lunes, 5 de mayo de 2014

BAJO UN MISMO TECHO ANTES DEL MATRIMONIO

Imagen modificada por el autor de este blog

PREGUNTA: Hola, estoy de intercambio por un año en Bélgica. Ahora he tenido una conversación con mi papá anfitrión, que es una persona muy buena y por lo visto exitosa. Me dio “charlas sobre la vida”, porque él se divorció hace 15 años, pero entre otras cosas buenas y sensatas me aconsejó esto: que antes de casarme conviva con mi pareja, que la conozca bien, que vea por lo menos 3 años, porque si convives con él hay (no sé cuanto por ciento) de posibilidades de que no te divorcies. Uno es joven y debe conocer bien a su pareja, y si hay algo que no va, que no intente cambiar al otro. Por eso ninguno de sus hijos están casados, son 6 hijos y dos ya tienen bebés. Tienen miedo al divorcio y dice que Bélgica es un país con mucho divorcio, 30%. Y bueno, no sé, me gustó mucho todo lo que me aconsejó, pero eso de convivir yo sé que no va bien, aunque me cuestiona su mentalidad y que parezca tan “sensato”, no sé qué pensar ni cómo refutarlo con argumentos.
RESPUESTA: Cada vez más jóvenes que también en América Latina optan por vivir juntos (convivencia) antes de casarse, o incluso sin intenciones de casarse.
Algunos defensores de la convivencia dicen que “vivir juntos antes de casarse disminuye la tasa de divorcio”. Están equivocados. Daniel Lichter, experto en temas de familia, educación y políticas sociales, sostiene:
“La evidencia muestra que quienes conviven antes de casarse tienen una tasa de divorcio 30-40% más alta que quienes se casan primero… Lo cierto es que quienes conviven antes de casarse están menos comprometidos con el matrimonio, la convivencia les genera problemas que no pueden resolver, puesto que carecen del compromiso matrimonial que de una u otra manera impulsa a luchar por permanecer juntos; al no poder resolver los problemas, la relación se va debilitando y como consecuencia (desde el inicio anunciada) viene la ruptura”.
Es verdad que la tasa de divorcios viene aumentando en muchos países en estas últimas décadas, pero el problema no es el matrimonio, sino la falta de madurez en la relación. A su vez, la falta de madurez en la relación se debe a la falta de madurez personal. En una cultura tan superficial, en la que se atacan incesantemente los valores humanos fundamentales, los jóvenes son incapaces de conocerse a sí mismos y de conocer quién es la otra persona con la que empiezan muchas veces una relación simplemente “porque me gusta”, o “porque me atrae físicamente”. Las relaciones de enamorados se dan una tras otra, y ni siquiera se dan tiempo para ser amigos primero, conocer la personalidad de la otra persona, sus valores, virtudes, también defectos, su entorno familiar, etc. De ese modo muchas relaciones se inician tan pronto “me gustas”. ¿Cómo puede darse un verdadero conocimiento de la otra persona, cuando uno es incapaz de conocerse a sí mismo, y de darse un tiempo para conocerse?
En cuanto a esto, algunos dicen que es bueno vivir juntos antes de casarse, para conocerse. Claro, ese “conocerse” parece que tiene como objetivo principal “conocer” sexualmente a la otra persona y ver si “hay química”, o sea, “ver si somos compatibles en la cama o no”. En otras palabras, es como decirte: “te voy a probar, y si no funciona, o si me aburro de ti, te descarto ya usada”. Claro, vivir juntos también va a permitir conocer los hábitos de la otra persona, cómo se comporta en el día a día y en diversas circunstancias, pero el conocimiento necesario para comprometerse de por vida con otra persona en el matrimonio no es ese, ni el sexual, sino el de corazón de la persona.Ese conocimiento se alcanza con el diálogo sincero, profundo, abierto, constante, pasando mucho tiempo juntos, no en la cama, o frente a una pantalla, sino con actividades que permitan conocer a la otra persona y conocerse uno a sí mismo, y que permitan a los enamorados o novios crecer juntos humanamente hablando. Para lograr este conocimiento es necesaria la castidad, pues una vez que en la relación de enamorados se empieza a avanzar en cosas sexuales, todo se distorsiona y complica, haciendo imposible un verdadero conocimiento de la otra persona, volviéndolos ciegos para el verdadero conocimiento, dependientes el uno del otro, ya sea afectiva o sexualmente.
Otro “argumento” con el que muchos hombres convencen a las mujeres para vivir juntos sin casarse es que no es necesario porque “el matrimonio es firmar tan sólo un papel”. El matrimonio es ante todo una opción de vida, no “tan solo un papel”. Lo que se firma es un documento que ata jurídicamente a los esposos, una vez que se han comprometido pública y solemnemente a amarse y respetarse por todos los días de su vida. El matrimonio es tan “papel” como “papel” es el que te hacen firmar en un banco si pides un préstamo. ¿Qué banco te daría un préstamo, si tú le dices “no hay necesidad de firmar eso, porque es solo un papel”?Esos documentos se firman porque lamentablemente muchos prometen lo que sea pero no cumplen luego su palabra, y al firmar uno queda jurídicamente atado. Quienes desprecian el matrimonio diciendo que se trata de firmar “tan solo un papel”, en realidad están diciendo que no quieren comprometerse contigo. Y quien no está dispuesto a comprometerse y firmar un documento que lo liga jurídicamente, no ama de verdad. Tan sencillo como eso.
En realidad, la convivencia, analizándola fríamente, es una gran derrota del amor: vivimos juntos porque “nos amamos”, pero no nos arriesgamos, porque “no sabemos si ese amor es para siempre”. Es una muestra de desconfianza total en el amor, propio o del conviviente. “Nos amamos, pero ese amor no es tan fuerte como para asumir un compromiso serio”, el de luchar juntos y permanecer unidos por toda la vida. La convivencia es una declaración de desconfianza: “no confío en que de verdad me ames tanto como para que esto dure”. ¿Puede una relación sana construirse sobre la base de la desconfianza? ¿No vivirá especialmente la mujer en esa inseguridad diaria de que “cualquier día él se va, porque no hay un compromiso que lo ate”? Además, ¿qué pasa si en el camino “me enamoré de otra/a”? La convivencia es la afirmación del propio egoísmo, la incapacidad de sacrificarse por la otra persona, de luchar por ella para permanecer fiel. ¿Qué me obliga en la convivencia a ser fiel? Nada. La convivencia es decirle a la otra persona: “te amo, pero siempre tengo una puerta de salida por si me canso de ti, si dejo de sentir lo mismo por ti, si me aburro de ti, si me enamoro de otro/a”.
El amor de la pareja se mide por el grado de compromiso que exista entre ambos, por eso el que ambos decidan unir sus vidas en matrimonio es la consecuencia del crecimiento como pareja, asumiendo la responsabilidad de permanecer juntos, fieles a pesar de las dificultades que se puedan (y se van) a  presentar. Los convivientes tienden a luchar menos por mantener la relación, puesto que no se sienten ligados ni comprometidos a esforzarse por resolver los problemas. En el fondo está la idea: “si nos va mal, nos separamos”, porque no hay nada que nos ate.
La solución a la alta tasa de divorcios no es la convivencia, sino enseñarle a los jóvenes a amar de verdad para que pierdan el miedo al compromiso. Para ello, la castidad es esencial, es el camino exigente que conduce al amor verdadero, un entrenamiento serio para ser fieles en el matrimonio.
La virtud de la castidad permite centrar la relación no en el sexo, sino en el conocimiento mutuo, en una amistad verdadera que hace que un matrimonio dure para siempre. Los esposos deben ser, antes que amantes, amigos. La castidad ayuda a los jóvenes a madurar en esa amistad, a ser respetuosos de la otra persona, a luchar por conquistarse a sí mismos para no dañar o usar a otra persona. La castidad educa en un amor verdadero, responsable, comprometido. La solución a los divorcios no es la convivencia, sino la castidad. Solo esta virtud permite pronunciar un “te amo” sin límites, sin restricciones, sin “cláusulas de salvaguarda”. Un “te amo” sólido, consistente, fiel, que dura toda la vida. La castidad es la virtud que garantiza el triunfo del amor.
Fuente: P. Jurgen Daum y Dra. Verónica Ortega de LaOpciónV