean
que se les enseñe. Están dispuestos a caminar por otro camino si se lo mandan.
Se alegran de que alaben a los otros. No tienen ganas de decir sus cosas. En
cambio tienen gana de decir sus faltas y pecados y no sus virtudes y así se
inclinan mas a tratar su alma con quien en menos tiene sus cosas y su espíritu.
Nosotros vemos y comprobamos la eficacia de un potente motor de coche, de un
ordenador, o cualquier otro aparato mecánico, aunque no conozcamos su
mecanismo; el poder de un discurso pronunciado por una inteligencia penetrante;
la persuasión de una persona genial; la pintura de una figura creada por un
artista total, Rafael, Boticelli, Giotto, El Greco, Velázquez, Zurbarán...; la
maravilla permanente de Wagner, Beethoven...; pero carecemos de antena para
detectar el misterio de la gracia y de la operación de Dios a través de un
hombre santo. No lo distinguimos. Es misterioso, pero existe. Y de él depende
la extensión mayor o menor del Reino de Dios. Extensión que no es algo
abstracto sino muy concreto y apreciable en nuestra acción o en nuestro
silencio: una palabra ungida que pega fortaleza; un párrafo leído que hace
pensar y decidir; una actitud silenciosa que pacifica. El reino va creciendo
así como la semilla enterrada, como el grano que se pudre en el surco y germina
lentamente pero inevitablemente; como el rocío que vivifica y alegra el despertar
de la mañana. ¡Qué hermosura de misión la que nos ha encargado Jesús y fecunda
con su Espíritu Santo!
Preparación
del evangelizador
Ni ordenados
ni laicos podemos salir a evangelizar con el espíritu a medio cocer, y quiera
Dios que a ello llegue nuestro estado y no nos encontremos en grados
inferiores. Porque podemos hacer ruido pero sin vivir en serio el espíritu del
Señor, no daremos al Señor. Y encima, se pierde el mérito junto con el fruto.
Ya recibieron su paga. Nosotros tantas veces comenzamos nuestra misión
profética sin haber crecido... Un director espiritual de seminario mostraba su
extrañeza por lo pronto que se desinflaban los nuevos sacerdotes recién
ordenados. No advertía que se cosecha lo que se siembra. Ambiente competitivo
de estudio, ansia de salir cuanto antes al mundo sin la preparación adecuada.
Prisa por la exigencia de cubrir los puestos canónicos. En resumen, soldados
sin instrucción, no digo teórica, sino de transformación personal. Escaso
adiestramiento en las virtudes de humildad profunda, de caridad verdadera, de
castidad sin represión, de desprendimiento de la vanidad, y todo lo que se
supone y que no se tiene, no presagian otra cosa que lo que ocurre que, por
decirlo con brevedad, no es sino enviar a ejercer la cirugía a internos que
nunca practicaron. Urge la preparación personal sin prisas si se busca el
progreso del evangelio. Por eso Santa Teresa, cuando escribe Camino de
perfección, antes de lanzar las almas al apostolado les prepara con la
adquisición de las virtudes.
Es verdad
que las cualidades sobrenaturales deben tener por soporte las naturales, para
lo cual primero hay que limar el natural, las cualidades humanas, quitando los
defectos, pues si un escultor quiere esculpir un Cristo y la madera tiene
grietas, por mucho que se esmere, si no pule antes las grietas, aparecerá el
defecto en la imagen.