sábado, 12 de octubre de 2013

UN SOLO OBISPO CON LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS


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Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la Iglesia de Dios Padre y del Señor Jesucristo que habita en Filadelfia del Asia, que ha alcanzado la misericordia y está firmemente asentada en aquella concordia que proviene de Dios, y tiene su gozo en la pasión de nuestro Señor y la plena certidumbre de la misericordia que Dios ha manifestado en la resurrección de Jesucristo: mi saludo en la sangre del Señor Jesús.
Tú, Iglesia de Filadelfia, eres mi gozo permanente y durable, sobre todo cuando te contemplo unida a tu obispo con los presbíteros y diáconos, designados según la palabra de Cristo, y confirmados establemente por su Santo Espíritu, conforme a la propia voluntad del Señor.
Sé muy bien que vuestro obispo no ha recibido el ministerio de servir a la comunidad ni por propia arrogancia ni de parte de los hombres ni por vana ambición, sino por el amor de Dios Padre y del Señor Jesucristo. Su modestia me ha maravillado en gran manera: este hombre es más eficaz con su silencio que otros muchos con vanos discursos. Y su vida está tan en consonancia con los preceptos divinos como lo puedan estar las cuerdas con la lira; por eso me atrevo a decir que su alma es santa y su espíritu feliz; conozco bien sus virtudes y su gran santidad: sus modales, su paz y su mansedumbre son como un reflejo de la misma bondad del Dios vivo.
Vosotros, que sois hijos de la luz y de la verdad, huid de toda división y de toda doctrina perversa; adonde va el pastor allí deben seguirlo las ovejas.
Todos los que son de Dios y de Jesucristo viven unidos al obispo; y los que, arrepentidos, vuelven a la unidad de la Iglesia también serán porción de Dios y vivirán según Jesucristo. No os engañéis, hermanos míos. Si alguno de vosotros sigue a alguien que fomenta los cismas no poseerá el reino de Dios; el que camina con un sentir distinto al de la Iglesia no tiene parte en la pasión del Señor.
Procurad, pues, participar de la única eucaristía, porque una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno solo el cáliz que nos une a su sangre; uno solo el altar y uno solo el obispo con el presbiterio y los diáconos, consiervos míos; mirad, pues, de hacerlo todo según Dios. Hermanos míos, desbordo de amor por vosotros y, lleno de alegría, intento fortaleceros; pero no soy yo quien os fortifica, sino Jesucristo, por cuya gracia estoy encadenado, pero cada vez temo más porque todavía no soy perfecto; sin embargo, confío que vuestra oración me ayudará a perfeccionarme y así podré obtener aquella herencia que Dios me tiene preparada en su misericordia; a mí, que me he refugiado en el Evangelio, como si en él estuviera corporalmente presente el mismo Cristo, y me he fundamentado en los apóstoles, como si se tratara del presbiterio de la Iglesia.
Fuente: De la carta de san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, a los Filadelfios
(Cap. 1, 1–2, 1; 3, 2–5: Funk 1, 226-229)

lunes, 7 de octubre de 2013

PRUDENCIA DEL ALTER CHRISTUS

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El pastor debe saber guardar silencio con discreción y hablar cuando es útil, de tal modo que nunca diga lo que se debe callar ni deje de decir aquello que hay que manifestar. Porque así como el hablar indiscreto lleva al error, así el silencio imprudente deja en su error a quienes pudieran haber sido adoctrinados. Porque con frecuencia acontece que hay algunos prelados poco prudentes, que no se atreven a hablar con libertad por miedo de perder la estima de sus súbditos; con ello, como lo dice la Verdad, no cuidan a su grey con el interés de un verdadero pastor, sino a la manera de un mercenario, pues callar y disimular los defectos es lo mismo que huir cuando se acerca el lobo.

Por eso el Señor reprende a estos prelados, llamándoles, por boca del profeta: Perros mudos, incapaces de ladrar. Y también dice de ellos en otro lugar: No acudieron a la brecha ni levantaron cerco en torno a la casa de Israel, para que resistiera en la batalla, en el día del Señor. Acudir a la brecha significa aquí oponerse a los grandes de este mundo, hablando con entera libertad para defender a la grey; y resistir en la batalla en el día del Señor es lo mismo que luchar por amor a la justicia contra los malos que acechan.

¿Y qué otra cosa significa no atreverse el pastor a predicar la verdad, sino huir, volviendo la espalda, cuando se presenta el enemigo? Porque si el pastor sale en defensa de la grey es como si en realidad levantara cerco en torno a la casa de Israel. Por eso, en otro lugar, se dice al pueblo delincuente: Tus profetas te predicaron cosas falsas y vanas, y no revelaron tu culpa para invitarte a penitencia. Pues hay que tener presente que en la Escritura se da algunas veces el nombre de profeta a aquellos que, al recordar al pueblo cuán caducas son las cosas presentes, le anuncian ya las realidades futuras. Aquellos, en cambio, a quienes la palabra de Dios acusa de predicar cosas falsas y vanas son los que, temiendo denunciar los pecados, halagan a los culpables con falsas seguridades y, en lugar de manifestarles sus culpas, enmudecen ante ellos.

Porque la reprensión es la llave con que se abren semejantes postemas: ella hace que se descubran muchas culpas que desconocen a veces incluso los mismos que las cometieron. Por eso san Pablo dice que el obispo debe ser capaz de exhortar y animar con sana instrucción y rebatir a los contradictores. Y, de manera semejante, afirma Malaquías: De la boca del sacerdote se espera instrucción, en sus labios se busca enseñanza, porque es mensajero del Señor. Y también dice el Señor por boca de Isaías: Grita a voz en cuello, sin cejar, alza la voz como una trompeta.

Quienquiera pues que se llega al sacerdocio recibe el oficio de pregonero, para ir dando voces antes de la venida del riguroso juez que ya se acerca. Pero, si el sacerdote no predica, ¿por ventura no será semejante a un pregonero mudo? Por esta razón el Espíritu Santo quiso asentarse, ya desde el principio, en forma de lenguas sobre los pastores; así daba a entender que de inmediato hacía predicadores de sí mismo a aquellos sobre los cuales había descendido.

Fuente: De la Regla pastoral de San Gregorio Magno, papa
(Libro 2, 4: PL 77, 30-31)

viernes, 4 de octubre de 2013

RECONOCIENDO EL PECADO

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No es fácil reconocer que hemos "pecado", que hemos ofendido a Dios, al prójimo y a nosotros mismos.


No es fácil especialmente en el mundo moderno, dominado por la ciencia, el racionalismo, las corrientes psicológicas, las "espiritualidades" tipo New Age. Un mundo en el que queda muy poco espacio para Dios, y casi nada para el pecado. Muchos reducen la idea del pecado a complejos psicológicos o a fallos en la conducta que van contra las normas sociales. Desde niños nos educan a hacer ciertas cosas y a evitar otras. Cuando no actuamos según las indicaciones recibidas, vamos contra una regla, hacemos algo "malo". Pero eso, técnicamente, no es pecado, sino infracción. Otros justifican los fallos personales de mil maneras. Unos dicen que no tenemos culpa, porque estamos condicionados por mecanismos psíquicos más o menos inconscientes. Otros dicen que los fallos son simplemente fruto de la ignorancia: no teníamos una idea clara de lo que estábamos haciendo. Otros piensan que el así llamado "pecado" sería sólo algo que provoca en los demás un sentimiento negativo, pero que en sí no habría ningún acto intrínsecamente malo. A través de la catequesis de adultos, de las diversas actividades pastorales de la parroquia, de la predicación dominical, se hace urgente un esfuerzo por superar este tipo de interpretaciones equivocadas e insuficientes. Para descubrir lo que es el pecado necesitamos reconocer que nuestra vida está íntimamente relacionada con Dios, que existimos como seres humanos desde un proyecto de amor maravilloso. Es entonces cuando nos damos cuenta de que Dios llama a cada uno de sus hijos a una vida feliz y plena en el servicio a los hermanos, y que nos pide, para ello, que vivamos los mandamientos. Porque existe Dios, porque tiene un plan sobre nosotros, entonces sí que podemos comprender qué es el pecado, qué enorme tragedia se produce cada vez que optamos por seguir nuestros caprichos: nos apartamos del camino del amor. Al mismo tiempo, si al mirar a Dios reconocemos que existe el pecado, también podemos descubrir que existe el perdón, la misericordia, especialmente a la luz del misterio de Cristo. Lo dice de un modo sintético y profundo el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, en el n. 392: "El pecado es «una palabra, un acto o un deseo contrarios a la Ley eterna» (San Agustín). Es una ofensa a Dios, a quien desobedecemos en vez de responder a su amor. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Cristo, en su Pasión, revela plenamente la gravedad del pecado y lo vence con su misericordia". Es cierto que nos cuesta reconocer que hemos pecado. Pero hacerlo es propio de corazones honestos y valientes: llamamos a las cosas por su nombre, y reconocemos que nuestra vida está profundamente relacionada con Dios y con su Amor hacia nosotros. Reconocer, por tanto, el pecado nos permite invocar, aceptar, celebrar la misericordia (según una hermosa fórmula usada por el Papa Pablo VI en su "Meditación ante la muerte"). De lo contrario, nos quedaríamos a medias, como tantas personas que ven sus pecados con angustia, algunos incluso con desesperación, sin poder superar graves estados de zozobra interior. Es triste haber cometido tantas faltas, haberle fallado a Dios, haber herido al prójimo. Es doloroso reconocer que hemos incumplido buenos propósitos, que hemos cedido a la sensualidad o a la soberbia, que hemos preferido el egoísmo a la justicia, que hemos buscado mil veces la propia satisfacción y no la sana alegría de quienes viven a nuestro lado. Pero la mirada puesta en Cristo, el descubrimiento de la Redención, debería sacarnos de nosotros mismos, debería llevarnos a la confianza: la misericordia es mucho más fuerte que el pecado, el perdón es la palabra decisiva de la historia humana, de mi vida concreta y llena de heridas. De este manera, podremos afrontar con ojos nuevos la realidad del pecado, de nuestro pecado y del pecado ajeno, con la seguridad de que hay un Padre que busca al hijo fugitivo: así lo explica Jesús en las parábolas de la misericordia (Lc 15), y, en el fondo, en todo su mensaje de Maestro bueno. Descubriremos entonces que si ha sido muy grande el pecado, es mucho más poderosa la misericordia (cf. Rm 5). Estaremos seguros de que el amor lleva a Dios a buscar mil caminos para rescatar al hombre que llora desde lo profundo de su corazón cada una de sus faltas. Juan Pablo II hizo presentes estas verdades en su encíclica "Dives in misericordia" (publicada en el año 1980). Entre sus muchas reflexiones, el Papa indicaba que "la Iglesia profesa y proclama la conversión. La conversión a Dios consiste siempre en descubrir su misericordia, es decir, ese amor que es paciente y benigno a medida del Creador y Padre; el amor, al que «Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo» es fiel hasta las últimas consecuencias en la historia de la alianza con el hombre: hasta la cruz, hasta la muerte y la resurrección de su Hijo. La conversión a Dios es siempre fruto del «reencuentro» de este Padre, rico en misericordia" (Dives in misericordia n. 13). También el Papa Benedicto XVI, en su encíclica Deus caritas est, evidenció la grandeza y profundidad del perdón divino: "El amor apasionado de Dios por su pueblo, por el hombre, es a la vez un amor que perdona. Un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su justicia. El cristiano ve perfilarse ya en esto, veladamente, el misterio de la Cruz: Dios ama tanto al hombre que, haciéndose hombre él mismo, lo acompaña incluso en la muerte y, de este modo, reconcilia la justicia y el amor" (Deus caritas est n. 10). El misterio de la Cruz, de la misericordia, está presente en el sacramento de la Penitencia. Pero, de modo especial, en la Eucaristía. Allí no sólo recordamos, sino que participamos nuevamente en la entrega del Hijo al Padre, en la donación del Amor más grande, que por salvar al esclavo no dudó en entregar al Hijo, como recordamos en el solemne pregón que se canta en la Vigilia Pascual. Con los ojos puestos en el Crucificado, que también es el Resucitado, podemos descubrir la maldad del pecado y la fuerza de la misericordia. Desde el abrazo profundo de Dios Padre nace en los corazones la fuerza que acerca al sacramento de la confesión, el arrepentimiento profundo que aparta del mal camino, la gratitud que lleva a amar mucho, porque mucho se nos ha perdonado (cf. Lc 7,37-50).
Fuente: Catholic.net

DIOS LOS BENDIGA

jueves, 26 de septiembre de 2013

MALDICIONES CONTRA LOS QUE OBRAN EL MAL

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¡Ay de los que añaden casas a casas, y juntan campos con campos, hasta no dejar sitio, y vivir ellos solos en medio del país! Lo ha jurado el Señor de los ejércitos: «Sus muchas casas serán arrasadas, sus palacios magníficos quedarán deshabitados, diez yugadas de viña darán un tonel, una carga de simiente dará una canasta.»

¡Ay de los que madrugan en busca de licores, y hasta el crepúsculo los enciende el vino! Todo son cítaras y arpas, panderetas y flautas y vino en sus banquetes, y no atienden a la obra de Dios, ni miran las acciones de su mano. Por eso mi pueblo va deportado cuando menos lo piensa; sus nobles mueren de hambre, y la plebe se abrasa de sed. Corderos pastarán como en sus praderas, chivos tascarán en sus ruinas.

¡Ay de los que arrastran la culpa con cuerdas de bueyes, y el pecado con sogas de carretas! Los que dicen: «Que se dé prisa, que apresure su obra, para que la veamos; que se cumpla en seguida el plan del Santo de Israel, para que lo conozcamos.» ¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!

¡Ay de los que se tienen por sabios y se creen perspicaces! ¡Ay de los valientes para beber vino y aguerridos para mezclar licores; de los que por soborno absuelven al culpable y niegan justicia al inocente! Como la lengua de fuego devora el rastrojo y-la paja se consume en la llama, su raíz se pudrirá, sus brotes volarán como tamo. Porque rechazaron la ley del Señor de los ejércitos, y despreciaron la palabra del Santo de Israel.

Fuente: Del libro del profeta Isaías/Martes XXV del Tiempo Ordinario

HERMANOS PROTESTANTES +5 VERACIDAD DE LA IGLESIA

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¿Quién dice la verdad?

1. Algunos dicen que la Iglesia Católica terminó con Constantino (285-337), con el 'Edicto de Milán' el cual se publicó en el año 313, donde permitía a la Iglesia practicar abiertamente. Otros dicen que es cuando la Iglesia comenzó.
R. Ninguno tiene la razón. La Iglesia Católica es la verdadera Iglesia fundada por Jesucristo y Él garantizó su eternidad, Mateo 28:20, y es sin duda la verdad, 1Timoteo 3, 15. Ahora, si alguno de los argumentos en cuestión fuera verdadero, ¿no crees que los Padres de la Iglesia lo hubieran mencionado en algún sitio? Pregúntales a quienes dicen esas cosas que te muestren un documento que lo pruebe.

2. ¿De dónde viene el origen de la palabra?
R. Viene del griego Katholikós, que luego se latinizó en Catholicus.

3. ¿Cuál es el significado de la palabra?
R. Significa 'Universal', que en sí misma significa 'en relación a lo que afecta al mundo entero y a toda la gente en él'. Esto quiere decir: abarcando generalmente todo, por tener todos los medios necesarios para la salvación del mundo. En fin, abarca toda la gente de todos los lugares, teniendo todo lo necesario para todos los tiempos. “La palabra católico (del griego katholikos, 'universal') se utiliza para designar a esta Iglesia desde su periodo más temprano, cuando era la única cristiana”.

4. ¿Pero es Bíblica?
R. Sí lo es. Está en Mateo 28:19-20: “Vayan y hagan discípulos en todas las naciones... enséñenles a cumplir todo lo que les he ordenado; además yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. Esta es una declaración de la Universalidad, Katholicos, Catholicus, Católica; que proviene del latín Idioma usado en tiempos antiguos, uno de los que se utilizó para escribir Rey de los judíos en la cruz (Jn, 19:20). También varias Epístolas del Nuevo Testamento utilizan esta palabra como en las Epístolas y Cartas como la Epístola Católica de San Pedro y otras. Pero en las Biblias protestantes esta traducida por “universal”.

5. He escuchado que la palabra 'Católica' no fue usada sino hasta cientos de años después de que Jesucristo fundó Su Iglesia.
R. No es cierto. El primer indicio del uso de la palabra que pude encontrar, está en la carta a los 'Smymeans', de San Ignacio de Antioquía (del 107 d.C.), párrafo 8: "Cuando el arzobispo aparece, deja ser a la gente como es, donde está Jesucristo, allí está la Iglesia Católica" Indudablemente la palabra se utilizaba antes de la época de esta escritura.

6. ¿Qué han dicho los PADRES DE LA IGLESIA?
R. Los Padres de la Iglesia, por su gran vida de santidad, y cercanía cronológica con Jesús, nos darán luces respecto a cual Iglesia es la Verdadera. Nótese que las fechas, atraviesan un siglo antes y después de Constantino. Esto es tomado de "La Fe de los Padres de nuestros tiempos", libro Por William A. Jurgens.

Iglesia Católica
Ignacio, Carta a los Smyrneans 8:1-2. J65. 106 DC
Martirio de San Policarpio16:2. J77, 79, 80a, 81a, 155DC 
Clemente de Alejandría, Stromateis 7:17:107:3. J435, 202DC 
Cipriano, Unidad de la Iglesia Católica 4-6. J555-557, 251DC
Cipriano, Carta a Florentino 66:69:8. J587, 254DC Lactantius, Instituciones Divinas 4:30:1. *J637, 304DC
Alejandro de Alejandría, Cartas 12. J680, 324DC
Anastasio, Carta en el Concilio de Nicea 27. J757, 350DC 
Anastasio, Carta a Serapio 1:28. J782, 359DC
Anastasio, Carta al Concilio de Rimini 5. J785, 361DC
Cirilo de Jerusalem, Lecturas Catequéticas 18:1. J836-*839, 350DCDámaso, Decreto de Dámaso 3. J910u, 382DC Serapio, El Sacramental13:1. J1239a, 350DC 
Pacian de Barcelona, Carta a Sympronian 1:4 J1243, 375DC Agustín, Carta a Vicente el Rogatist 93:7:23. J1422, 408DCAgustín , Carta a Vitalis 217:5:16. J1456, 427DC 
Agustín, Salmos 88:2:14, 90:2:1. J1478-1479, 418DC Agustín, Sermones 2, 267:4. *J1492, *J1523, 430DC Agustín, Sermon a los Catecúmenos en el Credo 6:14. J1535, 395DC
Agustín, La verdadera Religión 7:12+. *J1548, *J1562, J1564, 390DC
Agustín, Contra la Carta de Mani 4:5. *J1580-1581, 397DC
Agustín, Instrucción Cristiana 2:8:12+. *J1584, J1617, 400DC
Agustín, Bautismo 4:21:28+. J1629, J1714, J1860a, J1882, 411DCAgustín, Contra los Pelagians 2:3:5+. *J1892, *J1898, 421DC
Inocencio I, Carta a Probus 36. J2017, 417DCFulgencio de Ruspe, Perdón de los Pecados 1:19:2, J2251-2252, 517DC

Antigüedad de la Iglesia
Hermas, El Pastor Vis 2:4:1. J82 Siglo I-II
Anónimo Segunda Carta de Clemente a los Corintios 14:2. J105
Clemente de Alejandría, Stromateis 7:17:107:3. J435
Agustín, Carta a Deogratias 102:15. J1428
Agustín, Salmos 90:2:1. J1479
Agustín, Predestinación de Santos 9:18. J1985
Gregorio I, Carta a Juan 5:44:18. J2295 595DC

La Iglesia por siempre (Perpetua)
Clemente, Carta a los Corintios 42:1,64. J20, 29a 80DC Anónimo, Segunda Carta de Clemente a Roma 14:2. J105
Cipriano, Unidad de la Iglesia Católica 4. J555-556
Cipriano, Carta al Lapsed 33:27:1. J571
Hilario, La Trinidad 7:4. J865 Agustín, Salmos 90:2:1. J1479 Agustín, Sermón a Catecúmenos 6:14. J1535

Fundación de la Iglesia
Clemente, Carta a los Corintios 42:1. J20
Hermas, El Pastor Vis 2:4:1-3:5:1. J82-84 140DC 
Anónimo, Carta de Clemente 14:2. J105
Ireneo, Contra Herejes 3:16:6. J217a
Tertullian, Demurrer Contra los Herejes 9:3. J289
Clemente of Alejandría, Stromateis 7:17:107:3. J435 202DC
Cirpiano, Unidad de la Iglesia Católica 4. J555-556
Cipriano, Carta al Lapsed 33:27:1. J571
Hilario de Poitiers, La Trinidad 7:4. J865
Agustín, Homilías sobre Juan 9:10. J1814

La Iglesia asentada en Roma
Clemente, Carta a los Corintios, Direcciones. J10a 80DC 
Ignacio, Carta a los Romanos, J52
Ireneo, Contra Herejes 3:3:3. J210-211
Cirpiano, Carta a Cornelio 59:55:14. J580
Concilio de Constantinopla, Canon3. J910d
Dámaso, Decreto de Dámaso 3. J910u
Optatus de Melvis, Cisma de Donatists 2:2. J1242

Unidad de la Iglesia
Didache 4:3. J1b Ignacio, Carta a los Filipenses 3:2. J56
Tertullian, Demurrer Contra Herejes 20:4. J292
Cirpiano, Unidad de la Iglesia Católica 4. J555-556

Iglesia Universal
Didajé, 9:1,10:1. J6, 7
Clemente, Carta a los Corintios 5:1. J11
Ignacio, Carta a los Efesios 3:2. J38
Martirio de San Policarpo, Direcciones. J77, 79, 81a
Hermas, El Pastor Par 9:17:4. J93
Anónimo, Carta a Diogenetus 6:1. J97a
Arístides of Atenas, Apología 15. J112
Justino Mártir, Dialogo con Trypho 110. J144
Ireneo, Contra Herejías 1:10:1. J191, 192, 215, 257
El Muratorian Fragmento. J268
Tertullian, Contra los Judíos 7:4. J320a
Clemente de Alejandría, Exhortación a los Griegos10:110:1. J405
Cirilo de Jerusalem, Lecturas Catequéticas 18:23. J838
Dámaso, Decreto de Dámaso 3. J910u

LG14: El sagrado Concilio fija su atención en primer lugar en los fieles católicos. Y enseña, fundado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación. El único Mediador y camino de salvación es Cristo, quien se hace presente a todos nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia. El mismo, al inculcar con palabras explícitas la necesidad de la fe y el bautismo (cf. Mc 16,16; Jn 3,5), confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como por una puerta. Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negasen a entrar o a perseverar en ella. A esta sociedad de la Iglesia están incorporados plenamente quienes, poseyendo el Espíritu de Cristo, aceptan la totalidad de su organización y todos los medios de salvación establecidos en ella, y en su cuerpo visible están unidos con Cristo, el cual la rige mediante el Sumo Pontífice y los Obispos, por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos, del gobierno y comunión eclesiástica. No se salva, sin embargo, aunque esté incorporado a la Iglesia, quien, no perseverando en la caridad, permanece en el seno de la Iglesia «en cuerpo», mas no «en corazón». Pero no olviden todos los hijos de la Iglesia que su excelente condición no deben atribuirla a los méritos propios, sino a una gracia singular de Cristo, a la que, si no responden con pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad. Los catecúmenos que, movidos por el Espíritu Santo, solicitan con voluntad expresa ser incorporados a la Iglesia, por este mismo deseo ya están vinculados a ella, y la madre Iglesia los abraza en amor y solicitud como suyos.

LG16: Por último, quienes todavía no recibieron el Evangelio, se ordenan al Pueblo de Dios de diversas maneras. En primer lugar, aquel pueblo que recibió los testamentos y las promesas y del que Cristo nació según la carne (cf. Rm 9,4-5). Por causa de los padres es un pueblo amadísimo en razón de la elección, pues Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación (cf. Rm 11, 28-29). Pero el designio de salvación abarca también a los que reconocen al Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes, que, confesando adherirse a la fe de Abraham, adoran con nosotros a un Dios único, misericordioso, que juzgará a los hombres en el día postrero. Ni el mismo Dios está lejos de otros que buscan en sombras e imágenes al Dios desconocido, puesto que todos reciben de El la vida, la inspiración y todas las cosas (cf. Hch 17,25-28), y el Salvador quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tm 2,4). Pues quienes, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. Y la divina Providencia tampoco niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios y se esfuerzan en llevar una vida recta, no sin la gracia de Dios. Cuanto hay de bueno y verdadero entre ellos, la Iglesia lo juzga como una preparación del Evangelio y otorgado por quien ilumina a todos los hombres para que al fin tengan la vida. Pero con mucha frecuencia los hombres, engañados por el Maligno, se envilecieron con sus fantasías y trocaron la verdad de Dios en mentira, sirviendo a la criatura más bien que al Creador (cf. Rm 1,21 y 25), o, viviendo y muriendo sin Dios en este mundo, se exponen a la desesperación extrema. Por lo cual la Iglesia, acordándose del mandato del Señor, que dijo: «Predicad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,15), procura con gran solicitud fomentar las misiones para promover la gloria de Dios y la salvación de todos éstos.

AG7: La razón de esta actividad misional se basa en la voluntad de Dios, que "quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. porque uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el Hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos", "y en ningún otro hay salvación". Es, pues, necesario que todos se conviertan a El, una vez conocido por la predicación del Evangelio, y a El y a la Iglesia, que es su Cuerpo, se incorporen por el bautismo. Porque Cristo mismo, "inculcando expresamente por su palabra la necesidad de la fe y del bautismo, confirmó, al mismo tiempo, la necesidad de la Iglesia, en la que entran los hombres por la puerta del bautismo. Por lo cual no podrían salvarse aquellos que, no ignorando que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia Católica como necesaria, con todo no hayan querido entrar o perseverar en ella". Pues aunque el Señor puede conducir por caminos que El sabe a los hombres, que ignoran el Evangelio inculpablemente, a la fe, sin la cual es imposible agradarle, la Iglesia tiene el deber, a la par que el derecho sagrado de evangelizar, y, por tanto, la actividad misional conserva íntegra, hoy como siempre, su eficacia y su necesidad. Por ella el Cuerpo místico de Cristo reúne y ordena indefectiblemente sus energías para su propio crecimiento. Los miembros de la Iglesia son impulsados para su consecución por la caridad con que aman a Dios, y con la que desean comunicar con todos los hombres en los bienes espirituales propios, tanto de la vida presente como de la venidera. Y por fin, por esta actividad misional se glorifica a Dios plenamente, al recibir los hombres, deliberada y cumplidamente, su obra de salvación, que completó en Cristo. Así se realiza por ella el designio de Dios, al que sirvió Cristo con obediencia y amor para gloria del Padre que lo envió, para que todo el género humano forme un solo Pueblo de Dios, se constituya en Cuerpo de Cristo, se estructure en un templo del Espíritu Santo; lo cual, como expresión de la concordia fraterna, responde, ciertamente, al anhelo íntimo de todos los hombres. Y así por fin, se cumple verdaderamente el designio del Creador, al hacer al hombre a su imagen y semejanza, cuando todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimes la gloria de Dios, puedan decir: "Padre nuestro".

Fuente: Vaticano e Iglesia Católica Dulce Hogar

DIOS LOS BENDIGA