El
hábito eclesiástico es un signo de consagración para uno mismo, nos recuerda lo
que somos, recuerda al mundo la existencia de Dios, hace bien a los creyentes
que se alegran de ver ministros sagrados en la calle, supone una mortificación
en tiempo caluroso. El
sacerdote al mirarse en el espejo o en una foto, y verse revestido de un hábito
eclesiástico piensa: tú eres de Dios.
Bajo
la sotana, el sacerdote viste como el común de los hombres. Pero revestido con
su traje talar, su naturaleza humana queda cubierta por la consagración. El
que viste su hábito eclesiástico es como si dijera: el lote de mi heredad es el
Señor.
El
color negro recuerda a todos que el que lo lleva ha muerto al mundo. Todas las
vanidades del siglo han muerto para ese ser humano que ya sólo ha de vivir de
Dios. El color blanco del alzacuellos simboliza la pureza del alma. Conociendo
el simbolismo de estos dos colores es una cosa muy bella que todas las
vestiduras del sacerdote, incluso las de debajo de la sotana, sean de esos dos colores:
blanca camisa y alzacuellos, negro jersey, pantalones, calcetines y zapatos.
El
hábito eclesiástico también es signo de pobreza que nos evita pensar en las
modas del mundo. Es como si dijéramos al mundo: Jesucristo es el mismo ayer,
hoy y siempre.
La
vestimenta propia del sacerdote es la sotana. Pero el clériman también es un
signo adecuado de consagración, manifestando esa separación entre lo profano y
lo sagrado. Aunque el hábito eclesiástico propio del presbítero sea por
excelencia la túnica talar, el clériman es un hábitus ecclesiasticus y todo lo
que aquí se dice a favor de la sotana, se puede aplicar al clériman. En caso de
que estas hojas las lea un religioso, evidentemente, lo dicho aquí de la sotana
valdrá para su propio hábito religioso.
Nos
sorprenderíamos cuánta gente piensa en Dios, cuando en una ciudad populosa un
sacerdote atraviesa las calles. Multiplicado por todos los días del año, el
bien que hace vestir de clérigo es inmenso. Sin exagerar, al cabo de un año han
reparado en él decenas de millares de personas. Y si un sacerdote anda por la
calle recogido y en presencia de Dios, entonces se transforma en un instrumento
para que los ángeles custodios les digan a sus protegidos: fijaos.
Un
sacerdote con sotana por la calle es como un grito para los paganos. Un grito
que les dice: ¡Dios existe! Ved aquí a uno de sus siervos. Por eso Satanás
tiene tanto interés en que de la vía pública desaparezcan todos los signos que
hacen referencia a Dios.
El
amor reside en el corazón, no en el vestido. Pero el amor se desborda en
multitud de detalles externos: uno de ellos es una vestidura de consagración. Las
vestiduras eclesiásticas son un constante recuerdo de la dignidad que nos ha
sido conferida, del poder que ostentamos.
Alguien
puede objetar que el hábito eclesiástico separa de los hermanos. Pero hay que
recordar que el sacerdote es alguien segregado del resto de los hombres para el
culto de Dios, para consagrarse a su servicio. Es la porción que Yahveh se ha
separado para ejercer sus sagrados misterios.
Esos
misterios sacrosantos son razón suficiente para que se te señale como en
tiempos de Moisés se señaló un límite en torno al monte Sinaí porque era un
monte santo. ¿Es acaso menos sagrado un sacerdote de Cristo que ese monte de la
Antigua Ley? El
hábito eclesiástico ha sufrido modificaciones desde que comenzó a existir, pero
siempre ha sido una túnica talaris a semejanza de aquellas que gloriosamente
cubrieron a los doce primeros apóstoles.
Bien
con un traje talar, bien con un clériman, vestimos como sacerdotes no porque
nos apetezca o nos guste, sino porque nos lo pide la Iglesia. Ir vestidos como
ministros de Dios es un modo de servirle.
Si
eres un hombre que ha entregado su entera vida al Omnipotente como presbítero,
¿por qué no vestir como lo que eres?
Aunque
en las tiendas diocesanas se vendan camisas de muy distintos colores, el color
negro o el blanco (para lugares cálidos) son colores nobles y elegantes.
Desgraciadamente son muchos los sacerdotes que visten combinaciones de prendas
carentes de todo gusto. Van mal vestidos toda la vida y nadie se atreve a
decírselo. Desde estas páginas, en nombre de Aquél a quien representan, les
pido que vayan vestidos con dignidad y que no confundan el mal gusto con la
pobreza.
¿Por qué el sacerdote no lleva una vestidura
exactamente igual que la de Jesús? El que los sacerdotes no nos dejemos una
barba y el pelo largo como el que la tradición atribuye a Jesús, y no llevemos
una túnica y un manto como los que llevaban los judíos, creo que tiene una
profunda razón teológica detrás. Llevamos un distintivo, un símbolo, que
recuerda la túnica de nuestro Maestro. Pero esa túnica no trata de ser
idéntica, ni lo intenta siquiera, para que se vea que nosotros somos meros
continuadores suyos, pero que Él era único. Él era único, nosotros somos meros
continuadores.
Historia de la vestidura eclesiástica
Nota previa. A efectos de citación académica,
cualquier parte de esta historia de la vestidura eclesiástica debe ser citada
así: José Antonio Fortea, Manual de Obispos, Editorial Dos Latidos, Zaragoza
2010, pg 120-124.
La
historia de las vestiduras eclesiásticas que aquí aparece, y cuyo autor soy yo,
se ofrece sin las notas a pie de página y sin el aparato de referencias que
sería lógico en un trabajo académico. Se ha preferido hacer así, para ofrecer
la esencia de toda la historia del traje clerical, sin necesidad de ofrecer
todos y cada uno de los elementos menores que hubieran hecho mucho más extensa
esta historia además de tener que detenerla una y otra vez ponderando cada uno
de los detalles.
Jesús
no vistió ninguna vestidura especial. Entra dentro de lo posible el que los
sacerdotes judíos sí que tuvieran vestiduras clericales, pues constituían una
casta. Pero, de acuerdo a lo que nos dicen las dos genealogías de los
Evangelios, Jesús pertenecía al linaje de los reyes de Judá, no al de los
descendientes de Leví. El Mesías no era un sacerdote del Antiguo Testamento.
Además, Él comienza un nuevo sacerdocio.
Los
Apóstoles, por tanto, tampoco llevaron ninguna prenda distintiva, ni tampoco
sus sucesores. Obrar de otra manera, en medio de una persecución, hubiera sido
una temeridad. En
las generaciones siguientes a que la Iglesia obtuviera su libertad, los
clérigos siguieron llevando ropas que no les distinguían de los laicos. Si
bien, en las celebraciones litúrgicas sí que iban revestidos con vestiduras
especiales. Muy probablemente, los monjes sí que llevaban ropas que les
distinguían como monjes.
Aunque
el clero seguía vistiendo sin ropas especiales, poco a poco, en algunos lugares
sí que se fue desarrollando un modo distintivo de vestir. En el año 428, por
una carta del Papa Celestino, sabemos dos cosas: que en Roma no existía una
vestidura clerical, pero que en la Galia algunos obispos ya la usaban. La carta
del Papa, curiosamente, exhorta a que los clérigos se distingan de los laicos
no por las ropas, sino por sus virtudes. Pero ni siquiera esta opinión papal
pudo detener el curso de la historia que ineludiblemente llevaba a mostrar
externamente esa distinción.
Y
así, este desarrollo lento de las vestiduras clericales, lleva a que en el 572,
el Concilio de Braga ordene que los clérigos de esa zona de la península
ibérica vistan la túnica talar. A
partir de entonces, los decretos sobre la ropa clerical se fueron haciendo más
y más frecuentes, en el sentido de que los clérigos no vistieran las ropas
seculares, ni siguieran sus modas. Entre
el siglo VI y el VIII, los testimonios escritos muestran que el uso de la
vestidura clerical se hizo obligatorio. Al principio, los colores no estaban unificados.
Dándose muchos colores y diversas tonalidades.
El
color negro fue el que finalmente predominó por una razón esencial, se trata de
un color muy solemne. Después, a posteriori, se le pudo dar sentidos simbólicos
a ese color, como el de la muerte al mundo, pero la razón por la que prevaleció
fue ésa: se trata de un color que expresa seriedad, solemnidad. Frente a la
opción del negro, el blanco hubiera podido también predominar, es el color de
la lana sin tintes, pero tenía un problema: cualquier mancha se ve con
facilidad. Y, aunque se lave una y otra vez, el uso deja restos de las antiguas
manchas. Por eso el blanco se reservó para las funciones litúrgicas desde el
principio, y para la vida ordinaria el negro acabó prevaleciendo.
Sin
embargo, las dos tendencias que hoy día existen entre los que prefieren vestir
de laicos y los que prefieren vestir como clérigos, son dos tendencias que las
encontramos no ya desde la Edad Media, sino que es posible rastrearla desde la
Edad Antigua. Desde
que el hábito eclesiástico se hizo obligatorio, encontramos a sacerdotes y aun
obispos que han vestido como laicos, en más o en menos ocasiones. Insisto,
incluso en la Edad Media.
Al
principio, el hábito eclesiástico era una túnica sin botones. Muy a menudo con
cinturón de cuero con hebilla. Los botones que recorren la sotana de arriba
abajo, predominaron a partir del siglo XIV y XV. Hasta el siglo XIV, en la
vestidura clerical no existía el alzacuellos. Pero a partir de entonces, las
camisas comenzaron a dejar ver su parte superior por encima del hábito. Al
principio, sobresalía el cuello de la camisa blanca sin solapas. Después,
cuando ya hubo solapas como las actuales, éstas o sobresalían verticales
(cerradas por un botón) más allá de donde acaba el hábito, o bien caían hacia
abajo por encima del hábito.
Las
solapas que caían sobre el hábito, evolucionaron hasta el siglo XVII tomando la
forma de lo que se llamaba el babero. Las solapas verticales evolucionaron
hasta formar el alzacuellos. El alzacuellos se formó como prenda aparte, porque
era mucho más fácil lavar la parte del cuello si ésta era una prenda
independiente. Démonos cuenta de que en otras épocas las camisas no se lavaban
diariamente, pues un clérigo humilde poseía pocas camisas. Un humilde párroco de
pueblo en el siglo XVII podría tener cuatro camisas y una sola sotana. Un
clérigo de baja posición no tenía tres o cuatro sotanas, sino uno sola que se
remendaba las veces que hiciera falta.
Muchos
consideran la capucha como privativa de los monjes. Pero lo específico de ellos
era el escapulario o la cogulla. El escapulario es la prenda rectangular que
cae por delante y por la espalda, hasta casi el borde de la túnica.
La
capucha era habitual entre las ropas de los laicos, y por tanto también entre
el clero secular. En el clero secular, la capucha se llevaba no en el hábito
talar, sino en la muceta. La muceta sobre los hombros era una prenda de abrigo,
la llevaba cualquier clérigo y solía tener una capucha. Esta costumbre de la
capucha en el clero secular llegó hasta el siglo XX. La muceta de los
cardenales tenía capucha, así como la de los Papas. Cardenales y Papas llevaban
esa capucha en la muceta, aunque no pertenecieran al clero secular. Sin bien,
más allá de la Edad Media, muchas mucetas muestran unas capuchas exiguas que ya
no hubiera sido posible ponerlas sobre la cabeza.
Aunque
el uso del hábito eclesiástico ha sido lo habitual desde el siglo VII más o
menos, ya se ha dicho que siempre ha habido clérigos que han deseado vestir de
un modo secular, casos así ha habido desde la Edad Media hasta nuestros días,
siglo tras siglo. Pero, aunque normalmente, estos casos han sido excepcionales,
lo que sí que ha sido más frecuente es el deseo de secularizar el hábito
eclesiástico.
Y
así, hay testimonios desde el siglo XVII reprobando el uso de sotanas cortas
que llegaban sólo hasta la rodilla. Esta lucha entre la secularización del
hábito eclesiástico y el mantenimiento de del estilo eclesiástico por encima de
toda moda mundana, también se puede rastrear en toda época. Incluso en la Edad
Media hay obispos que vestían más como caballeros que como prelados.
Finalmente, en el siglo XIX se hizo frecuente el habito piano o hábito corto.
La parte superior era igual que la de la sotana, con su alzacuellos o su
babero. Pero la sotana había sido sustituida por una especie de chaleco que
llegaba sólo hasta la cintura, a partir de la cual eran visibles unos
pantalones cortos que acababan en calzas negras. Encima del chaleco, se llevaba
una casaca. Este hábito corto fue desapareciendo, y a comienzos del siglo XX
los curas llevaron sotana solamente. Hasta que en los años 70, apareció el
clériman (también escrito clergyman). Una vez que hubo desaparecido el hábito
corto, éste continuó entre los curas católicos de Estados Unidos, por
influencia de los pastores de la iglesia episcopaliana que vestían así. Y de
los curas católicos norteamericanos retornó al resto de países en los años 70.
Este
deseo de que las vestiduras de los sacerdotes fueran enteramente clericales,
conllevó que los sombreros tuvieran formas y hechuras propias. La forma de
cubrirse la cabeza los eclesiásticos siempre había sido por antonomasia la
capucha, entre el clero regular y secular. Pero ya en la Edad Media se abrieron
paso los gorros académicos o los civiles entre los eclesiásticos, frente a la
capucha que parecía demasiado monástica y demasiado primitiva. Pero siempre se
luchó por parte de las diócesis para que los gorros eclesiásticos tuvieran una
hechura propia y no fueran iguales que los de los laicos. Aunque siempre había
clérigos a los que les gustaba ponerse gorros que fueran más con la moda civil
porque les parecían más elegantes.
Los
sombreros eclesiásticos evolucionaron a raíz de dos modelos diversos. Un modelo
procedía de las gorras académicas, y de allí surgió la birreta, el birrete o
bonete. Otro modelo procedía de tipos de sombreros más parecidos a los civiles,
de ahí surgieron diversos tipos de sombreros con ala plana, redonda o
rectangular: teja, saturno, galero.
El
solideo es la evolución de un gorro que cubría la cabeza desde la frente a la
nuca. La función era preservar del frío, pero poco a poco se hizo de él una
prenda constante. Al llevarlo en toda estación, con el pasar de las
generaciones, se fue haciendo más ligero para que no diera tanto calor,
llevándolos de lana en invierno.
La
vestidura de abrigo era la muceta sobre los hombros, pero si hacía más frío se
llevaba la capa. Cuando los abrigos aparecieron, muchos fueron arrinconando la
capa. Pero para que el abrigo no fuera igual que el de los laicos, se diseñó de
forma que llegara hasta el borde de la sotana, llamándose este abrigo dulleta.
Sin embargo, la capa y la dulleta coexistieron. En España, la capa daba una
vuelta colocándose sobre el hombro. Esta capa más larga se designaba con el
nombre de manteo.
En toda esta evolución de los trajes eclesiásticos,
la costumbre era que cuando uno se ordenaba como clérigo, a partir de ese
momento, todas sus vestiduras eran clericales. Manifestando de forma externa y
visible la consagración total a Dios del propio ser, de la propia vida, de
todos los pensamientos y deseos. Por eso, desde la recepción de la orden menor
de la tonsura todas las vestiduras debían ser clericales. La tonsura era el
signo de esta mentalidad. El sacerdote no sólo llevaba ropas sacerdotales, sino
que incluso sus cabellos llevaban el signo de la consagración.
¿Es obligatorio para los clérigos la vestidura
clerical?
Aunque
aquí se manifiestan las razones para llevar los trajes clericales, el autor de
estas líneas manifiesta la más completa comprensión hacia sus hermanos
sacerdotes que no llevan esas vestiduras. Entiendo que mis ideas son difíciles
de aceptar por todos aquellos que han sido formados desde el principio en
seminarios en los que la idea esencial era de que lo importante es la cercanía
con la gente y que, por tanto, todo signo de distinción conlleva separación,
alejamiento y, por tanto, un mal cumplimiento del ministerio de ayuda al
prójimo.
En
este escrito, hablo de los argumentos a favor de los hábitos eclesiásticos,
pero no me cuesta entender las razones contrarias a estos argumentos. Yo
sostengo la postura aquí expuesta, simplemente porque que entre unas razones y
otras, me convencen más las razones a favor del hábito eclesiástico. Pero no
juzgo a los que portan ropas seculares habiendo tomado sobre sí un estado
clerical. No juzgo, ni lo más mínimo, a los que se revisten de ropas laicales
estando consagrados dentro del estado eclesiástico.
Creedme
los que leéis estas líneas, no juzgo, no pienso mal, no digo en mi interior:
qué sacerdote es éste tan mundano, qué secularizado está, que poco espiritual,
qué desobediente. Si alguna vez he sentido la tentación de pensar eso
–tentación-, me he contenido. Y si he consentido, me he arrepentido. Por el
contrario, siempre pienso que cuando veo a alguien así, que ha sido formado en
otra mentalidad. Ni juzgo, ni critico. Quede eso bien claro. He conocido a
infinidad de buenos sacerdotes que no vestían de un modo clerical, sino como
laicos. Y no sólo sacerdotes buenos, sino también inmejorables, verdaderos
hombres de Dios, hombres santos que vistieron como laicos. Indudablemente, el
modo en que hemos sido educados influye mucho el resto de nuestra vida.
Habiendo
dejado claros mis pensamientos acerca de no juzgar, ante la pregunta si es
obligatorio para los clérigos vestir de un modo eclesiástico: la respuesta es
sí.
La
ley de la Iglesia lo ordena. Y lo ordena con la autoridad recibida de Cristo.
Cada clérigo debe vestir de acuerdo a las normas emanadas por su conferencia
episcopal. Pero
independientemente de lo que diga la letra de las normas dados por cada
conferencia episcopal, el espíritu de la ley universal, el espíritu de la norma
dada desde hace más de un milenio, es que los clérigos vistan de un modo
diferente al de los laicos.
La
cuestión de cómo viste un clérigo no es una recomendación, sino que es una
cuestión de obediencia al sentir de la Iglesia.
La razón esencial de esta norma, eso no hay que
olvidarlo, es espiritual. Bueno también es recordar que, aun admitiéndose otras
opciones aprobadas por la jerarquía, lo específico del traje clerical ha sido
siempre el que se tratara de una túnica talar, en recuerdo de la túnica de
Nuestro Señor Jesucristo y de sus Doce Apóstoles.
Detrás de las vestiduras hay toda una teología
La
eterna cuestión acerca de cómo deben ir vestidos los clérigos, depende de qué
consideramos que es el sacerdocio. En el fondo, detrás de esta cuestión sobre
las vestiduras, hay todo un esquema teológico.
Unos
consideran que el sacerdote debería ser un hombre normal, casado, con hijos y,
preferiblemente, con un trabajo civil. De forma, que para ellos lo ideal sería
que el sacerdote fuera un hombre normal con un trabajo secular, que se dedica a
las cosas de la Iglesia en el fin de semana.
Frente
a esta idea de un sacerdote del mundo, está la concepción del sacerdocio como
consagración. El sacerdote que reza su breviario, que dedica tiempo generoso a
la oración, que está dedicado al 100% a las cosas de Dios y de su Iglesia.
En
el fondo, unos quieren un sacerdote que está en el mundo, es del mundo y es
como todo el mundo, mientras que en la otra concepción el sacerdote está en el
mundo sin ser del mundo.
Estas
dos concepciones del sacerdocio son las que tienen su expresión en una u otra
forma de vestir. Pero en el fondo, una visión del sacerdote es una visión
bastante humana, en la que lo esencial es la caridad, la ayuda al prójimo. En
la otra visión, el sacerdote ante todo es el hombre de Dios, el hombre que
administra su gracia.
Aunque
la raíz por la que unos defienden o atacan los trajes clericales, depende al
final de qué es lo que consideramos que es la Iglesia, conviene considerar un
detalle. Los protestantes, al principio, atacaron con saña todo tipo de
vestidura que distinguiera a los pastores del resto de los creyentes. Durante
muchas generaciones no hubo vestidura alguna entre sus pastores, pues se
cargaron mucho las tintas en que esta costumbre era ajena a la Biblia. Pero hoy
día, cuatro siglos después, la mayor parte de esas denominaciones han
restaurado trajes eclesiásticos, al menos, para las ocasiones solemnes. Y, por
supuesto, los trajes litúrgicos fueron restaurados mucho antes que los
eclesiásticos.
La iglesia ortodoxa se separó y se mantuvo bastante
incomunicada de la católica durante mil años. Y, sin embargo, el Espíritu Santo
la llevó por el mismo camino que la Católica en este tema. Y no sólo eso, sino
que incluso la hechura de sus vestiduras eclesiásticas es casi igual. Más
sorprendente resulta que incluso en color coincida, y vayan de negro.
Algunas consideraciones antes de acabar
A
la gente le gusta ver al policía vestido con su uniforme, al juez revestido con
su toga, al médico con su bata. La autoridad de esas personas con autoridad no
está conferida por las vestiduras. Pero las vestiduras, sin duda, son una gran
ayuda. La realidad de este hecho va allá de lo que diga cualquier postura
teológica.
La
razón principal de que hayan de existir unas vestiduras clericales, radica en
la necesidad de distinguir lo sagrado de lo profano. ¿Consideramos al sacerdote
un hombre más, o un hombre sagrado? Si es un hombre más, aunque nos de buen
ejemplo, aunque ayude a los demás, no es necesaria una vestidura clerical.
Si
consideramos al sacerdote como el portador de unos poderes sacramentales dados
por Jesucristo, como el portador de una autoridad sagrada sobre el Pueblo de
Dios, como el hombre que se ha consagrado al 100% a Dios y que por tanto él
mismo pasa a ser algo de Dios, entonces sí que es necesario distinguir a ese
ser humano de lo profano.
Esta
necesidad de distinguir entre lo sacrum y lo profanum es general. Por ejemplo,
¿cómo distinguimos una mesa normal de un altar? Por su hechura, por los
materiales, por los signos distintivos que hemos colocado. ¿Cómo distinguimos
una copa normal de un cáliz? ¿Cómo distinguimos una casa normal de la Casa de
Dios? ¿Cómo distinguimos el aceite normal puesto en un envase, del Santo Crisma
puesto en otro envase? En todos estos casos, lo sagrado de lo profano se
distingue por los signos. Lo mismo sucede para distinguir entre la persona
sagrada y el laico.
Otra
cosa distinta es que no aceptemos que el sacerdote es una persona sagrada. Pero
decir eso sería ir contra la enseñanza del mismo Dios en la Sagrada Escritura,
donde en innumerables sitios indicó que los sacerdotes eran personas sagradas
porque eran cosa suya. Y eso que hablaba del sacerdocio veterotestamentario que
era inferior al del Nuevo Testamento. Pero, aun así, en el Antiguo Testamento
indica con todo detalle cómo serán las vestiduras litúrgicas del sacerdote.
Como se ve por la Biblia, a Dios no le da lo mismo el tema de las vestiduras.
¿Pero
por qué no se indican vestiduras clericales para los levitas, sino sólo las
cultuales? Eso se debe a que el levita fuera del Templo, era una persona normal
con su familia, sus hijos y su trabajo. Del mismo modo que no vestimos con
sotana a un diácono permanente, tampoco lo hizo Dios con los levitas. No
tendría sentido que un diácono permanente trabajara como panadero y que llevara
su sotana todo el día.
Pero
hecha esta explicación, vemos que a Dios no sólo no le es indiferente el tema
de las vestiduras eclesiásticas, sino que Él mismo determina todos y cada uno
de los detalles de las vestiduras cultuales, incluso de los calzones: formas,
colores, número de prendas, materiales de los que se harán. La idea de que todo
esto le es indiferente a Dios, está directamente contradicha por la Palabra del
Altísimo.
Pero,
en definitiva, la pregunta de antes sigue resonando: ¿qué es el sacerdote? ¿Un
mero animador de la comunidad? ¿Un mero trabajador de obras de caridad? ¿Un
mero pastor en el sentido protestante? Si el poder del que dirige una
comunidad, proviene de que ha sido elegido por votación por sus fieles, no es
necesaria una distinción entre lo sagrado y lo profano. El párroco posee una
autoridad sagrada que proviene no de sus fieles, sino de Cristo a través de su
obispo.
Autoridad
sagrada, porque por ejemplo un gobernante de una nación tiene un poder, una
autoridad, pero no es sagrada. Se trata de una autoridad profana, secular,
cuyos límites y condiciones vienen dadas por la voluntad popular y la Ley
Natural.
Despedida
En la foto: El autor de este post.
Y
aquí acaba este sitio que sólo busca prestar un servicio a sus hermanos
sacerdotes y a algún seminarista que se deje caer por aquí. Si eres sacerdote y
las razones aquí expuestas no te han convencido, no seas duro conmigo. Durante
años se han dicho muchas razones en contra de los trajes eclesiásticos, alguien
tenía que decir algo a favor. Tú y yo buscamos servir a Dios. Es lógico que
entre los seguidores de Jesús existan opiniones diversas, estilos distintos. Al
final, nos encontraremos con Él y nos lo explicará todo. Mientras tanto,
amémonos y ayudémonos.
Fuente: porquedeboirvestidodesacerdote.blogspot.com
Todas las imágenes de este post fueron modificadas por el autor de este blog.
DIOS LOS BENDIGA