viernes, 13 de diciembre de 2013

ABORTO +5

A menudo me sorprendo, no demasiado gratamente, cuando observo que los medios de comunicación reportan el enorme aumento de asesinatos de inocentes, es decir, del aborto. Y sucede en todo el mundo, sin importar raza ni religión. Pareciera ser, que el proceso por el cual se mata a un niño indefenso, con todo el derecho a vivir, se asemeja a la finalización del ritual de cualquier almuerzo en un local de comidas rápidas, donde una vez terminada la hamburguesa, se elimina la cajilla que la contiene e inmediatamente se pasa a otros menesteres.

Sobran eufemismos para tratar de aquietar las conciencias y presentar la ejecución del inocente como un proceso natural, uno más entre miles cotidianos. Se lo llama «interrupción del embarazo», «interrupción de la gestación», «extracción del feto», etc. Intereses económicos y políticos tras estas actitudes siniestras sobran, no cabe ninguna duda.

Las excusas para impedir, cual dictadores y dueños de la naturaleza, el nacimiento de un nuevo ser humano, suelen ser bastante variadas y para todos los gustos. Comenzando por el futuro económico incierto de los padres, hasta llegar a escuchar, en reuniones con poco público por lo general, que la criatura ha llegado en un momento poco oportuno, que la prioridad la tiene el viaje en crucero alrededor del mundo o el automóvil último modelo, imposible de adquirir si sumamos los gastos que cualquier niño normal genera.

¿Desde cuándo los padres tienen el derecho y la potestad de decidir el destino de una nueva criatura? ¿Desde cuándo es prioridad matar a un inocente para salvar otra vida? ¿Por qué el hombre se empeña en hacer todo a su medida, desoyendo los consejos de las buenas conciencias, del pensamiento normal y humano, no animal?

Adolf Hitler y Josef Stalin, por citar sólo dos referencias históricas, han sido unos dementes y unos criminales, que mataron indiscriminadamente en pos de la victoria de unas ideas perversas. Quienes abortan con plena conciencia no están nada lejos del concepto de asesinos. Más bien, les calza a la perfección.

Por supuesto, cada «interrupción del embarazo» es un secreto de Estado entre dos personas. Lo que si debe hacerse público es que al concubino, pareja de turno o marido, lo han ascendido de trabajo o que la mujer se ha sometido a una cirugía que le ha devuelto los años mozos. Pero cuidado, la condición social no es nunca un atenuante para matar. Pobres, ricos y no tanto, son asesinos, con las mismas letras y con el mismo grito.

Tú, Tomás, hoy no nacerás porque la señora que te lleva dentro prefiere su bienestar a tu alegría. Tú, Josefina, no verás la luz mañana, porque tu madre y el tipejo que la acompaña han juzgado, como jueces absolutos, que es mejor tener unos añitos más de tranquilidad. Tú, Ramiro, sé que quieres tener derecho a vivir, pero resulta que no serías aceptado socialmente, porque lamentablemente eres el fruto de una relación furtiva y prohibida. Tú, María, sentirás el dolor de unas tijeras que te destrozan como un papel; pero no importa: para los entendidos, para los animales que llevan guardapolvo blanco y la gente que les paga, no eres más que un grupo de células, sin nombre, sin destino y sin derecho a nada.
Fuente: Conoze.com

ABORTO +4

Mentiras sobre el aborto

La primera mentira que muchos buscan camuflar en el debate sobre el tema del aborto es que se trate de un argumento religioso o del que los creyentes no deberían opinar. Con frecuencia se acusa a la Iglesia de inmiscuirse en la vida social de los pobres ciudadanos y de usurpar tronos que ni siquiera los más crueles tiranos se atrevieron a ocupar. ¿Por qué los obispos y los sacerdotes, que además ni hijos tienen, pretenden negar a las mujeres su derecho a decidir lo que hagan con su cuerpo y el producto del mismo?

Ahí está precisamente la falacia. Algunos sofistas modernos nos quieren hacer creer a todos que el rechazo del aborto es fruto de la mentalidad dogmática y obtusa de los «mochos» y medievales católicos; y que merecen la misma suerte que el impío Sócrates, pervertidor de la juventud y de la verdadera democracia. Están contra el progreso del hombre porque carecen de una «mente abierta» que se haga cargo de los grandes problemas y amenazas que se ciernen sobre la humanidad: la sobrepoblación, el calentamiento de la tierra, la pobreza y desigual distribución de la riqueza en el mundo.

¿De veras te consideras de «mente abierta»? Entonces espero que no se te haya salido el cerebro y te atrevas a usarlo con un poco de lógica. Y la lógica nos enseña que en un buen razonamiento primero se definen los términos. ¿Qué entendemos por «aborto»? ¿Es la interrupción voluntaria del producto de la fecundación, fruto de una relación entre un hombre y una mujer? A decir verdad, lo de «interrupción del producto» a cualquier ciudadano de a pie nos suena más a una fábrica que decide suspender la producción de botellas de refresco que la generación de seres humanos para la sociedad. Pero concediendo el uso de una expresión tan poco feliz, no nos queda más remedio que preguntarnos qué es ese «producto». ¿Es un individuo de nuestra especie? ¿Tiene vida propia y distinta de la de la madre? ¿A partir de qué momento podemos llamarle un ser humano viviente?

He planteado estas preguntas, para no andarnos por las ramas, perdidos en muchos argumentos que sólo buscan distraer la atención del verdadero núcleo del problema. Porque, en mi modesta opinión, la única manera de justificar racionalmente el aborto sería negar a ese «producto» su estatuto de ser humano. Nada más que yo aún no he sabido que de un óvulo humano haya salido jamás un mango ni un elefantito. Bueno, cuentan que una vez Venancio fue a un zoológico en Galicia y contrató los servicios del guía que se encontraba en la puerta. «¿Qué animal es éste?» le preguntó Venancio, al acercarse a la primera jaula del recorrido. «Es un perro lobo» respondió con seguridad el guía. «¿Cómo que un perro lobo?» «Sí, es que su padre era un perro y su madre era una loba». «¡Aaah! —expresó Venancio, mientras asentía con la cabeza—. ¿Y éste otro?». «Es un tigre leonado» «¿Por qué un tigre leonado?» «Es que su padre era un tigre y su madre una leona» «¡Aaah! —volvió a proferir Venancio— ¿Y éste?» «Ése es un oso hormiguero». «Nooo —contesta Venancio, con cara de sorpresa— ¿Y quién era la madre?»

Los datos científicos de la genética demuestran que la célula originada por la fecundación tiene un código genético nuevo y original respecto a la célula del padre y de la madre. Y lo más maravilloso es que el genoma de esta primera célula o cigoto se repetirá en los miles de millones de células que formarán primero la mórula, y lo que después llamamos feto. Desde el primer momento de su fecundación, ya es un ser humano, que contiene toda su información genética, el plan de ruta de su desarrollo y su destino biológico como persona. Truncar el proceso de este «producto» amparándose en la coartada de que todavía no es un ser humano, sino que se trata de un pre—homínido o un oso hormiguero, que se lo cuenten a Venancio...

¿Por qué matar un feto de 12 semanas no debe ser penalizado y uno de 14 sí. ¿Será que el paso por la semana 13 —número de mala suerte para los supersticiosos— acarrearía sobre los legisladores no sé qué tipo de desgracia, si no la descargan en una ley contra los infractores? ¿Y qué base científica tienen los que dicen que la vida humana de un embrión empieza el día 14 y no el año 14? Si el ser humano no merece respeto desde el primer instante de su concepción, cuando aún es una criatura inocente, dudo mucho que cuando llegue a ser adolescente crezca en dignidad o merezca mayor respeto. Todavía si me dijeran que Tertuliano o Aristóteles, con los conocimientos científicos que les aportaban las ciencias de entonces, hipotizaron una animación sucesiva de los progenitores en su pimpollo, les disculparía con una sonrisa indulgente. Pero como dice el profesor de bioética el Dr. Angel Serra «La concepción humana hoy ya no es un misterio natural escondido detrás de no se qué paredes impenetrables y ofuscado por las sombras de la duda que nos aportan observaciones imprecisas o envuelto por velos de ilusorios silogismos o engañosos sofismas. Los datos que aportan actualmente las ciencias no permiten que sean manipulados al gusto del que habla».

¿Por qué las televisoras nacionales no se atreven a difundir el impresionante documental «Un grito silencioso» («The silent scream») del Dr. Norteamericano Bernard Nathanson, que muestra el aborto de un feto de doce semanas? A partir de los años 70, la introducción de tecnologías como las imágenes ultrasónicas, la estreostocopia citológica, la ecografía ultrasónica y otras, para hacer los diagnósticos prenatales, no le dejaron lugar a dudas de que el niño que se encuentra en el vientre de la madre es simplemente otro ser humano, miembro de la comunidad humana y en nada diferente a nosotros, salvo en el tamaño y desarrollo. Y por eso, el joven médico que practicó más de 10.000 abortos, se convirtió en uno de los más fervientes defensores de la vida.

El aborto no es un tema que dependa de las creencias religiosas de las personas, sino de la conciencia ética de las mismas. Pero eso implica que se analice con los principios de ética y a la luz de la recta razón, no para justificar comportamientos irresponsables y obscuros intereses económicos y políticos. ¿Desde cuándo la ética puede convertir un delito en un derecho? «El sueño de la razón engendra monstruos» decía un famoso crítico de arte. Aunque se despenalice el aborto en todas las circunstancias que se propongan, nunca dejará de ser un crimen; y aunque quisieran imponer por decreto la práctica del aborto a doctores, enfermeras o instituciones, espero que no falte una razón despierta, que repita con Antígona, en la tragedia de Sófocles, que hay unas leyes no escritas a las que la conciencia no puede dejar de obedecer.

Ya hemos explicado que la primera mentira que suele esgrimirse en el debate sobre el tema del aborto es que se trate de un argumento religioso o del que los creyentes no deberían opinar. Hoy quisiera exponer la que, en mi opinión, podríamos considerar la segunda gran mentira: que en la ampliación de esta ley se busque el bien de las mujeres. A parte de aclarar los intereses políticos y económicos que hay detrás de esta iniciativa, me gustaría que alguno de los que promueven esta ley nos explicara dónde hay un mayor bien para una mujer: ¿en la maternidad o en el infanticidio?

Si cuando se da un aborto natural, no provocado, la mujer queda afectada emocional y psicológicamente, ¡qué diremos de aquellas madres que de forma más o menos consciente deciden acabar con la vida de la creatura que ha sido sembrada en sus entrañas! El Dr. Philip Mango, psiquiatra neoyorquino convertido al catolicismo, se ha especializado en el síndrome «postabortivo», y después de un estudio concienzudo de los miles de casos que ha atendido en sus terapias —incluyendo mujeres no creyentes, muchas de ellas provenientes de la exURSS comunista— ha logrado tipificar el cuadro traumático que sufren las mujeres que abortan y ha elaborado una psicoterapia en cinco etapas para ayudarlas a recuperarse. Su conclusión es rotunda: «Un aborto destruye más vidas».

A veces se recurre al aborto para evitar un trauma a la mujer. Perdónenme, pero yo no conozco peor trauma para una madre que el aborto. Frente a un embarazo no deseado, casi siempre se deja sola a la mujer, que se siente acorralada para tomar una decisión. Quienes deciden abrir esta puerta falsa, tal vez se sientan liberadas en un primer momento porque lograron «deshacerse del problema» a tiempo, pero ese niño jamás habrá muerto. Vivirá para siempre en la conciencia de su madre y, de vez en cuando tocará a la puerta de sus pensamientos e imaginaciones como un fantasma. Tal vez cuando vea a un bebé, dormido plácidamente en el regazo de «otra madre» o cuando vea a una niña jugando a las muñecas con sus amigas, rebosantes de vida y de felicidad. He conocido casos de mujeres que han abortado, y no han podido descansar hasta asumir toda su responsabilidad, al grado incluso de hacer una tumba en el jardín de su casa al hijo que nunca dejaron nacer.

Pero ¿no se dan a veces condiciones socioeconómicas que aconsejarían evitar a esa creatura ver la luz? ¿Para qué traer un niño al mundo a sufrir un infierno? Hace unos días se planteaba un caso en un debate radiofónico sobre una mujer que teniendo dos hijos que mantener, y ningún apoyo del esposo porque era borracho, al quedar embarazada de su tercer hijo, se planteaba: ¿qué voy a hacer ahora? El dinero apenas me alcanza, y mi hijo mayor está por entrar a la universidad; ¿cómo los voy a mantener?, ¿no podría abortar en este caso? El entrevistado respondió: Es cierto que mantener y educar a un hijo hoy en día es un gran reto. Pero si el valor económico está por encima del valor de la vida, entonces mejor que mate al hijo que está por iniciar su carrera universitaria. Al cabo, el ahorro económico será aún mayor.

También durante un congreso al que asistí sobre el aborto se planteó otro caso. ¿Qué decisión tomar ante el embarazo no deseado de una mujer de condición humilde, con una familia numerosa y un esposo golpeador? Varios se apresuraron a responder que era mejor abortarlo, para evitarle vivir ese infierno. A lo cual respondió el que planteó el caso: «Acaban ustedes de matar a Beetoven». Está todavía en las carteleras de los cines la película de «Los trescientos», esos valientes soldados espartanos que murieron en el estrecho de las Termópilas para atrasar la invasión de los persas y dar tiempo a los estados griegos de organizar un ejército para defender su libertad. Es verdad que de la disciplinada y austera región de Esparta salieron los más bravos soldados de la Grecia Antigua, pero ninguno de los poetas, escultores o artistas de la época dorada de Grecia, que nos han legado un tesoro cultural a la humanidad. ¿Por qué? Podemos sospechar que no pasaban la selección de los espartanos, y si no eran aptos para llegar a ser un día fornidos soldados, capaces de defender su patria, era mejor despeñarlos en el acantilado desde pequeños.

Esta reflexión nos lleva a preguntarnos: ¿y en el caso de una malformación del feto? Tampoco en este caso estoy tan seguro de que el bien de la mujer sea regalarle el título de juez para que sentencie con un criterio discriminatorio —por lo demás contrario a la constitución mexicana— acabar con la vida de un ser indefenso, simplemente porque tiene capacidades diferentes. Es conocido el caso del famoso astrofísico inglés Stephen Hawing, defensor de la teoría del origen del universo conocida como el «big—bang». Aunque se encuentre en una silla de ruedas con una seria e irreversible parálisis de su cuerpo, ha demostrado poseer bastante más inteligencia que los congresistas que, al final, muy probablemente van a aprobar, al modo de Poncio Pilato, una ley llena de errores y de discapacidades.

¿Y qué pasa en el caso de violación? Ahí sí que no se puede discutir que se esté buscando el bien de la mujer. Reconozco que éste es el caso más triste y difícil de afrontar, porque es fruto de la iniquidad humana y del terrible fracaso de la educación sexual de nuestro tiempo, que da mucha información, pero muy poca formación sobre un aspecto tan importante del ser humano. Hay quienes incluso hablan de un «injusto agresor» contra el cual la madre podría ejercer su derecho de legítima defensa. Pero, si lo reflexionamos «sine ira et studio» ¿quién es el agresor y culpable: el violador o el niño? Creo que todos estaremos de acuerdo que es el violador. Entonces ¿por qué castigar al niño a la pena de muerte? Es como si yo me desquitara matando al dependiente del banco por hacer una transferencia millonaria a quienes secuestraron a mi hijo y me piden un rescate a cambio de su vida.

Yo creo que la vida humana es un bien tan excelso, que en ningún caso se puede autorizar que una persona decida la muerte de otro ser humano. De lo contrario, ¿qué sentido tienen las leyes, cuando niegas el derecho fundamental de la vida, que es la puerta de todos los demás derechos? ¿Para qué nos sirve la medicina —que busca cuidar y dar calidad de vida— si la usamos para quitar la vida? Me parece más inspirador el testimonio de Lucía Vertruse, novicia violada por los milicianos servios durante la guerra que explotó en 1995 en la antigua Yugoslavia. «No se puede arrancar una planta de sus raíces. El grano que ha caído en una tierra tiene necesidad de crecer ahí donde el misterioso, aunque inicuo sembrador, lo ha echado. Realizaré mi vida religiosa de otro modo. (...) Me iré con mi hijo. No sé a dónde, pero Dios, que ha roto de improviso mi mayor alegría, me indicará el camino para cumplir su voluntad. Seré pobre, retomaré el viejo delantal y me pondré los zuecos que usan las mujeres en días de trabajo e iré con mi madre a recoger resina de los pinos de nuestros grandes bosques... Haré lo posible por romper la cadena de odio que destruye a nuestros países... Al hijo que espero le enseñaré solamente a amar. Mi hijo, nacido de la violencia, será testigo de que la única grandeza que honra a la persona es la del perdón».

Vamos por la tercera gran mentira que se disfraza con dolo en la discusión sobre el aborto. Se nos dice que la aprobación de esta ley será un avance en los derechos de la sociedad y que los oponentes son unos fanáticos, pues simplemente se le pide al Estado que despenalice, no que legalice el aborto. Tal vez recordemos la carta que la Madre Teresa de Calcuta le escribió al entonces presidente de los EE.UU., Bill Clinton, en la que le pedía que en vez de matar a los niños se los diera a ella en adopción. En ese texto decía: «Creo que el mayor enemigo de la paz hoy en día es el aborto, porque es una guerra contra el niño, la muerte directa del niño inocente, asesinado por su misma madre».

Estudios demográficos serios de los últimos años calculan en unos 40 millones los abortos que se practican al año. ¿Qué guerra, genocidio o pandemia se podrá comparar a esta silenciosa hecatombe? Cuando los primeros misioneros que pisaron las tierras mexicas, refirieron en sus escritos los sacrificios humanos ofrecidos por los indígenas a sus dioses, todos los que leían sus relatos quedaban horrorizados. Desde nuestra perspectiva de hombres civilizados del s. XXI, también hoy algunos grupos indigenistas se han sentido ofendidos por la reciente película de Mel Gibson «Apocalypto». Pero es notable, y está bien documentado, el caso por ejemplo de la inauguración del templo de Teocalli. Se dice que realizaron más de veinte mil sacrificios humanos durante cuatro días, que se inmolaron sin interrupción durante noventa y seis horas, en diez lugares diferentes.

La época moderna se enorgullece de haber descubierto la idea de los derechos humanos, inherentes a todo ser humano, y que son anteriores a todo derecho positivo, como se reflejan en las declaraciones solemnes de los EE.UU. y de la ONU. Pero por otra parte, estos derechos así reconocidos en la teoría, nunca han sido negados tan profunda y radicalmente en el plano de la práctica. ¿Qué son los veinte mil sacrificios humanos de los aztecas o los varios millones de judíos que inmoló Hitler al nuevo dios del superhombre (que identificó con la raza aria), comparado con los 40 millones de abortos actuales? ¿A qué divinidades modernas se ofrecen estas víctimas inocentes?

Hoy somos testigos de una auténtica guerra de los poderosos contra los débiles, una guerra que busca la eliminación de los que pudieran ser una amenaza contra el «nuevo orden mundial». Con la complicidad de muchos Estados, se emplean medios cuantiosos para imponer sus políticas de control de la población y se ofrece como holocausto el debido tributo a los dioses del poder, del dinero y del placer.

«Hay en nuestra época un país donde puede observarse al menos algunas tímidas tentativas inspiradas por una mejor concepción del papel del Estado (en materia de eugenismo). No es, naturalmente, nuestra república alemana el modelo, son los Estados Unidos de América, que se esfuerzan en obedecer, al menos en parte, los consejos de la razón. Al negar la entrada en su territorio a los inmigrantes con mala salud y el derecho a la naturalización a los representantes de determinadas razas, se acercan un poco a la concepción racista del papel del Estado». Esta cita extraída de «Mi lucha», el libro que Hitler escribió desde la cárcel, parece haber encontrado eco en algunos círculos norteamericanos, que han heredado no sólo su voluntad de poder, sino también su rabioso racismo. ¿Por qué tanta insistencia de los lobbys que acaba de denunciar Vittorio Messori, encabezados por la OMS, y ciertos sectores de la masonería, para imponer a los Estados su voluntad contra la familia y a favor del aborto? Yo creo que tienen miedo a perder el poder, a que la población de los países —en especial los países pobres— crezca en tal grado que les haga perder el control y les invadan con sus migraciones. Y para lograr su objetivo, están dispuestos a lo que sea, incluso a pasar por encima de la opinión popular.

Así lo acabamos de constatar en Portugal, donde no lograron aprobar el aborto a través del referéndum, y lo han impuesto por decreto presidencial. Así lo demostraron después de las reuniones de El Cairo, cuando furiosos intentaron, a través de sus ONGs, expulsar al incómodo representante del Vaticano ante la ONU. Así lo percibimos en el Informe sombra 2006, que envió GIRE y cualquiera puede consultar en el internet. Así lo sospechamos en México, cuando sin un motivo aparente presenciamos el linchamiento político de algunos personajes e instituciones, por el solo hecho de pronunciarse a favor de la vida. Todo el que se resista a su proyecto y no se someta a sus condiciones totalitarias y fanáticas, será difamado, silenciado o penalizado con sanciones económicas.

Por el contrario, se premia y bonifica a quienes se suman a su cruzada de ingeniería política y social. Conocemos las fundaciones extranjeras que inyectan los recursos necesarios. Algunos médicos se han dejado seducir y, renunciando a su compromiso hipocrático, militan como mercenarios del mejor postor. Ya no les interesa la protección de la salud y la calidad de vida de los seres humanos, sino la rentabilidad de la infraestructura sanitaria y de la profilaxia social. Y no hemos entrado al tema de las pingües ganancias que en todo esto obtienen la industria farmacéutica o cosmética...

¿Por qué no se invierte en mejorar la mal llamada «educación» sexual de las escuelas públicas y las condiciones higiénicas de los hospitales? ¿O nos creen tan ingenuos de pensar que los sistemas de salud gubernamentales ofrecerán las condiciones óptimas para acabar con las clínicas clandestinas, donde —según nos quieren convencer— mueren tantas mujeres desesperadas? Ni siquiera en los países donde el aborto ha sido legalizado desde hace muchos años, han disminuido los casos de mujeres que acuden a abortar a dichas clínicas. ¿Por qué no mejoran las leyes para agilizar los procesos de adopción, como sugería Madre Teresa de Calcuta? ¿Por qué no mejoran las leyes que protejan a la mujer violada, y que disuadan a los violadores? ¿Por qué en lugar de condones y píldoras no se da a nuestros jóvenes una formación integral en los valores de la responsabilidad, el respeto, el dominio de sí mismos... y no sólo información sexual? ¿Por qué la inversión para atender a los que nacen con discapacidades ha tenido que provenir de iniciativas de nuestra sociedad y no de nuestros gobiernos y de esas fundaciones extranjeras tan interesadas en nuestro país? ¿Por qué nos siguen mintiendo con una propuesta de ley que busca la solución más fácil: eliminar a los más débiles? «Quien ignora los errores de la historia, se verá obligado a repetirlos», Santana.
Fuente: Conoze.com

ABORTO +3

Santo Tomás de Aquino

En algunos debates sobre el aborto aparece la siguiente idea: es extraño que haya católicos contrarios al aborto cuando incluso santo Tomás de Aquino no pensaba que fuese un homicidio.

Por eso vale la pena afrontar esta pregunta: ¿qué pensaba santo Tomás sobre el aborto? ¿Estaría a favor o en contra de su legalización?

Para ello es importante tener presentes tres indicaciones que ayudan a tratar de modo correcto el pensamiento tomista en general y, más en concreto, en su manera de abordar el tema del aborto.

Primera indicación: Santo Tomás de Aquino es un gran teólogo, quizá uno de los más importantes teólogos de la historia de la Iglesia. Pero no es el Magisterio, no es la enseñanza oficial católica. Sus ideas valen sólo en tanto en cuanto correspondan a lo que es declarado como verdad por quienes custodian y explican la Revelación, es decir, por el Papa y los obispos que enseñan unidos entre sí y con el Papa.

Por lo mismo, es posible encontrar algunas (muy pocas, a decir verdad) enseñanzas de santo Tomás sobre temas concretos que no corresponden plenamente a la doctrina católica. Ello es debido al hecho de que algunos puntos doctrinales fueron aclarados sólo varios siglos después de la muerte de santo Tomás, por lo que en su momento (siglo XIII) eran todavía objeto de discusión teológica.

Segunda indicación: Santo Tomás de Aquino (su vida transcurre entre 1225 y 1274) elabora sus ideas sobre el aborto con la ayuda de la biología de su tiempo, la cual dependía en buena parte de Aristóteles y de Avicena.

Para Aristóteles, la mujer no contribuía con una semilla o un «huevo» plenamente formado en la concepción humana. Su tarea inicial consistía en ofrecer el «menstruo» (una especie de semilla inmadura), que servía como material para la acción formativa del esperma masculino (que sí sería una semilla madurante). Esta teoría aristotélica fue aceptada durante siglos por muchos especialistas de medicina, y santo Tomás de Aquino la hizo propia sin especiales dificultades.

Hemos de añadir que el descubrimiento del óvulo femenino y su papel en la reproducción humana tuvo lugar sólo en el siglo XIX, gracias a las investigaciones de Karl Ernst von Baer sobre los mamíferos. Hay que indicar, en justicia, que en el mundo antiguo no faltaron autores que defendieron, sin tener pruebas suficientes pero sí algunos indicios importantes, que también la mujer producía algo equivalente al esperma del varón, pero no lograron convencer a sus contemporáneos.

La tercera indicación es de tipo filosófico y se relaciona con la anterior. El alma humana, por ser espiritual, sólo puede venir directamente de Dios. Esta idea ya se encontraba en Platón y, en cierto modo, también en Aristóteles. La pregunta que se plantea entonces es oportuna: ¿cuándo infunde Dios el alma en un embrión humano?

Santo Tomás ofrece su respuesta dependiendo de los conocimientos biológicos de su tiempo y de su metafísica: Dios infundiría el alma humana sólo cuando encontrase una «materia» preparada, un cuerpo con aquel nivel de desarrollo orgánico que le permitiese recibir esa alma.

La razón para defender esta idea era de tipo metafísico: una forma no se genera (ni se infunde) en cualquier materia, sino sólo en aquella materia suficientemente dispuesta. Esto ocurriría, según santo Tomás y la biología aristotélica, sólo cuando hubieran transcurrido varias semanas desde la acción transformante del esperma masculino sobre el menstruo (la materia) femenino.

Con estas premisas, y antes de afrontar directamente el tema del aborto, veamos brevemente algunos pasajes tomistas que hablan de las primeras fases de la vida humana, que explican cómo se produciría el desarrollo embrionario.

Santo Tomás distingue varias etapas en el desarrollo embrionario y fetal. En las primeras etapas aparece una nueva realidad en el seno materno como fruto de la acción del esperma masculino sobre el menstruo femenino.

La nueva realidad que surge tras la fecundación tiene vida, primero vegetativa, luego sensitiva. Es decir, se trata de un ser vivo, parecido inicialmente a las plantas y luego a los animales. No puede, por lo mismo, identificarse con el cuerpo de la madre, pues es algo nuevo, algo distinto. El lema del abortismo moderno, «el cuerpo es mío y hago con él lo que quiero», no puede aplicarse de ningún modo al embarazo...

Como vimos, la teoría que acoge santo Tomás procede fundamentalmente de Aristóteles, que afirmaba algo similar en su obra «Investigación sobre los animales» (libro VII, cap. 3), si bien algunos estudiosos consideran que este texto podría haber sido escrito por otro autor y no directamente por Aristóteles.

El resultado de la concepción completaría su desarrollo (se convertiría en un ser humano en sentido pleno), sólo cuando recibiese un alma espiritual, la cual viene directamente de Dios. Ello ocurriría cuando el cuerpo estuviese suficientemente preparado (organizado o formado): hacia el día 40 para el varón, y hacia el día 90 para la mujer (según una hipótesis que arranca desde Hipócrates y Aristóteles). Santo Tomás precisa en una de sus obras, el Comentario al libro IV de las «Sentencias» (dist. 3, q. 5, a. 2), que san Agustín añadía 6 días más para completar el cuerpo del varón (es decir, harían falta 46 días).

Los textos en los que aparece esta teoría son varios. Por ejemplo, en «Suma de teología» I, q. 76, a. 3 ad 3, leemos lo siguiente:
«Al principio, el embrión tiene un alma sólo sensitiva que es sustituida por otra más perfecta, a la vez sensitiva e intelectiva, como trataremos exhaustivamente más adelante».

Santo Tomás, al final del texto anterior, alude a lo que explicará más adelante, en «Suma de teología» I, q. 118 a. 2 ad 2, un pasaje bastante largo como para recogerlo aquí, en el que se reafirma la tesis de que en la generación humana existe, desde el inicio, un alma vegetativa. Cuando el nuevo ser se desarrolla, adquiere en la siguiente etapa un alma sensitiva que asume también las facultades propias del alma vegetativa. Finalmente, cuando el cuerpo está preparado, Dios puede infundir el alma intelectiva, que es al mismo tiempo vegetativa y sensitiva (como se explica en diversos momentos de la questión 118 que estamos citando).

Una fórmula resumida de estas ideas se encuentra en «Suma de teología» II-II, q. 64, a. 1: «en la generación del hombre lo primero es lo vivo, luego lo animal y, por último, el hombre». Sobre este mismo tema puede verse también otro texto parecido, en «Suma contra los gentiles», 3, 22, n. 7.

Se entiende que desde el día 40 (ó el día 46) ya es posible encontrar en el feto todas las partes propias del ser humano. El tiempo restante del embarazo sirve para que el organismo en su conjunto y en sus partes pueda crecer lo suficiente hasta llegar al día del parto.

Situados en el marco de este modo de explicar el desarrollo humano, volvamos a nuestra pregunta: ¿qué enseñaba santo Tomás sobre el aborto? Cuando uno se pone a buscar sobre el tema, encuentra muy poca información. No existe ninguna cuestión que trate o discuta directamente y con amplitud el tema del aborto. Era un asunto tan claro, que no valía la pena invertir tiempo en resolver posibles dudas.

Encontramos algunas breves alusiones que muestran cómo santo Tomás aceptaba la doctrina más extendida en su tiempo: todo aborto sería siempre pecado mortal, pero no todo aborto sería formalmente homicidio, pues sólo sería homicidio el aborto cometido sobre un feto (formado) que estuviera ya dotado de alma espiritual.

Para santo Tomás, el homicidio existe cuando se atenta contra la vida de un ser «humano». Como vimos, el embrión «no formado» (en sus primeras etapas) no tendría alma espiritual, según el pensamiento científico del tiempo. Por lo mismo, provocar la muerte de un embrión no formado no sería homicidio, pues todavía no tenemos un ser humano «completo», pero sí sería un pecado grave, un pecado mortal.

Veamos esto con más detalle en uno de los textos donde aparece la idea anterior. Santo Tomás distingue dos tipos de aborto en el comentario que hace a un importante «manual» de teología de su tiempo, una obra titulada «Sentencias», que había sido escrita por Pedro Lombardo (autor del siglo XII), y que ya hemos citado un poco antes.

En el Comentario al libro IV de las «Sentencias», en la distinción 31, se tocan diversos temas relativos al matrimonio.

En el texto de Pedro Lombardo se habla de los bienes del matrimonio, de las faltas que se comenten contra tales bienes, y de algunos aspectos particulares.

Pedro Lombardo recoge, sobre todo, textos o ideas de san Agustín para explicar estos temas. Toma, en primer lugar, un texto agustiniano del «De nuptiis et concupiscentia» (Sobre el matrimonio y la concupiscencia), donde se habla de los «venenos de la esterilidad» (los anticonceptivos) y del aborto.

Usar anticonceptivos sería un pecado grave, equiparable al adulterio, al excluir a los hijos en la relación sexual dentro del matrimonio. Sobre estos venenos, san Agustín explicaba que algunos impiden la concepción; otros fracasan pues se produce la concepción; además, algunos buscan eliminar a los fetos, de modo que intentan matar al hijo antes de que viva; o, si ya vive, antes de que nazca.

La fórmula usada por Agustín es interesante, pues habla de dos tipos de hijos, uno que no «vive» (diríamos, según lo que viene en seguida, que no está formado, que carece de alma), pero que sigue siendo hijo (es algo más que simple esperma). Otro que vive (diríamos, que ya está formado, que ya es un «hombrecito» completo), y su eliminación sería homicidio.

Para precisar más el tema del aborto, Pedro Lombardo trae a colación otro texto de san Agustín en el que comenta el pasaje de Ex 21,22-23. En este texto se distingue entre dos tipos de aborto:
  • En el primero, el aborto suprimiría a un concebido ya "formado" y con alma humana (o sea, espiritual), por lo que su destrucción habría sido un homicidio.
  • En el segundo, el aborto eliminaría a un concebido "informe", que no tendría alma propiamente humana. En este caso, no se podría hablar de homicidio; hay, sin embargo, un delito al provocar su muerte, por lo cual existe el deber de pagar una multa. Resulta claro que si hay multa se reconoce que hubo un delito, un delito de mayor gravedad de la que se produce cuando simplemente se impide la concepción: se ha provocado la muerte de un hijo no formado.

El comentario que realiza santo Tomás a este texto es sumamente breve, pues lo dicho por san Agustín (y repetido por Pedro Lombardo) era una doctrina aceptada de modo bastante generalizado en el mundo medieval latino, como ya dijimos.

Tomás prácticamente se limita a confirmar que el uso de anticonceptivos es equivalente a un adulterio dentro del mismo matrimonio, con lo que hace suya la idea ya formulada por Agustín. Subraya que se trata de un pecado grave, pero inferior al homicidio.

Luego habla de los dos tipos de aborto, según la distinción entre feto no formado y feto formado, y aclara que en el primer caso no se contrae una pena canónica especial (de irregularidad), mientras que en el segundo (por encontrarnos ante un homicidio) sí se incurre en irregularidad (cf. Comentario al libro IV de las «Sentencias», dist. 31, q. 2, a. 3, explicación del texto).

El punto es interesante, porque la distinción entre un aborto de feto no formado (feto informe) y el aborto de un feto formado importaba sobre todo en vistas de los castigos canónicos, propios de la Iglesia. Lo que determinase el estado era otro tema, que santo Tomás no toca aquí. Queda claro que para el Aquinate el aborto era siempre un pecado grave, y que era más grave que la anticoncepción.

Algunos autores, erróneamente, han leído el texto diciendo que santo Tomás de Aquino (o los autores medievales) hacía equivaler la anticoncepción al aborto de un feto no formado, lo cual, como acabamos de ver, es falso. La anticoncepción es un pecado grave contra los bienes del matrimonio, mientras que el aborto es la eliminación de un hijo, un hijo que puede ser informe o formado, según el tiempo trascurrido desde la fecundación.

La doctrina respecto del feto ya dotado de alma es, por lo tanto, clara: provocar su muerte es homicidio. Lo cual también es afirmado por san Tomás en otro pasaje, en la «Suma de teología» II-II, q. 64, a. 8, ad 2, que vamos a recordar brevemente.

Santo Tomás ofrece en este texto una reflexión interesante sobre un pasaje bíblico que ya comentamos desde ideas de san Agustín, Ex 21,22-23, en el que se indica que quien hiere a una mujer embarazada y llega a producir un daño (un aborto), debe pagar como homicida. Ante este pasaje del Antiguo Testamento, Tomás explica: «El que hiere a la mujer embarazada hace una cosa ilícita, y, por esta razón, si de ello resultase la muerte de la mujer o del feto animado, no se excusa del crimen de homicidio, sobre todo cuando la muerte sigue ciertamente a esa acción violenta».

El texto, en su sencillez, no ofrece una clara distinción entre feto formado y no formado, pues simplemente habla de «feto animado» (y, como vimos, también hay feto animado cuando sólo existe alma vegetativa), si bien parece darse a entender de que habría homicidio si el feto animado tuviese ya el alma espiritual.

Podemos ir más allá. A la luz del texto anterior, se puede deducir, respetando plenamente el pensamiento de santo Tomás, que la gravedad sería mayor si uno perpetra una agresión sobre una mujer con la directa intención de eliminar la vida del embrión o del feto. Si provocar «sin querer» (al agredir a la mujer) un aborto es homicidio, con mucha más razón lo sería cualquier acción orientada directamente a eliminar al feto, es decir, en los millones de abortos químicos o quirúrgicos que se producen cada año en nuestra sociedad.

Hasta aquí, por lo tanto, dos textos muy citados a la hora de hablar sobre el tema del aborto en santo Tomás de Aquino. De los mismos podemos deducir que, a pesar de la embriología insuficiente que tenía este teólogo medieval, consideraba como pecado grave cualquiera de los dos tipos de aborto. El aborto en el caso de un feto no formado (sólo con alma vegetativa o con alma sensitiva) no llegaría a ser formalmente homicidio, pero sí un delito; en el caso de un feto formado (con alma espiritual), estaríamos ante un homicidio, un delito más grave.

Es oportuno añadir, para completar estas ideas, una reflexión sobre la teoría de la animación sucesiva. Parece bastante obvio que si santo Tomás hubiera conocido la embriología moderna no habría tenido ningún reparo en identificar la fecundación humana (unión de un óvulo y un espermatozoide) como el momento de inicio de una nueva vida humana ya formada, al poseer todos los elementos biológicos y orgánicos (a nivel unicelular) necesarios para ser identificada como tal. Y como todo individuo de la especie humana tiene un alma espiritual, que no puede proceder de los padres, esa alma sería infundida directamente por Dios desde la concepción.

En ese sentido, es oportuno recordar lo que decía Juan Pablo II sobre la actitud intelectual de santo Tomás. Esa actitud «le hace sumamente abierto y dispuesto a un progreso ilimitado, capaz de asimilar los valores nuevos y auténticos que surjan en la historia de cualquier cultura» (Discurso a los participantes en el Congreso Internacional de la Sociedad «Santo Tomás de Aquino», sábado 4 de enero de 1986).

Podemos concluir, por lo tanto, que santo Tomás no consideraría nunca lícito el aborto, el cual siempre es un pecado grave (sea precoz o en fases más avanzadas).

Igualmente, Tomás tiene una noción sobre la reproducción humana que puede ser corregida y asumida por la moderna embriología en sus aspectos válidos. Desde los datos alcanzados por la ciencia los últimos siglos, y conservando los principios metafísicos que valen siempre, santo Tomás reconocería la igual dignidad humana del embrión en sus distintas etapas de desarrollo, así como el hecho de que el desarrollo embrionario es bastante semejante entre el hombre y la mujer en las primeras fases.

Por lo mismo, de vivir en nuestro tiempo, santo Tomás de Aquino llegaría a la conclusión de que un aborto precoz debería ser considerado como homicidio. Y pediría a las autoridades civiles aquellas acciones eficaces para impedir tal delito y para castigar a quienes lo cometan con penas adecuadas a su nivel de culpabilidad.
Fuente: Conoze.com

ABORTO +2

¿Resulta correcto hacer comparaciones entre la guerra y el aborto? Las diferencias entre ambos hechos son notables, pero también hay puntos de semejanza.

En la guerra luchan entre sí adultos. Dos ejércitos se afrontan directamente, hombres armados combaten entre sí. A veces mueren civiles (les llaman víctimas o daños «colaterales»), pero lo que más buscan los militares es eliminar a los hombres o mujeres armados del bando contrario.

En el aborto se «enfrentan» pocos seres humanos: un «médico», una mujer y su hijo no nacido. El pequeño es indefenso, no tiene armas, no puede hacer nada frente al deseo de quienes han decidido eliminarlo.

Las guerras provocan muertos y heridos «visibles», al menos teóricamente. La prensa, la televisión, internet, pueden ofrecer imágenes de los cadáveres, de las víctimas. Los heridos hablan en la radio o en los periódicos. Los familiares y los supervivientes cuentan la historia de lo que está pasando.

El aborto se mueve en un horizonte de pocas imágenes. Nadie parece interesado en ver el cuerpo de la víctima, en saber qué ocurrió con el embrión o el feto asesinado. Una sombra de misterio y de ocultamiento busca que desaparezcan restos y recuerdos de lo ocurrido.

En todas las guerras siempre hay culpables, pues no habría guerra si no hubiera injusticias ni prepotencia. A veces los dos bandos que pelean entre sí son responsables directos, y culpables, del conflicto. Otras veces unos son culpables y otros son inocentes que buscan cómo defenderse ante un agresor injusto. Por desgracia, nadie se auto reconoce como culpable y todos buscan encontrar «justificaciones» para decir por qué atacan a los otros, para decir que la culpa la tienen los enemigos.

En el aborto el hijo es siempre, siempre, siempre, sin condiciones, una víctima inocente. La culpa está en los adultos: en la madre, que no lo acepta. En el padre, que presiona a la madre para que lo elimine. En el médico, que usa la ciencia de la salud para cometer un acto arbitrario, injusto, asesino: para ir contra lo que es la esencia de su profesión.

Existe toda una industria orientada al mundo de la guerra. Produce y vende armas ligeras o pesadas, aviones y torpedos, submarinos y radares. A veces, muchas veces, esa industria es un auténtico negocio de miles de millones de dólares (o de euros), que se invierten para la destrucción, mientras millones de personas no encuentran ayuda para tener comida o agua potable.

El mundo del aborto se ha convertido, para algunas organizaciones nacionales o internacionales, en un negocio triste, con el que obtienen abundantes «beneficios» económicos a costa de eliminar, como en la guerra, la vida de miles de seres humanos.

Miles de personas, organizaciones no gubernativas, reuniones internacionales, trabajan por eliminar las guerras, por paliar los efectos de las mismas, por ayudar a las víctimas, a los refugiados, a los heridos.

También frente al aborto una multitud de hombres y mujeres de buena voluntad ofrece ayudas a las mujeres para que no aborten, para que puedan llevan adelante su embarazo. Cuando una madre ha abortado, la asisten para que supere el síndrome postaborto y para que pueda reorientar su vida hacia horizontes de amor y de justicia.

Son evidentes las diferencias entre las guerras y el aborto, así como también encontramos elementos semejantes.

En ambos casos, guerras y abortos, mueren miles, millones de seres humanos. Seres humanos que no morirían si en el mundo hubiese más justicia, más esperanza, más amor, más respeto, más corazones disponibles a la acogida, a la escucha, a la vida.

La guerra y el aborto son dos productos de la cultura de la muerte, de esa mentalidad que recurre a la fuerza para hacer triunfar los propios proyectos personales a costa de eliminar a los «adversarios», a quienes pueden exigirnos justicia y respeto.

La guerra y el aborto serán derrotados, serán extirpados, cuando promovamos una cultura de la vida. Hacerlo es una urgencia para todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Para que hoy, y mañana, los más débiles, los más vulnerables, los más necesitados, puedan ser acogidos en nuestro mundo, puedan recorrer el camino de la vida en la justicia y en el auténtico respeto de los derechos humanos de todos, especialmente de los hijos más débiles y más pequeños.
Fuente: Conoze.com

ABORTO +1

Para solucionar correctamente un problema es imprescindible analizarlo desde todas las perspectivas posibles y, sin duda, en el asunto del aborto hay aspectos que permanecen ocultos para la mayor parte de la población. Que nadie se equivoque: el debate actual sobre el aborto no está en aclarar si el feto es o no un ser humano, sino en si ha de prevalecer el derecho de las mujeres a abortar sobre el de sus hijos a nacer y vivir. Cuando se ven imágenes de niños despedazados por un aborto se tienen muy pocas dudas de que con una, eufemísticamente denominada, «interrupción voluntaria del embarazo» no se interrumpe momentáneamente nada sino que se termina definitivamente con la vida de un miembro de la especie humana.

La incidencia del aborto entre las mujeres inmigrantes es cinco veces mayor que entre las españolas. La estrecha relación entre la incidencia del aborto y el grado de vulnerabilidad económica y social de las mujeres extranjeras no sólo se manifiesta en sus mayores tasas de aborto sino también en los más altos niveles de violencia machista (seis veces superiores al de las españolas). Socialmente resulta mucho más barato financiar un aborto a una mujer en dificultades que apoyarle con ayudas que le permitan tomar una decisión verdaderamente libre sobre su maternidad. No hay libertad cuando no hay opción de elegir. En apariencia las leyes del aborto dan más autonomía reproductiva a las mujeres, pero en el fondo son el mecanismo más barato, insolidario y atentador contra su libertad.

Si lo que se quiere es dar absoluta libertad para que las mujeres puedan decidir plenamente sobre su maternidad, ¿por qué se proponen leyes que limitan el derecho al aborto hasta un determinado período de gestación y no se permite, por ejemplo, que una mujer pueda «interrumpir su maternidad» hasta pasadas unas semanas después del nacimiento? La hipocresía que rezuman las sociedades occidentales es de tal grado que existen países donde es legal poder abortar a un niño hasta el mismo momento antes de nacer utilizando, por ejemplo, la técnica del aborto por nacimiento parcial. Ésta consiste en extraer al niño no nacido por los pies fuera del vientre materno y, mientras la cabeza aún se encuentra en el útero (con lo que, por tanto, aún «no ha nacido» técnicamente), el médico le realiza una incisión en la nuca y, con una aspiradora, extrae la masa cerebral provocándole la muerte. Resulta estremecedor, pero ocurre.

La doble moral aplicada es tan llamativa que en algunos países se considera maltrato infantil que un padre propine una bofetada a su hijo y, sin embargo, se permite dejar morir a los fetos que sobreviven a un intento de aborto. En el Reino Unido, 66 niños sobrevivieron a un intento de aborto durante el año 2005. A los que nacen vivos en estas circunstancias no se les atiende médicamente y se les deja agonizar (a veces durante horas) hasta que mueren. En el año 2007, se abortaron en España 2.164 fetos con 21 ó más semanas de gestación, aunque el Gobierno no informa de cuántos llegaron a nacer vivos.

Una estrategia típica del proabortismo es sacar a la luz situaciones trágicas pero excepcionales con el objetivo de sensibilizar a la sociedad sobre la necesidad de una legislación que permita el aborto. La realidad es que estos casos son puntuales. En España, en el año 2007, de las de 112.138 mujeres que abortaron, tan sólo 10 (sí, lee usted bien, sólo 10) alegaron que habían sido violadas. Por otra parte, los sistemas sanitarios de los países occidentales son tan avanzados que los casos en que el embarazo supone un peligro real para la vida de la madre son muy raros. Por ejemplo, si en España sólo se permitiera el aborto a las mujeres violadas o a las que su vida corriera realmente peligro, las tasas se reducirían en más de un 99 por ciento.

¿Sabían ustedes que son muchísimas más las mujeres que fallecen como consecuencia de las complicaciones médicas que generan los 27 millones de abortos «legales» que se practican en el mundo todos los años, que las embarazadas que mueren porque en sus países no se les permite abortar? Según datos de Naciones Unidas, el 99,5 por ciento de la población mundial vive en países donde las mujeres pueden terminar con el embarazo legalmente si corren realmente peligro sus vidas.

Muchas organizaciones internacionales, incluida la ONU, llevan empeñadas muchos años en transmitir la idea de que la provisión de servicios abortivos es una medida eficaz para reducir la mortalidad materna (la que ocurre entre las mujeres como consecuencia del embarazo) en los países en vías de desarrollo. Las estadísticas más recientes muestran que, de las muertes maternas que se producen en África, no llega al 4 por ciento las que se deben a un aborto ilegal. Este porcentaje no llega al 6 por ciento en Asia. La inmensa mayoría de las muertes maternas se debe a razones como las hemorragias postparto, infecciones, malaria y anemia. Sin embargo, se utiliza la mortalidad materna como excusa para promocionar costosas campañas mediáticas internacionales favorables al aborto.

Lo que nunca hacen las organizaciones pro abortistas ni los gobiernos es sacar a la luz la vasta literatura científica que detalla las muy frecuentes dificultades que tienen que encarar las mujeres que abortan y que limitan su calidad de vida posterior: problemas psicológicos y psiquiátricos (estrés postraumático, suicidios), futuros partos prematuros, más casos de embarazos ectópicos y de cáncer de pecho, etc.

La mayor parte de las feministas consideran que las leyes del aborto mejoran la situación de la mujer en la sociedad. Sin embargo, los datos estadísticos nos dicen otra cosa muy distinta. Dadas las facilidades de los modernos sistemas que permiten conocer el sexo de los fetos, no es casualidad que la mayoría de abortos en el mundo sean de niñas y no de niños. En muchas sociedades se prefieren los hijos varones a las féminas. Antes era común el infanticidio femenino en sociedades orientales, ahora no es necesario esperar a que nazca una niña para matarla, se la elimina antes de nacer. Algunas estimaciones de Naciones Unidas calculan que en Asia faltan entre 100 y 200 millones de mujeres. En los últimos 20 años se han abortado en China unos 30 millones de niñas por razón de su sexo y más de 10 millones en India. En muchos países asiáticos, el vientre de muchas madres se ha convertido en las tumbas de sus hijas. El aborto selectivo según el sexo no es algo exclusivo de lejanos países orientales. En varias comunidades de inmigrantes asiáticos residentes en Canadá, Inglaterra y EE.UU. se sabe que miles de niñas ya han sido abortadas por el simple hecho de ser del sexo no deseado por sus padres.

Frente a este «feminicidio», las organizaciones pro abortistas y los partidos políticos «progresistas» guardan un irresponsable y cómplice silencio porque saben que no pueden defender que el derecho al aborto es bueno para las mujeres occidentales y malo para las orientales. Ninguna de esas organizaciones se manifiesta contra el mecanismo más agresivo y violento y que más muertes de mujeres se cobra cada año en el mundo: el aborto procurado. ¿Con qué argumentos éticos podemos los occidentales pedir a las sociedades asiáticas que no aborten a sus hijas si nosotros permitimos que una mujer aborte por cualquier motivo en los primeros meses de gestación?

Las consecuencias sociológicas y demográficas del desequilibrio de sexos son muy graves. Decenas de millones de hombres (los más pobres) no podrán encontrar pareja. Las profesoras V. Hudson y A. Boer, en un estudio doblemente premiado sobre las implicaciones del excedente de varones, señalan que éste genera más violencia contra las mujeres. China tiene la mayor tasa de suicidio femenino del mundo y, además, es el único país donde la tasa de suicidio entre las mujeres es superior a la de los hombres. El estatus de las mujeres se rebaja cuando éstas escasean ya que los hombres tienden a controlarlas más. En India y China ya existe un floreciente tráfico de mujeres que satisface los deseos de hombres solteros dispuestos a pagar para casarse. Muchas jóvenes son compradas y secuestras en lugares rurales y deprimidos para ser vendidas a hombres adinerados. En definitiva, lo que nos dicen los datos es que el aborto no sólo no libera a las mujeres sino que, además, acentúa y perpetúa la dominación machista.
Fuente: Conoze.com