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Imagen modificada por el autor de este blog |
Gilbert Cesbron se pregunta en uno de sus libros si
la prudencia es «todavía» una virtud. Y Bernanos -mucho más radical- dice
rotundamente que «la prudencia es la coartada de los cobardes». Algo muy
parecido suelen pensar todos los jóvenes que dicen estar hartos de que
amordacen su fuego a base de consejos prudentitos. Y habría que reconocer,
cuando menos, que la palabra «prudencia» tiene dos sentidos muy diferentes,
dependiendo de que la pronuncie un santo o un mediocre. Para este último, desde
luego, todos los santos han sido imprudentísimos.
Me ha impresionado releer el otro día los informes
que unos «prudentísimos» superiores daban hace tres siglos sobre San Pedro
Claver. Helos aqui:
Informe de 1616 - Ingenio: por debajo de la
mediocridad. Prudencia: escasa. Aprovechamiento en las letras: exiguo.
Carácter: colérico.
Informe de 1642 - Ingenio: mediocre. Juicio:
mediocre. Prudencia: exigua. Adelantamiento en las letras: bueno. Carácter.-
muy melancólico
Informe de 1649 - Ingenio: bueno. Juicio: mediocre.
Prudencia: exigua. Experiencia de la vida y de las cosas: mediocre.
Un desastre, como puede verse. A San Pedro Claver,
ciertamente, ninguno de sus tres superiores le habría canonizado. Pero parece
que el Espíritu Santo pensaba de otra manera. Y hoy conocemos a esos tres
superiores porque firman esos ingenuos informes. Y a San Pedro Claver le
tenemos en los altares, tal vez para que sirva de patrono a tantos audaces que
fueron calificados de imprudentes por superiores cobardes.
Entonces, ¿hay que decir adiós a la prudencia como
virtud? No, ciertamente, pero sí habría que revisar el concepto de prudencia
que suele circular por este mundo, ya que es un hecho que todos los santos han
sido considerados excesivos, imprudentísimos.
Y tal vez empecemos a entendernos si recordamos
aquellas dos preciosas definiciones que de esta virtud daban San Agustín y
Santo Tomás. La de San Agustín era más aguda y brillante: «La prudencia es un
amor que elige con sagacidad.» La de Santo Tomás es más concreta e iluminadora:
«La prudencia es una virtud que se refiere a los medios y nos dice cómo debemos
hacer lo que debemos hacer».
Esto ya es otra cosa. Entonces la prudencia no
sería esa extraña forma de comodidad que nos invitaría a dejar de hacer lo que
debemos hacer cuando el hacerlo nos trae problemas o disgusta a alguien, que es
como la prudencia suele entenderse en nuestro mundo, una «virtud» maniatadora
que nos invitaría a apostar siempre por el «no» en caso de duda o de riesgo.
Prudente sería, entonces, el que nunca asume un riesgo. El egoísta -que
prefiere no tener problemas a cumplir con su deber.
Para Santo Tomás, lo que se debe hacer se debe
hacer. La prudencia es sólo la amorosa reflexión para encontrar los mejores
modos de hacerlo. No la virtud que dice: «No comas esa fruta», sino la que nos
dice: «Antes de comerla piensa si está ya madura, porque si la comes demasiado
pronto estará ácida y porque si, por vacilaciones o miedos, la dejas más tiempo
del justo sin comerla la comerás cuando ya esté podrida». No es la virtud que
nos dice: «Cállate, no digas la verdad», sino la que nos invita a decir la
verdad, de tal manera que no hagamos daño ni a la misma verdad ni a quienes la
escuchan.
Suele decirse que hay verdades que no deben ser
dichas. Personalmente pienso que toda verdad puede y debe ser dicha. Siempre
que, por amor a la propia verdad, se diga dónde, cuándo y cómo debe decirse. Y
no es prudente el que se calla la verdad. Es prudente el que reflexiona con
seriedad sobre el modo y la ocasión de decirla.
Se ha escrito que una herejía es una verdad que se
ha vuelto loca, una verdad que se ha dicho antes de tiempo o que se ha
expresado de manera incompleta y desequilibrada. Es cierto: todos los herejes
tenían parte de razón, pero añadieron las suficientes dosis de su propio
desequilibrio para que sus verdades resultaran falsas. (El autor de
este blog iría "un poco más lejos" en cuestión de herejías y herejes...) Y quizá, con su precipitación o
su falta de medida, impidieron que esas verdades madurasen en ellos y quizá se
retrasasen un siglo en su maduración para los demás.
La prudencia no es, entonces, una forma defensiva
del egoísmo que me evita problemas e incomprensiones. La prudencia es un amor
que elige, un amor a la propia verdad o a la propia acción que emprendemos. Y
se cuida lo que se ama.
¿Y cuando la prudencia ha elegido ya los modos en
que se debe hacer lo que va a hacerse? Entonces, esa prudencia se retira y deja
paso a la audacia. Porque cuando la virtud de la prudencia no abre la puerta a
la otra virtud de la audacia... las dos se pudren.