Todos somos
débiles, lo admito, pero el Señor ha puesto en nuestras manos los medios con
que poder ayudar fácilmente, si queremos, esta debilidad. Algún sacerdote
querría tener aquella integridad de vida que sabe se le demanda, querría ser
continente y vivir una vida angélica, como exige su condición, pero no piensa
en emplear los medios requeridos para ello: ayunar, orar, evitar el trato con
los malos y las familiaridades dañinas y peligrosas.
Algún otro se queja de que, cuando va a salmodiar o a celebrar la misa,
al momento le acuden a la mente mil cosas que lo distraen de Dios; pero éste,
antes de ir al coro o a celebrar la misa, ¿qué ha hecho en la sacristía, cómo
se ha preparado, qué medios ha puesto en práctica para mantener la atención?
¿Quieres que te enseñe cómo irás progresando en la virtud y, si ya
estuviste atento en el coro, cómo la próxima vez lo estarás más aún y tu culto
será más agradable a Dios? Oye lo que voy a decirte. Si ya arde en ti el fuego
del amor divino, por pequeño que éste sea, no lo saques fuera en seguida, no lo
expongas al viento, mantén el fogón protegido para que no se enfríe y pierda el
calor; esto es, aparta cuanto puedas las distracciones, conserva el recogimiento,
evita las conversaciones inútiles.
¿Estás dedicado a la predicación y la enseñanza? Estudia y ocúpate en
todo lo necesario para el recto ejercicio de este cargo; procura antes que todo
predicar con tu vida y costumbres, no sea que, al ver que una cosa es lo que
dices y otra lo que haces, se burlen de tus palabras meneando la cabeza.
¿Ejerces la cura de almas? No por ello olvides la cura de ti mismo, ni
te entregues tan pródigamente a los demás que no quede para ti nada de ti
mismo; porque es necesario, ciertamente, que te acuerdes de las almas a cuyo
frente estás, pero no de manera que te olvides de ti.
Sabedlo, hermanos, nada es tan necesario para los clérigos como la
oración mental; ella debe preceder, acompañar y seguir nuestras acciones: Salmodiaré
-dice el salmista- y entenderé. Si administras los sacramentos, hermano, medita
lo que haces; si celebras la misa, medita lo que ofreces; si salmodias en el
coro, medita a quién hablas y qué es lo que hablas; si diriges las almas,
medita con qué sangre han sido lavadas, y así hacedlo todo con espíritu de
caridad; así venceremos fácilmente las innumerables dificultades que
inevitablemente experimentamos cada día (ya que esto forma parte de nuestra
condición); así tendremos fuerzas para dar a luz a Cristo en nosotros y en los
demás.
Fuente: Del sermón pronunciado por san Carlos Borromeo en el
último sínodo
(Acta Ecclesiae Mediolanensis, Milán 1599, 1177-1178)